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Hinata estaba de pie frente a la ventana de la torre de vigilancia, mirando el paisaje nevado. Hacía tres días que se había ido el grupo de caza y aún no había señales de que fuesen a volver.

La primera noche, uno de los guerreros más jóvenes volvió al castillo con un botín más que considerable. También trajo consigo las instrucciones de Sasuke sobre cómo debían preparar y almacenar la carne sobrante, después de cocinar una parte y servirla de inmediato a las mujeres y a los niños.

El resto del grupo seguiría cazando hasta que tuviesen provisiones de sobra para llenar la despensa.

Observó a los hombres que estaban entrenando en el patio de armas, siguiendo las precisas instrucciones de Sasuke. Hinata llevaba tres días reprimiendo la tentación de bajar y entrenarse con ellos. De momento seguía resistiendo y se había pasado esos días encerrada en el castillo, escuchando las inacabables instrucciones sobre cómo llenar una despensa y cómo organizar horarios de limpieza; por no mencionar las soporíferas normas de etiqueta o lo importante que era recibir bien a los huéspedes ilustres.

Como si fuesen a tener alguno en el castillo Hyuga...

Estaba claro que su esposo tampoco iba a volver ese día, a pesar de que todavía quedaban unas cuantas horas de luz. Hinata se moría de ganas de bajar al patio y desahogar su frustración con la espada.

El problema era que Natsu no iba a tener ningún problema en contárselo a Sasuke. Lo que significaba que no podía escaparse al patio de armas hasta después de decirle a la anciana que se retiraba a sus aposentos.

Se dio media vuelta y se sujetó los dos extremos de la capa antes de empezar a descender de la torre. Al llegar abajo, se encontró con una de las doncellas del castillo que sin duda Natsu había mandado a espiarla.

—Voy a retirarme a mis aposentos —dijo Hinata en voz baja.

—¿No os encontráis bien, mi señora?

Ella le sonrió a la joven, que era más o menos de su edad.

—Estoy bien, Hitomi. Sólo un poco cansada—La doncella le sonrió.

—No dormís bien desde que el Laird se fue. Volverá a casa pronto, mi señora, y con comida para todo el invierno.

Hinata le sonrió sin demasiadas ganas y se volvió hacia la escalera que conducía a los aposentos que compartía con Sasuke. A pesar de que los hombres todavía no habían aceptado a éste como Laird, las mujeres del castillo no parecían tener ningún problema al respecto. Fuera lo que fuese lo que su esposo había hecho para ganarse la confianza de los miembros femeninos del clan, había funcionado. Todas daban por hecho que los ayudaría a salir adelante y que le devolvería al clan Hyuga su grandeza.

Hinata pensó que si Sasuke de verdad lograba tales hazañas, ella se sentiría satisfecha con su matrimonio.

Y tendría motivos para estarlo.

Entró en la habitación, donde ya llevaba tres noches durmiendo sola, y la sorprendió ver la huella que ya había conseguido dejar su marido en esa estancia.

Sasuke no tenía demasiadas cosas. La verdad era que apenas se había llevado equipaje de su antiguo hogar. Pero si bien la habitación antes estaba prácticamente vacía y carecía de personalidad, ahora era claramente masculina, como si él la hubiese impregnado de su esencia.

Las pieles que había llevado del castillo Uchiha cubrían en esos momentos la cama. Eran unas pieles muy suaves y gruesas y Hinata ya se había acostumbrado a dormir cubierta con ellas. Las que tapaban las ventanas también habían sido sustituidas por otras de Sasuke.

Princesa GuerreraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora