Epílogo

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Después de dos tranquilas semanas en Dublín, Verónica y Marcos volvieron a su país. Como suponían, cuando entraron en su empresa se encontraron con un caos: Blanca estaba medio histérica, sumergida en trabajo atrasado que no entendía, y su pobre esposo corría tras ella, ayudando en lo que podía.

—¡Ay, amiga, lo siento! —exclamó Verónica, al ver la cara de cansancio en el rostro de los esposos. Marcos también se sintió culpable: al fin y al cabo hacía poco que era socio, y ya se había ido de vacaciones:

—Fue una irresponsabilidad de mi parte, Blanca. Lo siento...

—Ya, ya... —respondió Blanca, impaciente—. Lo importante es que lo hayan pasado bien, y si vinieron descansados, ¡empiecen a trabajar ahora mismo!

Los escritorios de la pareja estaban llenos de carpetas; los secretarios habían hecho todo lo que podían, pero había muchas cosas que requerían la supervisión directa de Verónica y Marcos. Cuando la chica prendió su computadora, vio que además tenía muchísimas consultas legales para responder:

—¡Vamos a tener que hacer horas extras durante un mes para arreglar esto! —se quejó. Su secretario le respondió, avergonzado:

—Lo siento mucho, Verónica. Los casos que son de tu especialidad se acumularon, y después todo se salió de control...

—¿Y por qué no me llamaste a Dublín? Podría haber trabajado desde allá...

—Pensé en llamarte, pero Blanca no me lo permitió. Ella quería que tú y Marcos descansaran.

—Está bien —disgustada, la chica trató de armarse de paciencia—. Lo único que podemos hacer es ponernos a trabajar.

En los días siguientes, ella y Marcos apenas se vieron en el horario de trabajo. Llegaban a su apartamento sin ánimo más que para darse un baño, cenar y dormir hasta el día siguiente. La madre de Verónica había ido a visitarlos y los encontró comiendo algo comprado en la calle y, recriminándoles que no le hubieran avisado, se puso a cocinar para ellos. Luego de una tarde de trabajo, el refrigerador de los chicos quedó lleno de comida congelada.

—Tu madre es un ángel caído del cielo... —Marcos estaba muy agradecido de no tener que agregar la preparación de alimentos al montón de trabajo que tenían. Puso comida para los dos en el microondas.

—Pobre mamá... —respondió la chica—. Encima de que por mi culpa tuvo que pasar varios meses metida en un pueblo olvidado, ahora tiene que trabajar cocinando para nosotros...

—Es verdad —concordó el chico—. Ellos también han pasado momentos duros. ¿No te gustaría hacerles un buen regalo?

Verónica recordó que a ellos siempre les habían llamado la atención los cruceros, pero jamás habían tenido la oportunidad de experimentar una travesía por mar.

—¡Un crucero! —exclamó, sorprendiendo a su pareja.

—¿Un crucero? ¿Estás segura?

—Sí. ¡Eso les va a encantar! —volvió a exclamar la chica, con entusiasmo.

                                                                        ***

Marcos estaba en su oficina. El ritmo de trabajo se había normalizado después de que se pusieron al día. Verónica entró corriendo y agitando su celular:

—¡Mira, amor! ¡Llegaron más fotos! —Ella le puso el aparato delante de la cara. La imagen era muy cómica: sus padres estaban al borde de una piscina, en el barco, sosteniendo en alto unas bebidas llenas de adornos con frutas y sombrillas de papel, y vistiendo unos extraños sombreros regionales. Se los veía tan felices, que Marcos se contagió de la alegría de su pareja:

Mente traicioneraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora