Dos años después:
—¡Apúrate, querido, que vamos a llegar tarde! —gritó la madre de Verónica mientras le daba los últimos toques a su peinado, y revisaba que su vestido no tuviera arrugas, delante de un espejo. Su esposo apareció vestido con un traje oscuro, y con la corbata en la mano:
—No sé cómo hacerle el nudo a ésto...
—¡Ay, pero qué torpe eres! —protestó la mujer.
Ya con la corbata colocada, el hombre había quedado muy elegante y, después de una mirada de aprobación, la señora lo tomó del brazo, para salir. Iban a la ceremonia de graduación de Verónica, que recibía su diploma de abogada. Mientras su esposo conducía, la señora recordó los sucesos del pasado:
Dos años atrás, Verónica había vuelto a sufrir un colapso nervioso al enterarse que había lastimado a Marcos. Estuvo mucho tiempo inconsciente, pero cuando despertó su memoria había vuelto: pudo recordar toda su vida, hasta su relación y el amor que sentía por él.
Lo único que no podía recordar era el brote psicótico que la había llevado a la clínica psiquiátrica, pero le exigió a su terapeuta que le contara hasta el último detalle de ese día.
El psiquiatra sabía que, aunque ella quisiera recordar, él no podía decirle absolutamente todo lo que Marcos le había contado acerca de esa noche. Le mintió al decirle que en su ficha médica no había demasiados datos, y solo le confirmó que, en efecto, ella le había causado a su pareja esa herida que había visto en su cuello, y que después trasladó a Alter.
Verónica necesitaba a Marcos, pero él había renunciado a todo y se había marchado. Enfrentada a esa nueva realidad, la chica pasó por varias etapas: primero se desesperó, pero de a poco se hizo a la idea de que él había decidido olvidarla, y se convenció de que tenía que hacer lo mismo. Pocos meses después, fue dada de alta.
Tuvo que volver a vivir con sus padres, ya que Marcos, en un último impulso que ella no pudo comprender, había vaciado y luego vendido su apartamento. Cuando la chica descubrió que todos los recuerdos de su vida en pareja habían sido empacados y devueltos a sus padres, se sintió traicionada, y su angustia se transformó en enojo. No podía culpar a Marcos por sentirse mal, pero lo culpó por borrar su vida juntos como si jamás hubiera existido.
Cuando juntó coraje y abrió la caja de recuerdos, vio las fotos de sus viajes con su expareja, en donde se los veía felices y relajados, y también las melosas y tontas cartas que ella le escribía, porque a él le gustaba más tener recuerdos en papel que mensajes en el celular, y también los regalos que se había hecho todos esos años. La caja estaba llena de amor, de su amor desperdiciado en un hombre que había salido huyendo sin esperar a que se recuperara. A manotazos colocó todo dentro de la caja y la cerró, y luego se fue con ella hacia la calle.
—Hija, ¿qué vas a hacer con esa caja? —le preguntó su madre, al verla salir.
—Tirarla a la basura —le respondió la chica, con frialdad—. No quiero ver nunca más estas cosas.
—¡Pero, hija...!
—No, mamá. Si Marcos se fue, es porque no me amaba lo suficiente. Tengo que olvidarlo. Como sea. —Verónica apretó aún más fuerte la caja, y salió a deshacerse de ella.
***
Con el tiempo, Verónica logró sobreponerse a su pena, y se enfrascó en sus estudios. Solo le faltaba un año para recibirse, y sus padres no le permitieron que trabajara. Dormía ocho horas diarias y trataba de llevar una vida lo más tranquila posible. Su último semestre de estudios fue algo complicado, y los exámenes finales una locura, pero a pesar de los temores de sus padres, logró aprobarlos y recibirse.
Después de la ceremonia de graduación y la entrega de los diplomas, el grupo de nuevos abogados se reunió a celebrar. Verónica había invitado a alguien especial:
—Permíteme felicitarte, doctora...
—Gracias, Alejandro... —Verónica se puso tímida cuando el apuesto hombre la observó con una sonrisa seductora.
—Ahora podré meterme en líos tranquilo, porque tú me defenderás, ¿verdad? —La sonrisa de Alejandro se transformó en una carcajada, y sus ojos se llenaron de luz.
—Por supuesto que te defenderé, y gratis... —respondió Verónica, riéndose con él.
—Te pones tan linda cuando te ríes... —Alejandro se acercó con lentitud a la cara de la chica, y dejó un pequeño beso en su mejilla—. ¿Vendrás a mi apartamento esta noche?
—Sí, querido. Claro.
Verónica llegó un rato más tarde al apartamento de Alejandro, que la esperaba, ansioso. Hicieron el amor hasta quedar exhaustos, medio dormidos y abrazados.
—Es la primera vez que tengo sexo con un representante de la ley... —comentó Alejandro, con los ojos cerrados.
Verónica se rió:
—Pero que idiota eres...
—Si, soy el novio idiota de una linda abogada... —Alejandro volvió a besarla. Le encantaba la boca de su pareja, tierna y cálida. Se perdió en las sensaciones del beso, y ya estaba a punto de abrazarla y comenzar de nuevo, cuando ella lo interrumpió con un ademán tranquilo, pero firme:
—Basta, Alejandro... Por esta noche es suficiente. Ve a ducharte, que ya te sigo.
—¡Ufff, que aburrida! —Con un fingido gesto de contrariedad, el hombre se fue a la ducha.
Verónica esperó hasta que sintió el sonido del agua que corría, y dijo:
—¿Se puede saber qué estás haciendo aquí, Alter?
—Yo siempre estoy contigo, Verónica. Tú eres la que me llama...
—¡Lárgate de una vez!
—Muy bien, como quieras. Pero recuerda dos cosas. —Alter recalcó sus palabras con un gesto desafiante, mientras acercaba su rostro al de ella—. Uno, que Alejandro no me gusta y no quiero que sea tu pareja, y dos, no te olvides de mi cara. Soy la viva imagen de Marcos, y no puedes olvidarlo.
—¡Vete al diablo!
—¿Dijiste algo, amor? —preguntó Alejandro, desde la ducha.
Verónica se levantó y se fue a meter al agua con su pareja:
—A veces hablo sola —le respondió, mientras lo abrazaba—. No me hagas caso.
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Mente traicionera
Fantasy⭐ Historia finalista en los Wattys 2023. Verónica está internada en una clínica psiquiátrica con un diagnóstico de esquizofrenia y amnesia. Su única compañía es una creación de su propia mente que la ayuda a recordar quién es, pero le oculta, por su...