Capítulo 27- Consecuencias

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Marcos se iba a encargar de arreglar el nuevo apartamento que había alquilado junto con Verónica. Aunque al principio pensó en imitar el estilo del que habían tenido, después se decidió por algo completamente distinto: no quería que nada de su presente les fuera a revivir antiguos y dolorosos recuerdos. Verónica lo dejó hacer las cosas a su gusto: sabía que su pareja necesitaba sanar sus heridas, y pensó que armar un nuevo hogar lo iba a ayudar a perdonarse por haber destruido el anterior. En pocos días lo vio tan feliz como antes, mientras sus ideas tomaban forma. Pero con el correr de los días, Marcos comenzó a mostrarse disgustado:

—Vero, ¿quieres ayudarme a elegir el color de los sillones y la alfombra de la sala?

—Elige el que tú quieras, amor —le respondió ella, ocupada con su computadora—. Tú tienes muy buen gusto. La sala quedará perfecta.

Él la miró, contrariado: había pensado en arreglar el apartamento con su pareja, al gusto de los dos. Pero a Verónica no parecía interesarle el proyecto.

—¿Acaso no piensas ayudarme? ¡También es tu apartamento! —protestó—. ¿O no te interesa?

Verónica apartó los ojos de la pantalla y lo miró, extrañada:

—¿Qué te pasa? —le preguntó, sorprendida por su reproche—. ¿Por qué me hablas así?

—Es que no sé... —se quejó Marcos—. Cada vez que te pido opinión de algo, me dices que lo haga como yo quiera. Es como si no te interesara...

—Pero, ¡amor...! —objetó Verónica—. ¡No es así! Pensé que necesitabas hacer esto por ti mismo, para sentirte mejor. —La chica trató de contener la risa porque sabía que iba a provocar otro disgusto de su pareja—. Si quieres que te ayude, lo haré. Pero no te va a gustar..

—¿Por qué? —Marcos no pudo comprender la actitud burlona de Verónica: fiel a su estilo franco y directo, ella le respondió lo primero que le vino a la cabeza:

—Porque algunas de las cosas que elegiste son francamente espantosas.

—Pero... ¡Verónica! —Ofendido tal y como la chica había previsto, Marcos tuvo que soportar también sus estruendosas carcajadas.

En pocos días, y colaborando juntos, pudieron tener listo el apartamento, un lugar totalmente nuevo para empezar su nueva vida.

                                                                                    ***

Blanca tenía un juego de ajedrez en su oficina. Su mejor contendiente siempre había sido su socia, con la que solía enfrascarse, cuando tenían tiempo, en alguna partida mientras elaboraban nuevas ideas para su empresa. Para la menor de las chicas no había mejor tormenta de ideas que las que se producían durante esas furiosas competencias con su amiga.

—Vero... estaba pensando que... —A partir de esa frase comenzaba una larga charla, que a veces derivaba en una discusión sobre el rumbo que le podían dar a la empresa, a medida que se modernizaba y los servicios que ofrecían iban aumentando.

Los empleados de la empresa de asesoría legal estaban acostumbrados a esos encierros de las socias, que podían durar un par de horas y que ocurrían una o dos veces a la semana. Si escuchaban gritos o discusiones, ya no les prestaban atención: sabían que de esas reuniones para jugar ajedrez siempre salían buenas ideas, y que las dos se querían demasiado como para pelearse, a pesar del explosivo carácter de Verónica y de la ansiosa personalidad de Blanca. Marcos, que no estaba acostumbrado, se puso nervioso la primera vez que las escuchó discutir.

—No te preocupes —le dijo el secretario de Verónica, del cual se había hecho amigo—. Seguramente a una de ellas se le ocurrió una nueva idea y la están puliendo entre las dos. Ellas son así, —El chico se rió—, demasiado efusivas para expresar sus opiniones. Pero tienen una gran amistad.

—No parece, por esos gritos... —opinó Marcos.

—Es verdad. Pero gracias a esas partidas de ajedrez nació esta empresa. Todo lo que ves aquí salió de la mente de esas dos mujeres...

Las voces dentro del escritorio de Blanca cesaron, pero Verónica demoró un poco en salir. Quería hablar con su amiga acerca de algo que la atormentaba:

—Tengo un problema muy grande, Blanca —le confesó a su amiga—. Se trata de Alejandro.

—Pero, ¿ese tipo no está preso en Irlanda?

—Sí, pero no por mucho más tiempo. Cuando lo liberen va a volver, y seguramente tratará de vengarse de mí.

—¿Y qué pasó con la perimetral que ibas a pedir? —preguntó Blanca. Verónica negó con la cabeza:

—También le hablé de eso a la policía, y por más que expliqué lo que me había hecho Alejandro en Irlanda, resulta que aquí no puedo denunciarlo porque no me hizo nada. Prácticamente me dijeron que tengo que esperar a que cometa un delito contra mí o contra mis seres queridos, para poder denunciarlo... —Verónica se abrazó a sí misma, visiblemente nerviosa—. Estoy muy asustada, Blanca. Alejandro es capaz de cualquier cosa...

—¡Dios mío, Verónica...! —La menor de las socias aún recordaba la agresividad que había demostrado el hombre mayor frente a los empleados de su empresa, y su osadía de presentarse en casa de los padres de su amiga. Tomó a su acongojada socia por los hombros y la abrazó—. No te pongas mal... Todos vamos a ayudarte. No estarás sola en ésto...

—Gracias, Blanca. Pero hay algo que no te dije: Marcos y mis padres no saben que no pude establecer la perimetral. No tuve el valor para decirles... Y por favor, te pido que tú tampoco se lo digas a nadie. No quiero que ellos se enteren.

—Pero, ¡no puedes hacer eso! —objetó su amiga—. ¡Tus familiares deben estar al tanto de que no tienen protección policial! ¡Si ese hombre aparece de improviso no van a estar preparados!

—No sé qué hacer, Blanca... Marcos estaba tan contento mientras arreglaba nuestro apartamento, y mis padres están tan tranquilos después de todo lo que pasaron con mi enfermedad, que no quise arruinarles la vida por culpa de mis malas decisiones... Estoy muy arrepentida de no haberme dado cuenta antes de la clase de persona que era Alejandro. Puse a todos mis seres queridos en peligro...

—No pienses así, amiga —le dijo Blanca—. Nadie podría haber adivinado cómo era la verdadera personalidad de Alejandro. Él te engañó con su forma de ser tan encantadora, y tú tampoco estabas bien. No tienes la culpa por no haberte dado cuenta.

Pero Verónica sabía que alguien sí se había dado cuenta de cómo era Alejandro: su propio subconsciente a través de Alter, que había intentado advertirle varias veces, pero ella nunca le había hecho caso. Ahora sus padres y su pareja tendrían que pagar las consecuencias de su error.

Mente traicioneraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora