Capítulo 23- Rencores

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—¡Teclea, Marcos!

—No quiero... Primero dame un beso.

—¡Si no trabajas voy a despedirte! —exclamó Verónica, con un fingido tono severo. Pero pocos segundos después estaba en sus brazos, y le daba un beso lleno de cariño.

—Muy bien... ahora sí trabajaré... —susurró el chico, casi sin aire.

—Ni lo sueñes —musitó Verónica, con los ojos cerrados—. Quiero otro beso...

No podían soltarse: tenían que hacer un esfuerzo enorme para seguir trabajando. Las consultas de los clientes se acumulaban, y tenían que ser más disciplinados para ponerse al día.

Las respuestas cargadas de términos legales de la abogada y el furioso tecleo de Marcos, que solo se detenía para tomar un trago del té de hierbas con el que había logrado sustituir al alcohol, y que la chica le preparaba sin dejar de dictarle a los gritos desde la cocina, eran lo único que se escuchaba en el apartamento durante las horas de trabajo. Pero cuando cumplían el horario soltaban todo y se prometían no volver a hablar de leyes hasta el día siguiente, y disfrutar de su vida juntos.

—Marcos, se me ocurrió algo, —Estaban paseando por la orilla del río Liffey, aprovechando el clima que ya no era tan frío: los días se habían hecho más largos, y los pájaros volvían de a poco a la ciudad: pronto llegaría la primavera—, ¿y si regresamos a nuestro país?

El muchacho también había pensado en la posibilidad de volver, aunque lo detenía recordar a Alejandro, del que ya no habían vuelto a tener noticias. Su temor era que en su país Verónica no iba a necesitarlo como asistente, y él tendría que buscarse otro trabajo; ya no iban a estar todo el día juntos, como en Dublín, y el hombre mayor tendría oportunidad de acercarse a ella. La posibilidad de que ese hombre despechado y celoso le hiciera daño, hizo que Marcos le respondiera a su pareja con una triste seña negativa:

—No podemos volver por ahora, amor. Alejandro...

—¿Alejandro qué? ¡¿Tú crees que no soy capaz de enfrentarme a él?! —Verónica lo miró con una expresión extraña—. ¡Jamás permitiré que se te acerque!

Marcos se dio cuenta de que ella tenía los mismos temores que él:

—No me entendiste, amor —le aclaró—. Yo no le tengo miedo a ese hombre, pero tampoco quiero que tú corras riesgos en nuestro país. Ya no voy a poder estar contigo para cuidarte, y él podría acercarse a ti...

La chica lo miró con el ceño fruncido:

—¿Y por qué no vamos a estar tanto tiempo juntos? —le preguntó.

—Porque tú tienes a tu secretario y no vas a necesitarme más —le respondió él, con la voz apagada—. Tendré que conseguir otro trabajo...

—¡Pero si serás tonto...! —exclamó Verónica, molesta—. ¿Ya te estás despidiendo solo, sin pensar en lo importante que se ha vuelto tu trabajo para mí? ¡Ni se te ocurra la idea de que vas a trabajar en otro lugar que no sea en mi empresa! Además necesito un guardaespaldas... —le aseguró, en tono de broma.

Marcos se sintió aliviado: iba a disfrutar de la compañía de su pareja, y podría cuidarla como deseaba. Le siguió la corriente:

—Administrativo con servicio de guardaespaldas es otro precio. Voy a pedirte un aumento...

—¡Ni lo sueñes! —Verónica lanzó una carcajada, y Marcos la acompañó con una risa tan fuerte, que algunas de las personas que caminaban por la rambla se quedaron mirando a la pareja, con curiosidad.

                                                                                     ***

—Hija, ¿cómo estás? —le preguntó la madre de Verónica. El padre, sentado a su lado, saludó a la chica con la mano a través de la pantalla de la laptop. Los mayores observaron con alivio a la chica, que se veía alegre y mucho más repuesta.

Mente traicioneraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora