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Sasuke observó a Hinata coger la antorcha de manos de Yakushi. El dolor le sacudió todo el cuerpo como un latigazo. Los temblores no cesaban y ardía de fiebre, pero mantuvo los ojos fijos en su esposa hasta que ella buscó su mirada.

No había podido quitarse una cosa de la cabeza, durante toda la noche se había pasado tumbado en el frío suelo de la celda despierto, por culpa de la sombra que había visto en los ojos de Hinata cuando se lo llevaban a rastras del salón.

Sus entrañas le gritaban que nada de aquello era lo que parecía, pero al mismo tiempo estaba librando una dura batalla contra sí mismo, porque había jurado que nunca más negaría lo que pudiera ver con sus propios ojos. Las pruebas nunca mentían.

Pero... Pero, pero no podía aceptar que Hinata lo hubiese traicionado de aquella manera. En el calor del momento se había sorprendido y asustado tanto al verla, que había sido incapaz de pensar con claridad. Pero ahora, si recordaba todo lo que había pasado a lo largo de los últimos meses, no podía aceptar que ella se hubiese puesto en su contra. Había demasiadas cosas que no tenían sentido. Hinata odiaba a su padre y le tenía miedo. ¿Por qué iba a apoyar su regreso al clan?

Por otra parte, había defendido a su esposo delante de todo su pueblo. Lo había apoyado aun sabiendo que podía perder el cariño de su propio clan. Una mujer que hacía esa clase de cosas no mentía.

No, no era posible. Aunque quedase de nuevo como un estúpido por seguir los dictados de su corazón y no lo que le decía su mente, Sasuke sabía que esta vez no se equivocaba. Se apostaría la vida  a que tenía razón.

Lo que significaba que su esposa estaba en peligro y que él no podía ayudarla.

¿Qué pretendía Hinata? ¿Por qué había organizado aquella farsa?

La vio coger la antorcha y deslizar la mano libre hacia el interior del abrigo. Y de repente vio una súplica en sus ojos. Hinata le estaba suplicando que la ayudase, que la entendiese. Esa mirada desapareció antes de que Sasuke pudiese parpadear, pero no le cupo ninguna duda de que la había visto. O tal vez sólo era lo que había querido ver. A pesar de la incertidumbre, se le aceleró el pulso y tensó los músculos a la espera de lo que fuese a suceder.

Quería gritarle a Hinata y decirle que se fuera, que se protegiera a sí misma y al pequeño. Quería decirle que abandonase lo que fuese que hubiera planeado, que no valía la pena que se arriesgara por él.

Pero se mantuvo en silencio, porque sabía que si gritaba ella moriría.

Y entonces Hinata actuó. Se volvió y lanzó la antorcha contra el rostro de Yakushi. El grito de dolor del Laird fue instantáneo y estuvo acompañado del grito de guerra de ella. Un grito de guerra que dejaba en ridículo cualquiera que Sasuke hubiese oído antes.

Acto seguido, sacó la espada de debajo del abrigo y corrió hacia la estaca. Sasuke observó atónito cómo los soldados Hyuga se descolgaban por la muralla del castillo y aterrizaban en el suelo con las espadas en alto.

La esposa y el clan que él había repudiado habían ido a salvarlo.

—¿Tienes fuerzas para luchar? —le preguntó Hinata a gritos, mientras cortaba la soga que lo ataba a la estaca.

—Sí, puedo luchar.

Todavía no estaba muerto y preferiría morir antes que permitir que ella se arriesgase a cambio de  nada.

Hinata desapareció antes de que él tuviese tiempo de soltarse las cuerdas. La vio enfrentarse a un soldado de Yakushi a pocos metros de distancia, pero cuando estaba pensando cómo iba a ayudarla, otro lo atacó a él y tuvo el tiempo justo de agacharse y salir rodando con la cabeza todavía sobre los hombros.

Princesa GuerreraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora