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—Si no me dejas curarte las heridas, morirás, ¿y de qué le servirás entonces a Hinata? —le preguntó Shisui, exasperado.

Sasuke lo fulminó con la mirada, hirviendo de frustración.

—Tendrías que estar curando a mi esposa. Ella es la que te necesita. Si se muere porque estás aquí discutiendo conmigo, te juro que dejaré a Hana viuda.

Su hermano soltó el aliento despacio.

—Si tengo que sentarme encima de ti e ir a buscar a Itachi para que te limpie él las heridas, lo haré. Cuanto antes dejes que te cure, antes iré a ocuparme de Hinata.

Sasuke soltó una maldición.

—¿Tú dejarías que te curase si Hana estuviese tan malherida como ella? No, insistirías en que me ocupase primero de ella.

—Juugo está con Hinata. Vendrá a buscarme si me necesita. Tiene una herida limpia y tú no. Y algunas ya se te han empezado a infectar. Maldita sea, Sasuke, deja de resistirte y así pronto podrás ir a descansar con Hinata.

Fue esa última frase, la mención de que pronto podría estar con ella, la que lo convenció. Mientras él estaba discutiendo con su hermano Hinata estaba sola y darse cuenta de eso le retorció las entrañas. Todavía recordaba las duras palabras que le había dicho cuando estaba prisionero y que al principio había pensado lo peor de ella. No quería que Hinata creyera que seguía pensándolo.

—Estás ardiendo —comentó Shisui preocupado, cuando Sasuke se tumbó en la cama de uno de los aposentos del castillo—. Te preocupas por tu esposa cuando eres tú el que está peor de los dos.

—Está embarazada —le dijo él en voz baja—. No sé si lo sabías. Hinata estaba ahí fuera luchando por mi vida con mi hijo en su vientre. Tuvo que cabalgar sin descanso para llegar aquí tan pronto como lo hizo. Dios, Shisui, tengo ganas de llorar como un bebé.

—Sí, lo sé —asintió su hermano—. Pero es una mujer fuerte. No se rendirá sin resistirse, estoy seguro. Estaba dispuesta a enfrentarse al mismísimo infierno para salvarte, al rey y al país entero si no la ayudábamos. Juugo cabalgó hasta Neamh Álainn y me entregó sus órdenes como si fuesen las de un general.

—Hinata es única —murmuró Sasuke—. Y yo al principio no supe valorarla como se merecía. Intenté cambiarla y convertirla en la esposa que yo creía que quería.

Shisui se rió.

—Me imagino que no te lo permitió.

Sasuke sonrió y soltó una maldición cuando su hermano empezó a limpiarle la herida de  la flecha.

—No, no me lo permitió. Es muy decidida. Yo... —se le quebró la voz y fue incapaz de decir las palabras.

No, no iba a decirlas allí. No quería que las oyera Shisui sino Hinata. No quería decírselas a nadie excepto a ella. Su esposa había luchado por oírlas. Las había exigido. Y él iba a pronunciarlas ante ella. Maldita fuera.

—Háblame de Neamh Álainn —le pidió a su hermano, respirando entre los dientes para contener el dolor.

—Es el lugar más bonito que he visto nunca —le explicó Shisui, tranquilo—. El castillo lleva en pie un siglo y parece que lo hubiesen construido ayer. Los hombres del rey lo han conservado bien desde la muerte de Alejandro. El monarca se preocupó de asegurarle el futuro a Hana y su primer hijo. Isari ha recibido un increíble legado.

—Los hombres irán detrás de Isari por los mismos motivos que iban detrás de Hana —señaló Sasuke, preocupado—. Sí, es un gran legado, pero para tu hija será una carga.

Princesa GuerreraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora