Capítulo 14- Frustración

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Blanca se dio cuenta de que la enfermedad de Verónica había regresado, y que si seguía sin tratamiento por más tiempo iba a empeorar; tenía que hacer algo para ayudarla. Pero su socia era la cara visible de su emprendimiento, y por un momento temió que todo se viniera abajo si la opinión pública se enteraba del estado mental de su amiga. Después se reprochó ese pensamiento egoísta, y se decidió a hablar con los padres de Verónica, para que ellos tomaran la mejor decisión sobre su salud.

Al día siguiente salió de la oficina más temprano. Cuando llegó a la casa de los mayores, ellos la recibieron con cariño: la conocían y apreciaban la amistad que tenía con su hija. Pero les extrañó que llegara sola:

—Blanca, ¡qué sorpresa! ¿Qué te trae por aquí? —le dijo la madre de Verónica, mientras la hacía pasar.

—Yo... —dudó la muchacha—, necesito hablar con ustedes.

A pesar de que trató de ser lo más suave posible al contarle a los mayores la terrible noticia, no pudo evitar causar un estallido de llanto en la señora, ni una angustiosa expresión en el hombre.

—De verdad lo siento mucho —les dijo, acongojada—, no quería ser yo la que les anunciara ésto...

Los mayores estaban desolados, y no pudieron reaccionar, por lo que Blanca tuvo que tomar decisiones por ellos:

—Creo que lo mejor será avisarle ésto a la nueva psiquiatra de Verónica.

                                                                                ***

—Así es, doctora —Blanca había concertado una cita con la psiquiatra, y le estaba contando todo lo que no sabía—. Verónica mira hacia un costado antes de responder. Ya había visto ese gesto en la clínica psiquiátrica, y por eso estoy segura de que esa alucinación, Alter, apareció de nuevo.

La psiquiatra observó sus anotaciones, preocupada. Verónica se había cuidado tan bien de no hablarle de Alter y de no ponerse en evidencia delante de ella, que la profesional había pasado el tema de las alucinaciones por alto, pensando que ya no las tenía.

—Estuve estudiando su historial de la clínica —dijo—. Esa alucinación, Alter, tenía la misma forma física que su expareja, ¿verdad? —le preguntó a Blanca.

—Si, doctora —respondió ella—. Yo no sé los detalles, pero era así. Un día Verónica sufrió una crisis y recordó todo, pero para ese entonces Marcos, su pareja, ya se había marchado del país, y nunca más se supo de él. Me imagino que Vero habrá quedado destrozada, porque nunca más volvió a nombrarlo.

—Pero ella tiene otra pareja...

—Sí, y parece estar bien con él, aunque... —Blanca dudó—, mi amiga me comentó que él la está presionando para que vivan juntos. Pero ella no quiere.

—¿Y te dijo por qué no quiere vivir con él? —preguntó la doctora.

—No, no me lo dijo. Pero conociendo a Verónica y sabiendo lo mal que se puso por Marcos, no creo que tenga los mismos sentimientos por Alejandro.

                                                                               ***

—Pasa, Verónica —La psiquiatra recibió a su paciente como siempre, con una sonrisa, mientras le hacía un gesto para que ingresara a su consultorio. Le señaló el sillón—, ponte cómoda. ¿Quieres una taza de té?

—Gracias... —Las dos solían tomar un té de hierbas mientras conversaban, y la chica se relajó con su taza en la mano, mientras sentía el delicado aroma de una mezcla de manzanilla y jengibre, su preferida. El primer sorbo le produjo un ligero cosquilleo en la garganta: el jengibre era dulce pero picante, y la manzanilla era suave y con un gusto parecido al de la miel. Los dos sabores combinaban a la perfección.

La psiquiatra observó con atención sus movimientos: Verónica parecía ser la de siempre, aunque demoraba un poco en responder a sus preguntas. Nunca miró a su costado.

—Dime, Verónica... En estos días, ¿te has sentido diferente? —le preguntó la psiquiatra, que al ver su cara confundida le aclaró—: Quiero decir diferente en cuanto a los síntomas que tenías cuando estuviste internada. ¿Has vuelto a tener algún síntoma como los de aquella época?

La chica se olvidó de los aromas que inundaban sus sentidos, y dejó la taza sobre una mesa; cruzó sus brazos por delante de su pecho, como si estuviera a la defensiva:

—¿Síntomas como cuáles? —le preguntó, con el rostro tenso.

—Cualquiera: ansiedad, miedos, depresión, alucinaciones...

—No, no... Nada —dijo Verónica, mientras esquivaba su mirada.

La doctora prefirió cambiar de tema y seguir con su terapia normal. Cuando terminó el turno, y antes de que la chica se retirara del consultorio, le extendió unas recetas: habitualmente le indicaba a Verónica unas pastillas para dormir, pero en ese momento le cambió la medicación:

—Toma una de éstas todas las noches antes de irte a dormir. Podrás descansar mejor. —Lo que le había recetado iba a ayudarla a dormir, pero también era un poderoso antipsicótico. La psiquiatra esperaba que ese medicamento impidiera las apariciones de Alter.

                                                                                  ***

Los nuevos medicamentos que tomaba Verónica le daban mucho sueño, y también le habían quitado buena parte de sus ganas de intimar con alguien. Pero estaba contenta: Alter había desaparecido.

—Amor, ¿vienes a casa esta noche? —le preguntó Alejandro, por teléfono.

—No, lo siento —le respondió la chica, con la voz apagada—. Estoy muy cansada. Necesito dormir.

—¡Pero bebé, hace una semana que no vienes! —se quejó el mayor, haciendo una de sus típicas voces acarameladas.

Verónica suspiró, fastidiada: Alejandro era un hombre grande, demasiado cursi y meloso para su edad. Pensó que Alter tenía razón: había sido muy tonta al aceptar ser su pareja, y ni siquiera le gustaba tanto:

—Sabes que esas estupideces no van conmigo —le dijo, con un tono que lo dejó congelado:

—Pero, ¡Verónica...!

—Te llamo mañana. —La chica cortó el teléfono, sin esperar una respuesta.

                                                                                  ***

—Doctora... —Verónica estaba en una nueva sesión de terapia—. En la última consulta, yo le mentí.

La mujer se quedó en silencio: dejó que su paciente le contara todo lo que había ocurrido en las últimas semanas: el regreso de Alter, la forma en la que ella había luchado en vano para que se fuera, y su desaparición después de que empezó a tomar la medicación nueva.

—Verónica, ¿te das cuenta de que tu alucinación volvió porque aún no resolviste el conflicto que tienes con Marcos? —le explicó la psiquiatra.

—Si, lo sé —respondió la chica, angustiada—. !Pero Marcos me abandonó! ¡Se fue cuando más lo necesitaba, y se encargó muy bien de que nadie pudiera encontrarlo...!

—Por las anotaciones de tu ficha médica, él hizo varios intentos de comunicarse contigo a través de cartas —dijo la doctora—. Tal vez no pudo soportarlo más, y por eso se fue. ¿Nunca te pusiste a pensar en el daño psicológico que debe tener?

—¿Pero por qué se fue? ¿Por qué desapareció? —Los sentimientos de ira y frustración de Verónica estaban emergiendo, denotando ese conflicto emocional que aún no había logrado resolver.

—¿Aún lo amas...? —le preguntó la psiquiatra. El rostro acongojado y las lágrimas de la chica le respondieron—. Si aún lo amas, búscalo, Verónica, y resuelvan ésto juntos.

Mente traicioneraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora