Cuando Verónica entró al consultorio del psiquiatra, al que tenía que ir sin falta tres veces a la semana, lo encontró inmerso en la lectura de una carpeta: su ficha médica. Los últimos datos escritos eran los del día en que había salido corriendo por el pasillo, buscando a Alter, y después había sufrido una crisis. Pero como ella olvidó que se había puesto en evidencia, siguió ante el médico con su farsa de que las alucinaciones habían desaparecido por completo.
—¿Cómo te encuentras hoy, Verónica? —preguntó el psiquiatra, mientras le señalaba un sillón de aspecto cómodo, pero que no logró que la chica dejara de estar tensa: sentada casi al borde, parecía observar al vacío, aunque intentaba disimular:
—Muy bien, gracias —murmuró.
—¿Te has sentido bien los últimos días?
—Sí, muy bien. —Verónica se tomaba una pausa para responder, y su mirada denotaba un mal disimulado enojo que no iba hacia el médico sino hacia esa cosa que no podía ser otro más que Alter.
«¿Qué está ocurriendo?», pensó el médico. «¿Acaso Verónica se está rebelando contra su alucinación?».
—Dime, ¿por qué miras hacia el costado cada vez que respondes a mis preguntas? —le lanzó, sin anestesia. Verónica saltó en el borde del sillón:
—¿Yo? ¡No, no, yo no hago eso...! —casi gritó.
—¡Tienes que ser más disimulada si no quieres que nos descubran! —exclamó Alter.
Verónica bajó la cabeza para que el psiquiatra no viera su disgusto. A pesar de tener pocos recuerdos, una cosa sí sabía: ya estaba harta de soportar a Alter. Lo había tenido pegado a ella todo el día, sin dejarla acercarse a nadie, reprochándole las cosas más triviales, y ahora ordenándole qué decir. Verónica le tenía miedo a la soledad, pero al mismo tiempo deseaba que su alucinación se fuera para siempre.
—¿Y ahora qué te pasa? ¡Tú eres la que comete errores! Yo solo te digo lo que está bien, ¿y te enojas por eso? ¡Qué desagradecida...! —volvió a exclamar Alter, con indignación. Verónica se tragó su rabia.
El psiquiatra notó la tensión de la muchacha, y prefirió terminar la sesión, que no iba hacia ninguna parte:
—Mejor seguimos otro día, Verónica. —La chica se levantó apresurada, pero el hombre la detuvo: se le había ocurrido una idea—. Necesito que me hagas un favor. Hoy entró una paciente nueva. Se llama Blanca, y quisiera que la ayudaras a conocer la clínica. ¿Podrías hacerlo?
***
Blanca ingresó al sector en donde estaba Verónica después de permanecer un par de semanas en otro lugar en el que los pacientes recién llegados quedaban aislados, recuperándose de lo que les había ocurrido, y adaptándose a su nuevo entorno. Tenía veinte años pero parecía una adolescente: sus piernas y brazos largos y flacos no la ayudaban. Con su cabello oscuro sujeto con descuido en una cola de caballo, y unos anteojos de montura gruesa, tenía aspecto de nerd; no era demasiado tímida, pero estaba aterrorizada.
—Parece una jirafa que se salvó de que se la comieran los leones —opinó Alter cuando la vio por primera vez. Verónica no pudo reírse de su apreciación, que era por demás acertada. Blanca se mantenía cerca de ella, como si detrás de cada puerta del pasillo fueran a salirle más leones. Después de ese primer recorrido, en que le mostró dónde estaban el comedor, la enfermería y los baños, las cosas más interesantes de ese aburrido lugar, para luego tratar de perderla de vista, ya no se la pudo sacar de encima: Blanca y sus piernas largas la alcanzaban con facilidad, aunque hiciera diferentes caminos por los pasillos de la clínica, para confundirla.
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Mente traicionera
Fantasy⭐ Historia finalista en los Wattys 2023. Verónica está internada en una clínica psiquiátrica con un diagnóstico de esquizofrenia y amnesia. Su única compañía es una creación de su propia mente que la ayuda a recordar quién es, pero le oculta, por su...