Capítulo 13- Conflictos

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Verónica había luchado mucho tiempo contra las súbitas apariciones de Alter, que se presentaba a su lado en los momentos menos oportunos, siempre con esa sonrisa igual a la de Marcos, el hombre que ella luchaba por dejar atrás. Su alucinación había cambiado de opinión: antes no la dejaba recordar a su expareja, pero ahora no le permitía olvidarlo.

Al principio Verónica pudo concentrarse y hacer que su alucinación desapareciera, pero con el tiempo Alter se hizo difícil de dominar, y se presentaba en los momentos en los que ella estaba con Alejandro. La chica se negaba a aceptar dos verdades totalmente lógicas: una, que Alter era una proyección de sus propios pensamientos, y que por lo tanto su mismo subconsciente era el que estaba intentando sabotear su relación con Alejandro; y segundo, que no era normal que siguiera teniendo alucinaciones. No quería admitir que aún estaba enferma, y que de a poco Alter estaba volviendo a adueñarse de su vida.

                                                                                 ***

Un estudio de abogados de la ciudad había contratado a Verónica como ayudante. Su trabajo era puro papeleo, aburrido y poco desafiante, pero tenía que hacerlo para ganar experiencia. Debía continuar con su terapia, y había comenzado a tener sesiones con una nueva psiquiatra, una mujer joven y alegre, que le había caído bien desde su primer encuentro, pero a la que nunca se atrevió a hablarle sobre la reaparición de Alter, por miedo a que volvieran a internarla en la clínica psiquiátrica.

Alejandro le había pedido varias veces que se fuera a vivir con él, pero Verónica tenía miedo de la reacción de Alter si ella tomaba una decisión tan drástica. Cuando él se lo proponía, ella siempre tenía una excusa:

—Sabes que estoy muy ocupada, querido. No estoy nunca en casa —le dijo, para justificarse—. ¿Qué diferencia habría entre vivir juntos o seguir como estamos hasta ahora?

—Mucha, amor... —le respondió su pareja—. Dormirías conmigo todas las noches.

—Dormimos juntos casi todas las noches...

—Casi; tú lo has dicho. Te quiero todas las noches a mi lado... —susurró Alejandro, y se acercó a ella para besarla. Abrazada a su pareja, Verónica apenas pudo distraerse de las risas de Alter, que se burlaba de ese hombre al que consideraba viejo, cursi y aburrido, y que también le provocaba una profunda desconfianza que la chica no compartía.

                                                                            ***

Blanca fue dada de alta poco tiempo después que Verónica, que nunca dejó de visitarla en la clínica para hacerle compañía y jugar sus ya famosas partidas de ajedrez.

Cuando se vio libre y enfrentada a su nueva vida, la muchacha ya tenía un plan de lo que quería hacer, aunque al principio se sintió agobiada por esa libertad a la que le había perdido la costumbre. Encerrada en su apartamento, que se transformó en su refugio, ideó un proyecto: en sus conversaciones con Verónica, en la clínica psiquiátrica, se les había ocurrido la idea para un negocio que podían hacer juntas, utilizando sus habilidades personales. Blanca le propuso hacer un sitio de internet en donde Verónica pudiera dar asesoría legal online, agregando también una aplicación para celulares; algo que podían empezar ellas dos solas, aunque con el tiempo se podía ampliar, si tenía éxito:

—Yo me encargo de toda la plataforma informática, y tú me puedes ayudar con la terminología legal para completarla —le dijo Blanca, entusiasmada—. Cuando empiecen a sumarse usuarios y hagan sus consultas, tú te encargarás de responderlas.

—¿Y crees que se puede ganar dinero con eso? —le preguntó Verónica.

—¡Por supuesto! Hay mucha gente con problemas legales, y que haya un lugar en el que puedan consultar online, es una excelente forma de captar clientes. Aparte contamos con un arma secreta, Vero.

—¿Arma secreta? —preguntó su amiga—. ¿Cuál?

—Tu cara, chica. Eres demasiado linda y vas a atraer a muchos hombres con problemas legales.

Las dos se rieron a carcajadas. Pero el emprendimiento era viable, y las chicas se decidieron a seguir adelante con su plan.

Poco tiempo después, Blanca tenía un proyecto armado. La idea era sencilla: atraer con publicidad a posibles interesados, que debían registrarse en la página o en la aplicación para celulares. Verónica iba a darles una primera asesoría gratuita, y les iba a hacer un presupuesto según el caso que le presentaran.

Verónica era abogada de familia, especialización para la cual había un vacío legal importante en su país. Pensando en que tal vez podría ayudar a gente que lo necesitaba, y al mismo tiempo tener un sustento, se sintió feliz por esa nueva oportunidad de hacer algo provechoso para ella y para los demás. Aún no podía abandonar el estudio en el que trabajaba, que le proporcionaba el sueldo con el que vivía, ya que la página en un principio no solo no iba a dar ganancias, sino que generaría gastos de funcionamiento. Blanca no tenía trabajo, así que los primeros gastos del emprendimiento tendrían que salir de su bolsillo. Con ansiedad, pero muy esperanzadas, un día las amigas subieron la página web y la aplicación para celulares.

Les costó un tiempo para que la gente se acostumbrara a ventilar sus problemas por Internet y con una abogada que no conocían, pero de a poco el emprendimiento ganó popularidad y prosperó, y un día Verónica se vio tan desbordada de trabajo que tuvo que optar, y al final se decidió por renunciar al estudio y dedicarse de lleno a sus clientes de las redes.

Trabajando con ahínco, fue pasando un año. Un día la base de su negocio, que era el apartamento de Blanca, les quedó demasiado chica, y tuvieron que pensar en grande: alquilar unas oficinas para ellas y para la nueva gente que se iba sumando al emprendimiento: abogados de otras especialidades que trabajaban a comisión, personal administrativo y un par de especialistas en informática para ayudar a Blanca. Verónica también contrató a un secretario, porque necesitaba con urgencia alguien que le ayudara a transcribir la cantidad de consultas que le hacían por día.

—¡Woww, amor! Tu oficina es muy bonita... —le dijo Alejandro, que había ido a visitar las nuevas instalaciones del emprendimiento de su pareja. Pero cuando vio a su joven secretario, se puso celoso.

—Gracias. —Verónica respondió con cortesía, pero distraída.

—¿Te pasa algo, cariño? —le preguntó Alejandro, tratando de acercarse a ella. Estaba inseguro porque le parecía que su pareja se estaba distanciando de él.

—Nada. No me pasa nada, no te preocupes —le respondió la chica, mientras cerraba los ojos y suspiraba—. Sólo estoy cansada.

La oficina de Verónica tenía un ventanal de vidrio que daba hacia el espacio en donde estaban los escritorios de los empleados administrativos. Desde su oficina, Blanca podía ver a su amiga, y la observó mientras conversaba con Alejandro: antes de responderle, ella giraba apenas la cabeza hacia un costado, en un gesto que ella conocía demasiado bien:

—¡Por Dios! —exclamó, mientras sentía un viento helado que le corría por la espalda—. ¡Alter regresó!

Mente traicioneraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora