Capítulo 7- Revelaciones

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«Verónica: sé que aún no has podido acordarte de mí, pero tu psiquiatra me permitió escribir esta carta para contarte sobre nosotros. Cuando nos conocimos tú eras estudiante de primer año de derecho y estabas buscando un libro bastante difícil de encontrar, que trataba sobre leyes antiguas. En aquella época yo trabajaba en una librería, y un día tú llegaste y te pusiste a mirar los libros, buscando el que necesitabas. Cuando por fin te acercaste a mí y me miraste antes de preguntarme si lo tenía, ni siquiera pude escuchar tu pregunta. Con el tiempo nos reímos mucho de ese episodio, porque tuviste que repetir un par de veces el nombre del libro antes de que yo dejara de prestarle atención a tus ojos para escuchar lo que me decías.

»Por desgracia ese libro era muy difícil de conseguir, y no estaba en la librería, pero yo me propuse ayudarte a encontrarlo. Así fue que, con la excusa de hallarlo, volvimos a vernos, y finalmente me atreví a invitarte a salir. Tú aceptaste, y a pesar de que tiempo después encontramos el libro, habían surgido cosas entre nosotros, y ya no quisimos separarnos.

»Un tiempo después nos fuimos a vivir juntos. Pero tú, que mientras habías vivido con tus padres estabas dedicada exclusivamente a los estudios, que ya te daban bastante trabajo, quisiste conseguir un empleo y no permitiste que yo mantuviera nuestra casa mientras tú culminabas la carrera. En el último año antes de recibirte estabas tan sobreexigida que dejaste de dormir, y por eso te enfermaste.

»Hace unos meses que estás internada, pero nunca me permitieron verte porque no me recordabas. Cometí un error al enviarte las cartas sin autorización de tu psiquiatra, pero me alegra que las hayas conservado y que las leyeras. Todas las cosas que escribí en ellas son verdad. Te extraño mucho, y quiero que te mejores. Espero verte pronto; Marcos».

La carta fue muy difícil de escribir para el muchacho: eran demasiadas las cosas que no podía decirle a su pareja. El psiquiatra le había advertido que no escribiera nada acerca del episodio psicótico; solo podía hablarle del pasado, para que ella se tranquilizara antes de su encuentro. Cuando el doctor finalmente aprobó la carta, que Marcos tuvo que reescribir varias veces hasta dejarlo conforme, se la entregó a la chica en una de las sesiones de terapia:

—Verónica, sé que quieres ver a Marcos, y por eso le pedí que te escribiera ésto, para contarte algunas cosas de su vida antes de que se vean —le dijo el médico mientras le extendía el sobre.

—¿Él la escribió para mí...? —preguntó Verónica. No sabía por qué, pero la ansiedad hizo que le temblaran un poco las manos mientras las extendía para sujetar la carta.

—Sí, así es —respondió el médico—. Léela con cuidado, y si recuerdas algo nuevo, dímelo.

Cuando Verónica salió del consultorio, Blanca la estaba esperando:

—¿Vamos a jugar ajedrez, Vero?

—Más tarde, amiga. Ahora tengo algo que hacer...

—¿Puedo ir contigo? Estoy aburrida y no quiero estar sola —le rogó Blanca, con cara de cachorro abandonado. Pero Verónica tenía urgencia por leer la carta de Marcos, y no le hizo caso:

—Lo siento —le dijo—, pero ahora no puedo. Te prometo que te acompañaré más tarde y jugaremos una partida, ¿está bien?

—Está bien... —Un poco desilusionada, Blanca se dio media vuelta y se fue a la sala de juegos. Buscaría a otro rival para sus partidos, segura de que se iba a aburrir ganándole.

Verónica se apresuró a llegar a su dormitorio, pero allí se encontró con una sorpresa: Alter había regresado.

—Hola —la saludó, con su sonrisa de siempre—. ¿Me extrañaste?

A Verónica no le agradó verlo de nuevo: intentó cerrar los ojos y concentrarse en otra cosa, para ver si lograba hacerlo desaparecer, pero cuando volvió a abrirlos la alucinación seguía allí, sonriendo con ironía, como si supiera que todos los intentos de la chica por ahuyentarlo iban a ser inútiles.

—¿Por qué volviste justo ahora? —exclamó ella—. ¡Vete! ¡No quiero verte...!

—¿Qué clase de recibimiento es ese, para tu mejor amigo? —le respondió Alter, sin dejar de sonreír—. ¿O me vas a decir que Blanca es mejor amiga que yo?

—¡Blanca es real, y tú solo eres un producto de mi imaginación!

Alter se burló de ella:

—¡Ahh...! ¡Ahora sólo quieres estar con gente real...! ¡Cuando estabas sola y dependías únicamente de mí, no querías que me fuera de tu lado...! ¿Ya te olvidaste de eso?

—¡Tú no existes, Alter! —gritó la chica, desesperada—. ¡Solo estás dentro de mi cabeza!

—Y si solo estoy dentro de tu cabeza, ¿por qué me respondes? —Alter volvió a burlarse de ella—. ¡No me hagas caso, entonces! Has de cuenta que no existo...

—¡Vete al infierno, Alter!

—De ninguna manera. Quiero saber lo que dice la carta de Marcos.

Verónica no sabía qué pensar: después de tanto tiempo estaba segura de que Alter se había ido para siempre, y ahora que lo tenía frente a ella, tan nítido y claro como antes, sintió que su cordura la estaba abandonando de nuevo. Salió corriendo de su habitación y dejó abandonadas la carta y su diario. Un rato después se había olvidado de todo, y deambulaba por los pasillos de la clínica, intentando esquivar a la gente. Una enfermera, que la vio actuar de forma extraña, la llevó al consultorio del psiquiatra, del cual había salido hacía menos de una hora.

El médico no pudo entender qué le había ocurrido a la chica: en un rato había retrocedido hasta quedar casi en el estado en el que había ingresado a la clínica.

—Verónica —le preguntó—, ¿recuerdas cuándo fue la última vez que nos vimos?

—No lo sé... —respondió la chica, que se había dejado caer en el sillón como si fuera un maniquí roto—. No me acuerdo...

—¿Dónde está tu diario? ¿Lo olvidaste en la habitación?

—¿Qué diario...?

El doctor creyó adivinar lo que sucedía:

—¿Alter está contigo?

Verónica intentó disimular mientras miraba de reojo hacia su costado:

—Yo no conozco a nadie que se llame Alter...

El psiquiatra suspiró: el retroceso de la chica había sido enorme. Sabía que la pregunta que le tenía que hacer era inútil, pero igual lo intentó:

—Dime, ¿leíste la carta de Marcos?

Verónica lo miró por unos segundos, sin entender, y luego miró hacia su costado.

—Dile que no sabes de qué está hablando —le dijo Alter, que, como siempre, estaba a su lado, dictándole sus respuestas.

—No sé de qué está hablando, doctor... —repitió ella, como una autómata.

Cuando Verónica volvió a su habitación encontró sobre la cama la carta y el diario, pero no les dio importancia; tomó ambas cosas y las guardó en el mismo lugar en donde estaban las esquelas que le enviaba Marcos todas las semanas.

Mente traicioneraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora