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Hinata se despertó angustiada. Le dolía todo el cuerpo, era como si la piel no fuese capaz de contenerla. Tenía los labios secos y vendería su alma a cambio de un vaso de agua.

—Oh, ya estás aquí —le dijo una voz.

—Oh, Dios, me he muerto, ¿no? —preguntó ella, enfadada.

—No, ¿por qué lo dices? —se rió la voz.

—Porque tienes la voz de un ángel.

Hinata abrió un ojo. Nunca se había imaginado que hacer algo tan insignificante pudiese dolerle tanto.

—Izumi —suspiró—. Estás aquí.

Entonces comprendió que no sabía dónde estaba y frunció el cejo. Miró a su alrededor y descubrió que se encontraba en sus antiguos aposentos del castillo Hyuga.

—Sí, estoy aquí. ¿Dónde iba a estar cuando mis seres queridos requieren de mis cuidados? 

Izumi se sentó en la cama a su lado y le acercó un vaso de agua.

—¿Te apetece beber un poco?

—Más que respirar — Su prima se rió.

—Un poco exagerado, ¿no crees?

Hinata estaba tan muerta de sed que vació el vaso sin importarle el dolor que le causaba beber. Cuando terminó, volvió a recostarse en la almohada y cerró los ojos un segundo para ver si así lograba  hacer retroceder los espasmos que empezaban a sacudirla.

—¿Por qué estoy aquí? —le preguntó a su prima.

No quería hacer indagaciones sobre por qué no estaba en la habitación con Sasuke, la habitación que habían compartido desde la noche en que su esposo fue a buscarla donde ahora se encontraba.

Izumi le pasó una mano por la frente y la acarició.

— Has pasado varios días ardiendo de fiebre. Quería que estuvieras en una habitación sin ventanas. El viento todavía es muy frío y tampoco quería que pasaras calor por culpa de una chimenea.

—Nada de lo que dices tiene sentido —le dijo Hinata, cansada. La joven le sonrió cuando volvió a abrir los ojos.

—¿Dónde está Sasuke? —hizo por fin la pregunta que había aparecido primero en su mente.

—Todavía no se ha despertado.

Hinata se levantó con torpeza y estuvo a punto de desmayarse del dolor que sintió en la espalda.

—¿Cuánto tiempo llevo aquí? —preguntó entre dientes, haciendo caso omiso de los intentos de Izumi de que volviera a la cama.

—El viaje de regreso os llevó dos días y te has pasado los últimos siete inconsciente por la fiebre.

El pánico cerró la garganta de Hinata. Tuvo que hacer acopio de toda su fuerza, pero logró apartar a Izumi de su camino y salir de la cama.

—¿Dónde está? —quiso saber, mientras se tambaleaba hacia la puerta.

—Dónde está ¿quién? Detente de una vez Hinata. Estás demasiado débil y todavía tienes fiebre.

Ella abrió la puerta.

—Sasuke —contestó—. ¿Dónde está?

—En sus aposentos, ¿dónde iba a estar, si no? Y ahora, vuelve a la cama. Por Dios santo, vas en camisón.

Hinata esquivó su mano y salió al pasillo, giró por la curva y se topó con Juugo plantado delante de la puerta de Sasuke. Y el comandante no se alegró de verla. Se acercó a ella y la sujetó antes de que le fallasen las rodillas y cayese al suelo.

Princesa GuerreraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora