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—¡Ay! —exclamó Hinata cuando Hana le puso otra horquilla en el pelo. Intentó frotarse la zona dolorida, pero Izumi le cogió la mano y se la alejó de la cabeza.

—Es importante que hoy estés perfecta —le dijo Hana.

—No entiendo por qué —masculló Hinata—. Si el rey quería darme las gracias, habría bastado con una reunión en privado. Toda esta pompa me pone nerviosa.

Sus cuñadas intercambiaron una mirada de complicidad y ella las pilló.

—¿Qué? ¿Qué estáis tramando vosotras dos? He visto cómo os mirabais—Izumi puso los ojos en blanco.

—Sólo queremos que estés impresionante. Has tardado mucho en recuperarte. Hoy hace un día precioso y tienes que brillar tanto como el sol.

—Eres una zalamera, Izumi Uchiha. Lo veo venir. Quieres halagarme para ver si así me olvido de esa mirada que he visto antes.

Hana se rió.

—Oh, Hinata, para ya. Deja que te vea.

Su cuñada se apartó y ella se pasó nerviosa una mano por el vientre. Izumi y Hana le habían soltado la cintura del vestido para que no le quedase demasiado apretado. El resultado, tenía que reconocerlo, era espectacular.

La prenda le caía flotando hasta los tobillos, ocultando su embarazo. Lo único que delataba su estado era la leve dilatación de la cintura. Y el vestido en sí era una obra de arte. Hinata apenas podía creerse que aquella maravilla le perteneciese.

Metros y metros de terciopelo ambarino con hilos dorados y bordados color cobre. Era un canto a los tonos del mismo atardecer.

A pesar de sus quejas, Hinata deseaba estar impresionante. Sí, quería que su esposo la mirase y no viese a nadie más. No estaba nerviosa por la visita del rey ni por la ceremonia de agradecimiento; a  ella sólo le preocupaba la reacción de Sasuke cuando la viese.

—Es la hora —dijo Hana.

—¿La hora de qué? —preguntó Hinata, exasperada—. Os estáis comportando de un modo muy raro, con tantos secretos.

Izumi le sonrió misteriosa y la cogió del brazo para guiarla fuera de la habitación.

—Tenemos que acompañarte al balcón que queda encima del patio de armas.

Las dos mujeres la cogieron una de cada brazo y se encaminaron con ella hasta la puerta que precedía dicho balcón.

Hinata entrecerró los ojos cuando la iluminó un rayo de sol, pero dejó que el calor se colase por sus poros. Le gustaba poder estar de nuevo en el exterior e inhaló profundamente la brisa perfumada. La primavera había tardado en llegar, pero por fin lo había hecho y la colina estaba completamente cubierta de verde. La nieve hacía días que había desaparecido y su espacio lo habían ocupado alfombras de colores.

Abrió los ojos y, al bajar la vista, vio que los guerreros Hyuga se habían reunido en el patio de armas

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Abrió los ojos y, al bajar la vista, vio que los guerreros Hyuga se habían reunido en el patio de armas. A la derecha se encontraban los hermanos de Sasuke y, junto a ellos, estaba sentado el rey, rodeado de sus guardias.

Hinata buscó a Hana y a Izumi para comentárselo, pero entonces descubrió que habían desaparecido y la habían dejado sola. Confusa, volvió a mirar hacia el patio de armas y vio a su esposo  dirigiéndose hacia el grupo de guerreros.

Pero no les habló a ellos, sino que volvió y se dirigió a ella. El lugar se quedó en silencio y Hinata tragó saliva, nerviosa, al no comprender qué estaba pasando.

Entonces la voz de Sasuke resonó con fuerza.

—Hinata Hyuga, hoy me presento ante ti porque reuniste a tus guerreros y viniste a salvarme  con un plan tan inverosímil como brillante. Arriesgaste la vida por mí porque me amas. Yo no puedo hacer nada tan grandioso como tú para demostrarte el gran amor que siento por ti. Una vez me dijiste que me exigirías estas palabras y que querías una parte de mi corazón que, según tú, te resultaba inaccesible. Lo cierto es que no hay, ni ha habido nunca, una parte de mi corazón que estuviese a salvo  de ti.

Hinata se sujetó de la balaustrada de piedra, se inclinó hacia adelante para deleitarse en la imagen que ofrecía su esposo y dejó que sus palabras le acariciasen los oídos.

—No, mi gesto no es tan grandioso como el tuyo. Tú estabas dispuesta a sacrificarlo todo porque me consideras tuyo y no estabas dispuesta a perderme. Yo cometí el  error de intentar cambiarte y convertirte en quien no eres. Intenté transformar a una mujer atrevida y valiente en una dama sosa y preocupada por los modales, porque creía que así estaría a salvo de ella. Fue el peor error que he cometido nunca y lo lamentaré hasta el fin de mis días. Voy a decirte ahora esas palabras, esposa: te amo. Amo a mi princesa guerrera. Lo confieso delante de mi rey y de mi clan. De nuestro clan. Para que sepas lo mucho que te quiero y lo mucho que te adoro tal como eres.

Un clamor de aprobación estalló en el grupo de guerreros, que levantaron sus espadas en el aire y empezaron a vitorear y a silbar.

Hinata se llevó un puño a los labios para no ponerse en ridículo delante de Sasuke echándose a llorar.

—Yo también te amo, mi tosco guerrero —susurró.

—He reunido hoy aquí a mi rey y a mi familia para rectificar un error —prosiguió él, cuando el jolgorio disminuyó. Entonces se volvió para incluir también a los soldados Hyuga en su discurso— Los Hyuga se merecen que su apellido continúe vivo. Fueron muy nobles y valientes al arriesgar sus vidas por un Laird que no comparte su nombre y por un rey que dividió a su clan.

Despacio, levantó de nuevo la vista hacia Hinata. El amor era tan palpable en los ojos de Sasuke, llenando de calor sus profundidades negras.

—Por todo ello, no voy a seguir siendo Sasuke Uchiha. De hoy en adelante, tomo el nombre de Sasuke Hyuga. Que nuestro clan tenga una larga vida y que la gloria que vivimos el día que la princesa guerrera nos guió a la victoria, se convierta en una leyenda que perdure para siempre.

Hinata se quedó boquiabierta. El silencio se hizo en el patio de armas, porque los guerreros, atónitos, se quedaron mirando a Sasuke. Las mujeres que habían acudido a escuchar el discurso se cubrían los labios con las manos. Algunas lloraban sin disimulo y otras se secaban los ojos con el delantal.

Shisui miró a su hermano con orgullo, mientras Hana, que ahora estaba junto a su esposo, se enjugaba las lágrimas.

Y entonces Hinata echó a correr. Entró a toda velocidad en el castillo y bajó la escalera sujetándose la falda con las manos para no caerse. Abrió la puerta de un empujón y allí estaba su esposo, delante de ella, del rey, de sus hermanos y de su clan.

Se detuvo un segundo antes de lanzarse a sus brazos, porque recordó que meses atrás él le había dicho que no debía demostrarle públicamente su afecto.

—Si tardas un poco más en bajar, te hubiese ido a buscar y te hubiese hecho el amor delante de todo el mundo —le dijo su esposo en voz baja.

Hinata se lanzó a sus brazos con un grito de alegría y él la cogió y le dio un beso del que los miembros de su clan seguirían hablando años más tarde.

Sasuke giró sobre sí mismo y dio vueltas con Hinata hasta que la risa de ella llenó el aire. El clan los rodeó y compartió su alegría. Cuando Sasuke por fin la dejó en el suelo, la mantuvo pegada a su torso y la miró a los ojos.

—Te amo, cielo. No hay ninguna parte de mi corazón o de mi alma que no te pertenezca.

—Me alegro, Sasuke Hyuga, porque soy una mujer muy posesiva y no pienso conformarme con menos. Te quiero todo para mí.

Él le sonrió y bajó la cabeza para volver a besarla.

—Ya veo. Me encanta.

Princesa GuerreraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora