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Hinata se apretó con cuidado el ojo que todavía tenía hinchado e hizo una mueca de dolor al tocar la zona más maltratada. Sasuke estaba en el patio de armas, dirigiendo el entrenamiento de los hombres. Se había ido después de asegurarse de que ella comía y tras recordarle que debía descansar.

La verdad era que a lo largo de la última semana había descansado más de lo que podía soportar. También se había recreado en su desgracia, se había deprimido, se había enfrentado a su miedo y a su fracaso. 

Y ahora... ahora estaba furiosa.

Furiosa con los hombres que habían entrado en sus tierras. Furiosa por la cobardía de Kabuto Yakushi. Furiosa por estar indefensa mientras la atacaban.

Ya no podía aceptar la imposición de su esposo de convertirse en la materialización de su fantasía sobre la esposa perfecta: dulce, abnegada, dócil y obediente. Hinata no era esa persona. Sasuke tendría que haberlo pensado mejor antes de casarse con ella, si de verdad le parecía tan poco aceptable.

Se vistió con sus pantalones y con la túnica que reservaba para ocasiones especiales. Era suave y no tenía manchas ni agujeros por ninguna parte y por fin le habían cosido el dobladillo.

Era de terciopelo rojo con bordados dorados. Había tenido que ahorrar durante tres años para comprársela, pero era la prenda más bonita que poseía.

Se sacudió el polvo de las botas y se pasó un dedo por encima de la zona que cubría el dedo gordo del pie; allí el cuero era tan fino que estaba a punto de agujerearse. Necesitaba un par nuevo, pero era un lujo que no podía plantearse cuando todo su clan llevaba botas iguales o más gastadas.

Eso no  impedía  que  soñase  con  lo  bien  que  le  sentarían  unas  nuevas.  Forradas  de  piel.

Prácticamente podía sentir que las llevaba puestas.

Se incorporó y de inmediato se llevó una mano al cuello para tocarse la zona dolorida. Todavía le costaba tragar y seguía teniendo la voz ronca. Probablemente ofrecía un aspecto lamentable, pero después de pasarse tantos días encerrada, por fin estaba lista para salir de su dormitorio.

Bajó la escalera y durante un segundo sintió un poco de pánico por abandonar la seguridad de sus aposentos. Se detuvo a la mitad, veía puntos negros y le costaba respirar.

Sentirse tan débil la ponía furiosa. Apretó los puños, cerró los ojos y respiró profundamente por la nariz.

Se había pasado demasiados días escondida, porque la mera idea de salir de su habitación la aterrorizaba, aunque jamás reconocería haber sentido tal debilidad. El ataque y los días siguientes al mismo habían sido la peor humillación que había sufrido en toda la vida.

—Mi señora, no tendríais que estar fuera de vuestros aposentos. ¿Necesitáis que os ayude a volver? ¿Deseáis algo? Será un placer ir a buscarlo.

Hinata levantó la vista y vio al comandante de Sasuke en medio de la escalera, bloqueándole el paso. La sujetaba con delicadeza por el brazo y la miraba preocupado.

Ella le apartó la mano y estuvo a punto de dar un paso atrás, pero se obligó a quedarse quieta y a mirarlo a los ojos.

—Estoy bien, y no, no necesito nada. Quiero ir abajo.

—Tal vez será mejor que esperéis al Laird. Iré a buscarlo y le diré que queréis abandonar vuestra habitación.

Hinata arrugó la frente.

—¿Acaso soy una prisionera en mi propia casa? ¿No se me permite salir de mi cuarto sin el permiso del Laird?

—Me habéis malinterpretado, mi señora. Sólo lo he sugerido porque me preocupa vuestro bienestar. Estoy seguro de que cuando vea que estáis lo bastante bien como para querer bajar, vuestro esposo querrá acompañaros.

Princesa GuerreraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora