—Doctor, ¿cómo se encuentra nuestra hija?
El psiquiatra no estaba muy seguro de cómo hacer que los padres de Verónica se enteraran del real estado de la chica, sin hacerles daño. Prefirió no decirles que su progreso había sido nulo:
—Está avanzando de a poco. Ha logrado acostumbrarse al movimiento del hospital, aunque se mantiene separada de la gente. Aún no entabló amistad con nadie. Por desgracia en estos días sufrió otra crisis nerviosa.
—¿Volvió a llamar a Alter? —preguntó la madre de Verónica, que estaba intentando mantenerse fuerte, aunque no pudo evitar que se le escaparan algunas lágrimas al enterarse de las malas noticias.
—Sí. —El psiquiatra suspiró—. Esa alucinación es muy rebelde, y no ha desaparecido a pesar del tratamiento. Verónica está convencida de que nadie sabe de la existencia de Alter, y preferimos dejar las cosas así para que no se altere.
—¿Podrá recuperarse algún día? —musitó el padre de la chica, que se había mantenido con la mirada atenta en el médico, sin atreverse a hacer preguntas.
—Aún es muy pronto para decirlo, señor. —El psiquiatra prestó atención a las manos del hombre, que se retorcían en un gesto mecánico—. Ella no recuerda nada de su pasado, y tiene un importante bloqueo por lo que pasó...
—¿Usted cree que volverá a ser la de antes...?
Ni el psiquiatra, con sus años de experiencia, podía responder eso:
—Deben tener paciencia. Ella irá mejorando de a poco, pero es importante que no forcemos nada. Lo mejor es que esté tranquila, así que les pido que cuando la visiten no le hablen de su vida de antes.
—Sí, por supuesto —respondió el padre de Verónica—. Haremos lo que sea necesario para cuidar a nuestra hija...
***
La sala de visitas era un área espaciosa e iluminada, con varias mesas separadas entre sí para permitir la privacidad de los visitantes y de sus familiares internados. En una de ellas, los padres de Verónica la esperaban; no sabían por qué, pero aún no había llegado a pesar de que la hora de visita había empezado diez minutos antes.
Verónica aún estaba en su habitación, interrogando a Alter; había vuelto a olvidar a sus padres:
—¿Ellos están aquí?
—¡Por supuesto que están aquí! —respondió la alucinación, mientras le brindaba a Verónica una sonrisa tranquilizadora—. Ya te dije que vienen a verte todas las semanas. —Después le señaló la puerta—. ¡Vamos! No los hagas esperar.
Alter entró primero a la sala de visitas. Detrás de él, Verónica intentaba esconderse mientras observaba la mesa donde estaban sus padres.
—¡Hija...! —La madre se levantó para abrazarla, y Verónica se quedó rígida, sin saber qué hacer.
—¡Abrázala tú también! —La voz de Alter sonó como una orden, y la chica obedeció: colocó los brazos alrededor de la mujer, aunque no se atrevió a pegarse demasiado a ella—. ¡Salúdala! —volvió a ordenar Alter.
—Hola, mamá... —musitó Verónica.
La señora se emocionó al sentir un poco más de efusividad en el saludo de su hija. Verónica siempre había sido una chica cálida y afectuosa con ellos, y casi no podían reconocer su nueva personalidad, seria y reservada.
—Papá... —También fue a abrazar a su padre, que la sostuvo entre sus brazos por unos segundos, hasta que sintió la tensión de su cuerpo y la soltó, apenado.
—Cuéntanos, querida, ¿cómo te sientes?
Después de unos segundos de mirar a un costado, la chica respondió:
—Bien, muy bien. Todos me tratan con cariño, y estoy tranquila.
—¿Y la comida es buena? —le preguntó su madre, que había prestado atención a la ligera pérdida de peso de su hija.
—Sí, es buena. No paso hambre...
Después de un rato de una charla tensa, entrecortada con largos silencios, el tiempo de visitas se terminó y, antes de irse, la señora le extendió una bolsa a su hija:
—Te trajimos las cosas que te gustan, además de algunos artículos de higiene, que nos dijeron que necesitabas. La semana que viene te traeremos un poco más de ropa de abrigo, ya que está empezando a hacer frío.
—¿La semana que viene? —les preguntó la chica, sin esperar a que Alter le dictara lo que tenía que decir—. ¿Van a volver en una semana?
—Hija, nosotros venimos todas las semanas... —La frase del padre fue interrumpida por su esposa, que lo tomó de un brazo y le hizo que no con un gesto, para que no siguiera hablando—. ...pero tú no debes preocuparte por esas cosas...
Cuando los dos se retiraron después de darle otro efusivo abrazo, Verónica se quedó parada en el medio de la sala de visitas, con su bolsa en la mano. Recordó vagamente que nunca le habían faltado sus productos de higiene personal, ni los snacks o dulces que solía comer de noche, cuando ya estaba en la cama.
—¿Ellos siempre traen estas cosas? —le preguntó a Alter.
—Ya te dije que sí, pero tú olvidas sus visitas —le recordó su alucinación.
Verónica abrió la bolsa para observar lo que tenía adentro, y revolvió los paquetes. Escondido entre ellos y casi en el fondo, había un pequeño sobre de papel.
—¿Qué es esto? —volvió a preguntar, mientras le mostraba a su alucinación lo que había descubierto.
—¡Escóndelo rápido, que no lo vean! —gritó Alter, alarmado. Verónica se asustó y soltó el sobre dentro de la bolsa—. ¡No, en tu bolsillo, porque los enfermeros van a revisar la bolsa! —Verónica pasó el sobre a su bolsillo con rapidez, y salió de la sala de visitas. Afuera, uno de los enfermeros le pidió la bolsa, para asegurarse de que no tuviera algún elemento prohibido en la institución, y luego se la devolvió, intacta.
En su habitación, Verónica se puso a comer un trozo de chocolate de la bolsa y, aprovechando que tenía un rato libre para descansar, tomó el sobre para leer su contenido.
—No lo abras ahora —le ordenó Alter—. Pueden entrar las enfermeras, y si te descubren con eso ya sabes cómo se ponen...
Verónica obedeció; tiró el sobre a los pies de la cama. Lo que podía contener no le provocaba ninguna curiosidad.
—¡No lo tires ahí porque lo van a encontrar! —La voz de Alter se había elevado demasiado, como si tuviera miedo—. Mejor guárdalo en el fondo del cajón de tu ropa. Allí nadie revisa...
—Está bien... —dijo la chica, y abrió el cajón, que estaba demasiado lleno y con la ropa amontonada y con arrugas. Una cosa que parecía ser una blusa salió disparada hacia el suelo. Alter se rió del fastidio de Verónica, pero le pidió que sacara el resto de la ropa. Con un gesto impaciente, ella sacó el cajón y lo vació completo sobre la cama—. No sé por qué tengo tantas cosas. Voy a tirar todo a la basura... —Volvió a mirar la pequeña montaña de prendas que se habían formado sobre la colcha, y allí descubrió una docena de sobres iguales al que había recibido en la tarde, todos sin abrir. Mientras Alter, molesto por el desorden, la obligaba a doblar prenda por prenda para acomodarlas otra vez en su lugar, le indicó que escondiera los sobres debajo del cajón. La chica obedeció sin chistar.
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Mente traicionera
Fantasy⭐ Historia finalista en los Wattys 2023. Verónica está internada en una clínica psiquiátrica con un diagnóstico de esquizofrenia y amnesia. Su única compañía es una creación de su propia mente que la ayuda a recordar quién es, pero le oculta, por su...