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—Los hombres están mejorando —le dijo Natsu a Hinata mientras las dos estaban en el balcón, observando el patio de armas.

—Sí, así es. Ahora están motivados. Me alegro, porque la guerra cada vez está más cerca.

Se pasó una mano por el vientre incipiente. La lucha era inevitable, pero no por ello dejaba de preocuparle. Se preocupaba por Sasuke, por su clan, por la familia de Sasuke. Se preocupaba por el futuro de su bebé.

—Estás arrugando la frente. ¿Te encuentras mal? Tal vez deberías tumbarte y descansar un rato.

Hinata negó con la cabeza. Sasuke se preocupaba por ella día y noche y había convertido en su misión personal asegurarse de que no tuviera que levantar ni un dedo para hacer nada. Por desgracia, esa obsesión también había contagiado a Natsu.

—Dime una cosa —le dijo—, cuando estabas embarazada ¿también te pasabas todo el día descansando?

La anciana frunció el cejo.

—Tenía trabajo que hacer, muchacha. Por supuesto que no me pasaba todo el día descansando—Al darse cuenta de lo que había dicho, miró mal a Hinata —Yo no estaba embarazada del próximo Laird del clan, ni tampoco era una mujer tan menuda como tú. Tu esposo se preocupa por ti. Deberías hacerle caso y descansar durante el embarazo.

—Ya descanso —masculló Hinata—. Todo esto es ridículo, pero tienes razón en una cosa, hay trabajo que hacer y necesitamos toda la ayuda posible para hacerlo, y sin embargo a mí me obligáis a quedarme de brazos cruzados. No tiene sentido. Estoy bien. No me he encontrado mal ni un solo día. Después del tercer mes, dejé de estar tan cansada.

—El Laird es un hombre muy decidido. No seré yo quien lo contradiga. Todo el clan sabe lo que siente por ti, muchacha, así que no seré sólo yo quien te recordará cuál es tu deber.

—Si no hago algo pronto, terminaré volviéndome loca. No puedo quedarme aquí encerrada día tras día, cambiando una silla por otra. Me pondré gorda y me volveré una vaga, ¿y sabes qué pasará entonces? Que Sasuke me dejará por una mujer más guapa.

Natsu se rió.

—Oh, vamos, niña, no estarás embarazada siempre.

Su marido se detuvo a mitad del entrenamiento y levantó la vista como si supiera que ella lo estaba mirando. Le sonrió y asintió para demostrarle que la había visto. Hinata sentía un extraño cosquilleo en el estómago siempre que él la miraba de esa manera. Aunque no le gustaba que la sobreprotegiese tanto, al mismo tiempo le daba un vuelco el corazón al pensar en lo mucho que se preocupaba por su bienestar.

Sasuke todavía no había dicho en voz alta que sintiera algo por ella, pero era obvio que a su corazón no le era indiferente.

—Algún día me dirás lo que quiero oír, esposo —susurró Hinata con convicción.

—¿Qué has dicho, muchacha? —le preguntó Natsu.

—Nada. Estaba hablando sola.

—Vamos. Está empezando a nevar.

Hinata permitió que la mujer la guiase de nuevo hacia el interior del castillo y las dos se dirigieron al salón, para calentarse junto al fuego.

A pesar de que al principio no le había hecho ninguna gracia aprender a manejar el castillo, después de que Sasuke insistiese en que debía quedarse dentro, Hinata decidió que tenía que encontrar algo que hacer; así que se había pasado muchos días sentada junto al fuego, escuchando las lecciones que Natsu le daba.

Ahora se sentó cerca de la chimenea y dejó vagar sus pensamientos, como hacía siempre que se quedaba a solas. Uno de los deberes que tenía la señora del castillo era asegurarse de que su esposo estaba bien atendido, satisfacer sus necesidades del mismo modo que él satisfacía las suyas.

Princesa GuerreraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora