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Hinata no vio a su esposo en lo que quedaba de día. Sasuke ni siquiera se presentó a la cena y tuvo que comer sola en el gélido salón.

Odiaba sentirse así, sin saber cuál era su lugar en su propio clan. Se quedó dentro del castillo, tal como Sasuke se lo había ordenado, pero no porque él lo hubiese dicho, sino porque sencillamente no tenía ni idea de qué hacer o qué decirle a su gente.

La cobardía la atragantó. La comida que había estado intentando engullir se le quedó atascada en la garganta y a pesar de que lo intentó con todas sus fuerzas, fue incapaz de tragarla.

En su mente, Hinata pasaba de desear que Sasuke hiciese acto de presencia para poder insultarlo y recriminarle que la hubiese humillado delante de su pueblo, a querer que se mantuviese lo más lejos posible de ella para no tener que volver a verlo nunca más. O al menos hasta que hubiese recuperado el valor y supiese cómo proceder.

Enfadada consigo misma por ese repentino ataque de timidez, apartó el plato y se levantó de la mesa. No iba a quedarse allí sentada discutiendo consigo misma sobre si quería volver a ver o no a su esposo. Sasuke podía pudrirse en el infierno. Ella estaba cansada. Exhausta. Era hora de irse a la cama. Se mentalizó para pasar frío y abrió la puerta de su dormitorio. Éste no  tenía  chimenea,  pero tampoco ninguna ventana por la que pudiese colarse el viento. Cogió dos velas y volvió al salón para encenderlas con una de las antorchas de la pared.

La luz serviría para iluminar sus pequeños aposentos y eliminar un poco la sensación de frío, aunque sólo fuese en apariencia. Unas velas no podían proporcionar calor, pero le levantaban el ánimo y la hacían sentirse más cómoda.

Hacía tanto frío que decidió dejarse la ropa. Lo único que se quitó fueron las botas y luego se concedió el lujo de ponerse las medias de lana que le había tejido Natsu.

Suspiró al notar cómo el cálido tejido se deslizaba por sus pies. Flexionó los dedos y después se metió bajo las pieles de su cama.

Cerró los ojos de inmediato, pero no se quedó dormida. Tenía la mente saturada de imágenes de todo lo que había sucedido en las últimas semanas.

Si era sincera consigo misma, tenía que reconocer que sentía algo más que nervios. Estaba aterrorizada por su futuro. Por el futuro de su clan.

A pesar de que siempre se había vestido como un hombre y que le gustaba practicar con la espada mientras las otras chicas soñaban con casarse y tener hijos, Hinata también tenía sus propios sueños de mujer. Soñaba con vestidos bonitos y con que un día un guerrero sin parangón se enamoraría perdidamente de ella y se pondría de rodillas para jurarle lealtad y amor eterno.

Sonrió y se acurrucó bajo las sábanas. Sí, era un sueño precioso. Su guerrero no sólo la amaría más allá de la razón, sino que aceptaría sus defectos y se sentiría orgulloso de que ella fuese tan buena en el campo de batalla. Presumiría ante sus hombres de lo valiente que era su esposa. Una princesa guerrera de belleza y valor incomparables.

Lucharían hombro con hombro y después volverían al castillo donde ella se pondría los preciosos vestidos que él le habría regalado. Luego le serviría a su esposo una comida deliciosa y tras disfrutar de ésta, se sentarían frente al fuego y beberían un poco antes de retirarse a sus aposentos, donde él la abrazaría y le susurraría palabras de amor.

—Eres una idiota —masculló, odiándose a sí misma.

Ningún hombre aceptaría nunca a una mujer como ella. Los hombres querían a alguien como Izumi. Dulce, suave y con las aficiones propias de una dama. Como por ejemplo el arte de sanar o la habilidad con la aguja. O que supiera administrar un castillo y siempre tuviese la comida lista.

Princesa GuerreraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora