Marcos intentó rearmar en Dublín los pedazos que habían quedado de su vida , pero no lo consiguió.
Después de casi tres años, su mente se había estancado: sus recuerdos afloraban cada vez que se miraba al espejo y veía la cicatriz de su cuello, el recordatorio de todas las cosas que había hecho mal: abandonar a Verónica en su peor momento, y dejar a sus suegros desamparados.
Ya no podía hacer nada: había tomado una decisión que no tenía vuelta atrás. Ni siquiera se animaba a llamar por teléfono para averiguar sobre la salud de Verónica. Estaba seguro de que nadie le iba a decir nada.
Con la mente en caos, intentó trabajar en cualquier cosa para procurarse un sustento, pero en un intento de olvidar había comenzado a beber alcohol, y no logró durar en ningún trabajo. Al final tuvo que recurrir a la ayuda de Pablo, que lo recomendó para un puesto de ayudante de limpieza en el hotel en donde trabajaba.
El propio Pablo tuvo que encargarse de que su amigo cumpliera con el horario de trabajo: lo iba a buscar por las mañanas y tenía que llamar a la puerta de su apartamento a los gritos, porque Marcos aún no se había levantado. El apartamento donde vivía era un tiradero que apestaba a cerveza rancia y a encierro.
Después de obligarlo a darse un baño y tomar un café fuerte, Pablo lo arrastraba al trabajo. Ya lo había cubierto una cantidad de veces cuando no lograba sacarlo de la cama porque aún no se le había pasado la borrachera, y también cuando hacía su trabajo a medias. En cualquier momento iban a despedirlo, y su vida se iba a ir en picada.
***
Marcos salió del trabajo y se fue a su apartamento a pie, como hacía todas las tardes. Compró unas cervezas por el camino, que le iban a servir de cena. Ya no sentía apetito: almorzaba en el hotel porque Pablo lo obligaba, y en el refrigerador de su apartamento, aparte de más cerveza, no había nada que fuera comestible.
Frente a su puerta, maniobró con torpeza las latas de cerveza para buscar el llavero en su bolsillo; le costó encontrar cuál era la llave que le correspondía, y cuando la halló y la metió con dificultad en la cerradura, oyó un grito a sus espaldas:
—¡¡Marcos!!
Después de la sorpresa, se dio cuenta de que reconocía esa voz, pero no pudo darse vuelta y enfrentar a quien le había gritado.
***
Unos días antes:
—Blanca, ¿puedes ayudarme con algo?
—Si, Vero. Dime...
—Necesito tus conocimientos de informática para que me ayudes a encontrar a alguien.
—Seguro. ¿A quién quieres encontrar?
—A Marcos, mi expareja.
—¡¿Eh?! —exclamó Blanca—. Pero, pero no...
—No te preocupes —le dijo su amiga, para que se tranquilizara—. Fue un consejo de mi psiquiatra. Tengo que enfrentar mis conflictos y saber por qué me abandonó, ¿entiendes?
—Pero... Él se fue del país hace años —objetó Blanca. La idea de la psiquiatra no le pareció nada buena; por el contrario, le parecía pésima—. No va a ser tan fácil rastrearlo...
—Confío en ti. Sé que puedes hacerlo.
Blanca se guardó sus opiniones; ya conocía el tono tranquilo y firme de su amiga. Verónica había tomado una decisión, y nadie iba a lograr que cambiara de idea.
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Mente traicionera
Fantasy⭐ Historia finalista en los Wattys 2023. Verónica está internada en una clínica psiquiátrica con un diagnóstico de esquizofrenia y amnesia. Su única compañía es una creación de su propia mente que la ayuda a recordar quién es, pero le oculta, por su...