Capítulo 5- Cartas

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Verónica y Blanca se hicieron cada vez más amigas, aunque la primera algunas veces añoraba la presencia de Alter, que no había vuelto a aparecer. Ya no tenía manera de recordar las cosas que su alucinación le impedía olvidar, por lo que comenzó a escribir de nuevo en su diario. Así fue como descubrió las cartas.

Sus padres iban a visitarla todas las semanas, sin falta, y le llevaban una bolsa con lo que necesitaba. Dentro de las bolsas que le dejaban, siempre había un pequeño sobre de papel que Verónica tenía la precaución de guardar en un bolsillo apenas veía, tratando de que nadie lo viera. Lo hacía sin pensar, aunque no sabía el motivo. Releyendo la agenda se enteró de que había escrito varias veces que le llegaban sobres como ése, y que los había guardado todos en el mismo lugar: el fondo de uno de los cajones de su closet.

Esperó a la noche, y cuando estuvo sola fue a investigar en ese lugar. Allí había casi una veintena de sobres. Cuando los abrió, se sorprendió: estaban escritos por la misma persona, y todas eran cartas de amor:

«...Verónica, te extraño mucho, intenta recordar, por favor...»

«...te amo, Verónica, te necesito conmigo. Mejórate pronto...»

«...recuérdame, mi amor...»

Por más que pensó, no pudo recordar el nombre que aparecía en las cartas, y anotó todo en el diario para preguntarle a sus padres cuando volvieran a visitarla.

                                                                             ***

Con la práctica, Verónica se volvió una especialista en el ajedrez. Solía enfrascarse por horas, con Blanca, en partidas llenas de estrategias y dificultades, casi siempre con público: los internos y a veces hasta el mismo personal de la clínica se quedaban alrededor de la mesa, observándolas y aplaudiendo al final. A medida que pasó el tiempo, Verónica pudo abrirse a su psiquiatra y contarle cómo se sentía. También le habló sobre Alter:

—Un día me cansé y le dije que si quería irse, que se fuera. En realidad no creí que iba a hacerlo, pero lo hizo —le dijo al doctor—, desapareció y no volvió más. No puedo decir que no lo extraño, pero me gusta lo que me está pasando. Por primera vez no me siento tan sola; tengo amigos reales...

—Eso es muy bueno, Verónica. Aunque es normal que lo extrañes, por el tiempo que compartiste con él. —El psiquiatra se detuvo para buscar las palabras justas para explicarse—. ¿Entiendes que Alter es una construcción de tu mente? Sus charlas y sus discusiones eran parte de un conflicto interno que debemos ayudarte a resolver —le explicó el psiquiatra. Pero después le advirtió—: Quiero que entiendas que tus alucinaciones pueden aparecer de nuevo. A veces sucede, aunque no significa un retroceso, sino algún conflicto sin resolver. Es importante que si Alter vuelve, me lo digas enseguida.

—¿Alter podría volver? —preguntó Verónica, ansiosa pero a la vez nostálgica. Todavía no había podido olvidarlo, y a pesar de que su vida era bastante más tranquila desde que no lo tenía las veinticuatro horas ordenándole qué decir y qué hacer, y que a fuerza de leer y releer su diario no tenía tantas lagunas mentales, lo extrañaba un poco.

—Esperemos que no lo haga —le respondió el psiquiatra—. Es importante que sigas correctamente tu tratamiento y que descanses mucho. Aparte me gusta que hayas hecho amistad con Blanca. Ella es una buena chica.

—Sí, es muy alegre a pesar de los problemas que tiene, y me gusta jugar ajedrez con ella...

—¿Sólo juegan ajedrez o también conversan? —quiso averiguar el psiquiatra.

—Conversamos. Ella me ha contado muchas cosas de su vida, y yo a veces intento hablarle de las mías, pero me cuesta un poco...

—No te preocupes por eso. El hecho de que tengas una amiga aquí adentro es muy importante. De a poco podrás abrirte más con ella.

—Sí... —respondió Verónica, insegura: quería hacerle una pregunta al psiquiatra, pero no sabía cómo encararla.

—¿Está todo bien? —le preguntó el médico, que notó sus dudas—. ¿Hay algo que quieras consultar conmigo?

—Es que... como Alter siempre me decía lo que pasaba, yo confiaba en él. Pero desde que se fue comencé a anotar todo en el diario, para no olvidarme de nada, y descubrí que había muchas cosas que él no me decía.

—¿Sí? —le preguntó el médico, extrañado—. ¿Qué descubriste?

—Entre otras cosas, descubrí que hay alguien que dice ser mi pareja y que ha estado intentando comunicarse conmigo. Pero yo no lo recuerdo...

El psiquiatra se inquietó, pero trató de que la chica no se diera cuenta, para que le siguiera hablando:

—¿Eso lo averiguaste anotando tus recuerdos en el diario?

—Sí. Creo que nunca vino a verme, porque no tengo anotada ninguna visita suya, aunque me envía cartas todas las semanas. Yo las guardaba y me olvidaba de ellas, pero releí mis anotaciones y me di cuenta de que las había recibido muchas veces. Al final descubrí que tenía casi veinte cartas —le dijo la chica, y después abrió el diario, que llevaba con ella en todo momento, y comenzó a leer—: dice que me ama, que me extraña, y que éramos pareja. Pero yo no recuerdo nada de eso. Ni siquiera su nombre. —Verónica volvió a mirar el diario, con expresión confundida—. Dice que se llama Marcos.

                                                                             ***

—¡Se lo tenía expresamente prohibido! ¡¿Cómo se le ocurrió hacer semejante disparate?! —El psiquiatra se paseaba, furioso, delante de la silla en la que se encontraba sentado un muchacho, que lo observaba con expresión de angustia—. ¡Recordarlo ahora podría desencadenar un conflicto aún mayor en la mente de Verónica, Marcos!

—Lo siento, doctor, es que me desesperé... —susurró el muchacho, que se había encogido en su asiento como si quisiera desaparecer. A pesar de su enojo, el psiquiatra no pudo menos que sentir algo de compasión por él. Marcos se hallaba perdido, imposibilitado de ver a su pareja y sin saber qué hacer:

—Mire, Marcos, me imagino que para usted no es fácil, pero tiene que entender que Verónica tiene un bloqueo —le explicó, mientras trataba de serenarse—. Ella ha avanzado mucho en este último tiempo, y por eso le pido que sea paciente. Si ella no recuerda las cosas por sí misma, ponerla delante de algún recuerdo perturbador podría desencadenar un nuevo brote psicótico, y un retroceso en su tratamiento.

—¡Yo no quise hacerle daño, doctor! —se apresuró a decir el muchacho —. Me volví loco... pensé que me iba a recordar y que esta pesadilla iba a terminarse. Lo siento mucho...

El psiquiatra le alcanzó unos pañuelos desechables, y suspiró mientras lo veía secarse los ojos:

—Tal vez me pueda ayudar en algo. ¿Podría relatar otra vez lo que ocurrió el día en que Verónica tuvo el brote psicótico? —le preguntó—. Trate de recordar todos los detalles de ese momento. Todo es importante.

Marcos no deseaba volver a aquella noche, pero tenía que hacerlo. Todo valía si era por el bien de Verónica.

Mente traicioneraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora