Capítulo 19- Historia

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Marcos tenía el estómago cerrado, pero Verónica seguía poniendo comida en su plato, tratando de que se alimentara.

—¡Come más! —exclamó Alter, como si el muchacho pudiera escucharlo.

—Come más —repitió Verónica.

—Ya no puedo —se quejó Marcos, que no había podido probar más que un par de bocados—. ¡En serio!

—Arruinaste tu estómago con tanto alcohol —lo regañó la chica—. Por eso ahora no puedes comer.

—Sí, soy un tonto... —Marcos observó la comida de su plato, que se veía apetitosa. Pero ya no podía probar otro bocado.

—¿Quieres pasar a los postres? —le preguntó Verónica, con un tono algo más suave—. Tal vez un helado te caiga bien...

A medida que la chica trataba a Marcos con más amabilidad, Alter se volvía más quieto y silencioso. Pronto Verónica se olvidó de él. Un postre liviano le cayó bien al estómago de Marcos, que se sintió mejor. Su instinto le decía que debía huir de Verónica y refugiarse en su apartamento y en el alcohol, pero ella nunca se lo iba a permitir. Resignado, comenzó a hacerle preguntas:

—¿Cuánto hace que te dieron de alta?

—Casi tres años —respondió ella—. Poco tiempo después de que tú te fuiste, mi madre comentó sin querer que yo te había lastimado. En ese momento tuve una crisis, y cuando desperté mi memoria había vuelto, aunque nunca recordé el brote psicótico...

Verónica estaba mentalmente preparada para saber lo que había ocurrido aquella noche. Alter, a su lado, asintió con la cabeza:

—Puedes preguntarle lo que quieras.

—Marcos... —musitó Verónica—. ¿Es verdad que quise matarte...?

—¡No! —gritó el muchacho. Algunas personas de las mesas contiguas lo miraron, sorprendidas—. ¡¿De dónde sacaste ese disparate?!

—Fue lo que me dijeron. ¿Puedes contarme la verdad de lo que ocurrió aquella noche...?

                                                                           ***

Verónica pasaba días enteros sin dormir. Por la noche daba vueltas por el apartamento; había perdido su trabajo en la imprenta y también la voluntad de seguir estudiando, y Marcos hacía horas extras en un desesperado intento por mantener su hogar en pie sin pedirle ayuda a nadie. Cansado como estaba, una noche se despertó y no la encontró a su lado. Cuando la vio en la sala, la chica hablaba sola y parecía asustada. Intentó llevarla de nuevo a la cama, pero Verónica tenía los nervios crispados y era muy difícil hacer que se quedara quieta.

—Mañana vamos a ir al hospital, Vero, para que te vea un médico y te receten algo para dormir. No puedes seguir así... —le pidió Marcos.

—No quiero —dijo ella—. Estoy bien.

—No, amor, no lo estás. ¡Necesitas dormir, por favor, linda! —le rogó el chico—. ¡Déjame ayudarte!

—Está bien, mañana... —aceptó Verónica. Pero al otro día se negó a ir a atenderse.

Marcos no tuvo más remedio que hablar con los padres de Verónica. No quería preocuparlos, pero nunca la había visto tan mal como la última noche. Entre los tres planearon una forma de llevarla al hospital sin que se diera cuenta, pero nunca tuvieron oportunidad: esa noche, cuando Marcos llegó a su casa, se encontró con un desastre: delante de su puerta había varios vecinos, alarmados y hablando entre ellos. Cuando lo vieron llegar, trataron de detenerlo:

Mente traicioneraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora