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Hinata no pudo controlar la reacción que le causó la voz aterciopelada de Sasuke; se le puso la piel de gallina y dentro de ella nació un anhelo inequívocamente femenino. Entonces, él se puso en pie y la dejó en el suelo.

Antes de que Hinata pudiese asimilar qué era aquel vacío que la asaltó de repente al no tener las caricias de su esposo, Sasuke empezó a levantarle el vestido y a dejarle al descubierto primero los tobillos y después las rodillas.

Se sintió atrevida y pecaminosa y se quedó perpleja al comprender que le gustaba sentirse así.

¿Quién habría dicho que era una criatura tan sensual? Hasta entonces, nunca había atraído la atención de los hombres.

Un cosquilleo indecente le nació en el ombligo y fue subiendo. Y también le gustó. El pánico se instaló en su pecho en el mismo instante en que Sasuke le quitó el vestido por la cabeza.

Cubierta sólo con su atuendo más íntimo, la tela apenas servía de barrera para la mirada de él y los ojos de su esposo le quemaban la piel y la sonrojaban sin remedio. La observaba como si quisiera devorarla, como una bestia que tiene cercada a su presa. Hinata debería estar asustada, pero lo que de verdad sentía era... deseo.

—Tendría que ir más despacio y disfrutar de las vistas, pero soy un hombre impaciente y no puedo contenerme más. Sencillamente, no puedo, necesito verte. Tengo tantas ganas de tocarte que estoy temblando.

Hinata nunca había sido una mujer propensa a los desmayos, de hecho, nunca había tenido ninguno, pero en esos momentos las rodillas prácticamente no podían sujetarla y la cabeza le daba tantas vueltas que tenía miedo de perder el sentido.

No tenía ya percepción de la realidad. Se sentía como si estuviese flotando fuera de su cuerpo dentro de un sueño maravilloso del que no se quería despertar. Con la diferencia de que ella jamás tenía sueños tan eróticos y estaba claro que en los mismos no participaba nunca un guerrero tan magnífico como el que ahora tenía delante temblando de deseo por ella; mirándola como si fuera la única mujer sobre la faz de la Tierra.

Con una urgencia que hasta entonces no había mostrado, Sasuke le quitó la ropa que le quedaba y Hinata descubrió de repente que lo único que la cubría era la venda que llevaba alrededor de los pechos. El escalofrío que la recorrió no tenía nada que ver con el frío.

Sasuke observó el vendaje durante largo rato antes de mirarla a los ojos.

—Es pecado que escondas un tesoro tan deliciosamente femenino. ¿Te avergüenzas de ellos? 

Hinata se sonrojó, muerta de vergüenza.

—No, quiero decir, sí. Tal vez. Son un inconveniente —concluyó al fin—. Se ponen en medio de todo.

Sasuke se rió, una risa ronca y profunda.

—Dudo entre prohibirte que los escondas y ordenarte que sólo me los enseñes a mí.

—¿Te... te gustan?

—Oh, sí, cielo. A los hombres nos gustan estas cosas. Pero me gustarán más cuando te haya quitado esta venda.

Le dio media vuelta y soltó con cuidado el extremo del vendaje. Sujetando la tela entre los dedos, empezó a dar vueltas alrededor de Hinata, mientras iba enrollando la venda en su mano a medida que se la quitaba.

Sus pechos por fin quedaron en libertad y Sasuke la observó sin disimulo. Pero no se limitó a mirarle los pechos; Hinata estaba completamente desnuda y él se tomó su tiempo recorriéndola con la  mirada de la cabeza a los pies. Al terminar se detuvo en sus ojos.

—Eres magnífica —sentenció, con la respiración entrecortada.

Le deslizó las manos por el cuerpo, acariciándola con reverencia. Hinata sintió que empezaban a pesarle los pechos. Le dolían. Y los sentía muy apretados. Los pezones se le endurecieron hasta convertirse en dos puntas que suplicaban el tacto de Sasuke.

Princesa GuerreraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora