Capítulo final

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La tranquilidad se había instalado en las vidas de Verónica y Marcos. Los problemas de salud de la chica habían quedado atrás, y tiempo después recibió el alta definitiva.

Sabían que Alejandro no iba a estar preso para siempre, pero difícilmente se atrevería a acercarse a ellos después de la medida perimetral que iban a imponerle.

La oficina de asesoría legal estaba cada vez más activa, y Marcos terminó adquiriendo más responsabilidades que las de un simple ayudante: se había transformado en la mano derecha de las socias.

Verónica sentía que le debía más de lo que estaba recibiendo: a pesar de que eran pareja, Marcos solo dependía de su trabajo y no tenía nada propio. Ella debía asegurar su futuro:

—Blanca, necesito hablar contigo —le dijo un día a su socia.

—Si, Vero, dime...

—Quiero tomar mi mitad de nuestra sociedad y dividirla en dos partes, para darle una a Marcos. ¿Qué opinas?

Blanca estuvo de acuerdo: para ella Marcos también era un colaborador invaluable, y Verónica y él eran una pareja sólida.

Esa noche, mientras cenaban en su hogar, la chica le dijo sus intenciones a su pareja. Pero se sorprendió ante su rotunda negativa:

—¡No, Vero! ¡De ninguna manera puedo aceptar eso! —protestó él—. Esa empresa es tuya y de Blanca. Las dos la crearon y la levantaron de cero. No es justo que yo tenga parte de ella...

—Pero, Marcos... —trató de explicar Verónica—, ¡yo no estaré tranquila si no me permites hacer ésto! Necesito saber que pase lo que pase, tú no te quedarás sin nada.

—¿Y qué puede pasar? —preguntó él—. ¿De qué estás hablando?

Verónica le respondió, disgustada:

—De nada, amor. Nada va a pasar. Pero lo que ocurrió en la cárcel... mi herida... ¿Y si yo hubiera...?

—¡Por favor, no vuelvas a hablar de eso! —Marcos no quería recordar, pero Verónica no tenía la seguridad de estar libre de un nuevo brote psicótico:

—Lo siento, amor, ¡pero entiéndeme! Necesito asegurar tu futuro; solo así viviré tranquila. ¡Acepta, por favor!

Después de varios días de ruegos y negativas, Verónica se puso firme y Marcos por fin cedió cuando ella lo amenazó con irse a dormir a la casa de sus padres:

—¿Serías capaz? —le reprochó él.

—¡Por supuesto que sí! —Verónica estaba preparando la cena y había vuelto, como todas las noches, sobre el tema. Enojada porque no conseguía su cometido, golpeaba sartenes y utensilios de cocina—. ¡Me voy con mis padres y no vuelvo hasta que aceptes ser mi socio!

—¡Pero no es justo, linda...!

—¡Ya deja de pensar, y acepta!

—¡Ay, está bien! —dijo por fin Marcos, y Verónica corrió hacia él:

—¡Genial! ¡Vamos a festejar!

Marcos no pudo menos que reírse de la actitud de su pareja:

—¿Festejar? Está bien. ¿Quieres salir?

Verónica se pegó a él mientras lo sostenía por la cintura:

—En realidad pensaba festejar de otra forma... —le susurró al oído.

—¿Qué voy a hacer contigo...? —Marcos se rió, pero no podía negar que también le gustaban esa clase de festejos.

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Mente traicioneraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora