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Hinata observó preocupada el patio de armas, donde Sasuke había alineado a un grupo de guerreros para volver a decirles que lo habían hecho mal. A los Hyuga no les gustaba que Sasuke los sermonease. Muchos miraban desafiantes al nuevo Laird, mientras otros lo contemplaban huraños y luego le demostraban el peor de los desprecios dándole la espalda.

Hizashi y Tokuma hacían todo lo que estaba en su mano para apoyarlo, pero ni siquiera ellos lograban convencer a sus hombres de que no se enfadasen.

Era muy difícil oírse decir a diario que eran inferiores. Pero todavía lo era más oír que no se estaban esforzando lo suficiente y que peleaban como mujeres.

La última comparación enfureció a Hinata, teniendo en cuenta que ella luchaba mejor que muchos hombres. No veía la necesidad de insultar a las mujeres para señalar las carencias de los hombres.

Hacía una semana de la partida del hermano de Sasuke y éste obligaba a los hombres a entrenar desde el amanecer hasta que se ponía el sol. Los guerreros eran cada vez más directos a la hora de mostrar su disconformidad con el Laird y lo desafiaban a diario. Hinata tenía miedo de que si las cosas seguían así, Sasuke pronto tendría que enfrentarse a una rebelión.

Se estremeció y se apartó de la ventana. No quería que su marido supiera que lo estaba observando. Él tenía unas ideas muy suyas sobre cómo tratar a sus hombres y no le gustaba que nadie interfiriese. Pero Hinata quería interferir y tranquilizar a sus guerreros. Quería recordarles el motivo por el que se estaban entrenando. Seguro que Sasuke se había dado cuenta de sus ganas, porque le había dicho claramente que no toleraría que se entrometiese.

Hinata volvió al salón y se detuvo frente a la chimenea, conteniendo un bostezo. Estaba agotada, a pesar de que prácticamente no había hecho nada en todo el día.

Llevaba días sintiéndose mal y al principio la había preocupado ponerse enferma, pero al final dedujo que lo único que tenía era cansancio. Los insaciables apetitos de su marido no la dejaban dormir demasiado. Apetitos que iban parejos a los suyos.

Se despertaba cada mañana con él dentro de ella, poseyéndola con una determinación implacable. Luego Sasuke siempre se iba dándole un beso rebosante de ternura después de hacerle el amor como un animal y la dejaba durmiendo.

Empezaban la noche haciendo el amor y la terminaban con esa posesión.

Hinata volvió a bostezar y se preguntó si tal vez no debería acostarse antes, teniendo en cuenta las horas que iban a pasarse haciendo el amor. No sabía cómo Sasuke era capaz de aguantar el ritmo de  entrenamientos que llevaba durante todo el día durmiendo tan poco.

Alargó las manos hacia el fuego para ver si así se quitaba de dentro el frío que la había calado hasta los huesos, y al mirar las llamas los párpados empezaron a pesarle más y más. No era propio de ella estar tan cansada.

Sacudió la cabeza para despejarse y vio a Juugo entrar en el salón.

—Mi señora, Sasuke está listo para la clase de hoy. Dice que si quieres hacerla te des prisa. Sólo tiene una hora libre mientras los hombres desayunan.

Ella frunció el cejo.

—¿Y él no piensa descansar?

Juugo la miró como si le hubiese preguntado una tontería. Sasuke tenía una resistencia sobrehumana.

—Iré por mi espada —dijo Hinata.

—Ya iré yo, mi señora. Tú ve con Sasuke.

Ella le dio las gracias y corrió hacia la puerta. En cuanto puso un pie fuera, reprimió un estremecimiento. Sasuke la reñiría por haberse olvidado el abrigo, pero era mucho más  fácil entrenarse sin él.

Princesa GuerreraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora