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El clima no dio tregua durante el mes de mayo. De hecho, fue como si el invierno se estuviese vengando por el enero tan suave que les había concedido y hubiese decidido quedarse durante toda la primavera.

Las reservas de carne habían mermado y llevaban dos semanas enteras sin poder salir a cazar por culpa de las fuertes ventiscas de nieve.

Todo el clan estaba encerrado en sus casas, frente al fuego, para mantener el calor. Sasuke bullía de impaciencia porque el tiempo cambiase y esperando recibir noticias de Shisui.

El clima cedió a finales de la tercera semana de mayo y también llegó un mensajero con noticias de Shisui: habían llegado bien a Neamh Álainn y los preparativos para la batalla seguían en marcha. Shisui también se había encargado de escribir a los otros Lairds. El rey, por su parte, había mandado un  contingente de soldados leales al castillo de Neamh Álainn.

Habían perdido mucho tiempo por culpa de las largas nevadas y del frío y ahora Shisui estaba impaciente por ir a la guerra. En la carta le decía a Sasuke que se preparase y esperase sus órdenes.

A pesar de que Hinata sabía que ese día iba a llegar, la noticia la perturbó profundamente. No tenía ganas de que su esposo o su clan fuesen a la guerra, pero se mordió la lengua y se guardó sus inquietudes para sí misma. No quería preocupar a Sasuke, que ya tenía bastante con lo que se avecinaba.

A él se lo veía nervioso y a medida que pasaban los días se ponía más tenso y taciturno. Cuando se comieron la última pieza de venado que quedaba, reunió un grupo de cazadores y anunció que antes de que empezase la guerra saldrían a cazar tanto como pudieran.

Los guerreros Hyuga se habían contagiado de los nervios de su Laird y salir de caza era exactamente lo que necesitaban para vaciar las mentes antes de la batalla.

Sasuke estaba en el salón, con Juugo a su izquierda y su esposa a su derecha. Hinata y él tenían las manos entrelazadas y ella no quería soltarlo, porque tocarlo la tranquilizaba.

—Te quedarás aquí y cuidarás del castillo —le ordenó Sasuke a Juugo—. No cuento con recibir noticias de Shisui hasta dentro de unos días, pero si llegase un mensajero, manda inmediatamente a alguien a buscarme. No nos alejaremos mucho. Y cuida bien de Hinata en mi lugar.

—Por supuesto que sí, Laird. Espero que la caza sea fructífera y que volváis pronto —dijo el comandante.

Luego, alejándose, dejó a Sasuke solo con Hinata. Antes de que él pudiese decir nada, ella lo abrazó con todas sus fuerzas sin importarle quién pudiera verlos. Esta vez su esposo tendría que soportar recibir una muestra de afecto fuera del dormitorio.

Para su sorpresa, él le dio un beso largo y apasionado y le acarició las mejillas mientras se apartaba.

—Puedo ver en tus ojos que estás preocupada, esposa. Eso no es bueno para el bebé. Todo saldrá bien. Llevamos años esperando que llegue este día. La verdad es que estoy impaciente por entrar en combate.

—Sí, lo sé —convino ella en voz baja—. Ve a cazar y despéjate la mente antes de que tengas que cabalgar rumbo a la guerra con Yakushi. Tengo plena fe en ti y en tus hermanos y sé que saldréis victoriosos.

Los ojos de Sasuke brillaron de satisfacción al oír sus palabras. Se inclinó hacia adelante y volvió a besarla antes de salir al patio de armas, donde lo estaban esperando el resto del grupo de cazadores.

Hinata se quedó mirándolo y suspiró. Las próximas semanas serían una dura prueba. Odiaba que Sasuke y los hombres del clan tuviesen que librar aquella importante batalla tan lejos  de casa, mientras ella estaba en el castillo sin enterarse de nada. Ni siquiera sabría el resultado final hasta días más tarde.

Un día después de que la partida de caza se fuera, Neji entró cabalgando en el patio de armas cargado con varias piezas. Desmontó y fue a saludar a Juugo mientras Hinata esperaba nerviosa en los escalones de la entrada del castillo.

Tras hablar unos segundos con el comandante, el joven se acercó a ella.

—El Laird me ha dado un mensaje para ti, mi señora. Dice que la cacería está siendo un éxito y que confía estar en casa mañana cuando caiga la noche.

Hinata sonrió.

—Eres portador de muy buenas noticias, Neji. Pasa y entra en calor. Come un poco mientras se ocupan de descolgar las alforjas de tu caballo.

Dado que no habían recibido noticias de Shisui, Hinata al menos iba a poder estar unos cuantos días con su esposo antes de que éste tuviese que irse a la guerra. Era una noticia tan buena que incluso se le pasó el dolor de cabeza que tenía desde su partida.

Se pasaron la tarde preparando el venado para almacenarlo y Hinata descubrió un aspecto muy desagradable de su condición de mujer encinta. Hasta entonces no se había mareado ni un día. A decir verdad, exceptuando el cansancio de los primeros meses, tenía un embarazo muy poco interesante. Pero en cuanto se acercó al ciervo muerto, el olor de la sangre y de la carne cruda le revolvió el estómago.

Se puso en ridículo vomitando en medio de la nieve y, a pesar de que lo intentó por todos los medios, no pudo dejar de percibir aquel hedor que parecía haberle impregnado las fosas nasales.

Juugo la alejó de las mujeres que preparaban la carne y, paseando con ella, se la llevó por la nieve al extremo opuesto del patio de armas, desde donde podía ver el lago y respirar aire fresco.

—Ha sido humillante —masculló Hinata. Juugo sonrió.

—No, es normal en una mujer en tu estado. Creo que lady Uchiha vomitó desde que descubrió que estaba embarazada hasta que dio a luz. Suigetsu y yo nos pasábamos el día llevándole barreños.

Un grito proveniente de la puerta del castillo hizo que Hinata se olvidase de su malestar. El hombre y ella se volvieron al mismo tiempo y vieron a Hizashi entrar cabalgando en el patio de armas, con el rostro ensangrentado y su caballo resoplando por el esfuerzo.

En cuanto el animal se detuvo, el guerrero resbaló de la silla y se desplomó en la nieve.

El miedo golpeó a Hinata en medio del pecho y, antes de que el comandante pudiese detenerla, echó a correr, llegó donde estaba Hizashi y se arrodilló al lado del veterano soldado. Juugo llegó un segundo más tarde y la ayudó a tumbarlo.

Hizashi estaba medio inconsciente y perdía tanta sangre que la nieve se había teñido de escarlata. Tenía un corte muy profundo en el cuello y otro el hombro que casi le había separado el brazo del resto del cuerpo. Intentó abrir los párpados, hinchados a golpes, y separó los labios para hablar.

—No —susurró Hinata con los ojos llenos de lágrimas—. No hables, Hizashi. Quédate quieto hasta que consigamos detener la hemorragia.

—No, mi señora —consiguió decir—. Tengo que decirte esto. Es importante. Una emboscada. Una flecha acertó al Laird por la espalda. Nos estaban esperando y nos atacaron por la retaguardia.

—¡Oh, Dios! —se atragantó Hinata—. ¿Sasuke está vivo? ¿Dónde está? ¿Dónde están los demás?

—Kenji ha muerto —susurró Hizashi.

—¡Padre! —gritó Neji, corriendo hacia él. En cuanto llegó a su lado, se arrodilló y apoyó la cabeza del hombre en su regazo—. ¿Qué ha pasado?

—Shuu, tranquilo —le dijo Juugo al joven—. Nos lo está contando—El guerrero herido se humedeció los labios y gimió de dolor.

—El Laird se cayó del caballo, pero está vivo. Se lo llevaron.

—¿Quiénes? —quiso saber Hinata—. ¿Quién os ha hecho esto?

Hizashi la miró a los ojos con los suyos brillando con una profunda rabia.

—Tu padre, muchacha. Tu padre y los hombres que se fueron con él. Se lo han llevado a Kabuto Yakushi.

Princesa GuerreraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora