Capítulo 25- Regreso

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La oficina de asesoría legal de Verónica y Blanca se veía enorme y moderna. Marcos se asombró al ver la cantidad de gente que trabajaba allí. Cuando su pareja le hablaba, en Dublín, de su emprendimiento, él se hacía una imagen mental mucho más modesta de lo que había resultado ser.

La empresa de las dos amigas, que había comenzado con la página web y la aplicación para celulares, se había ido ampliando en torno a ese servicio, y con el tiempo se transformó en un estudio jurídico, con abogados que cubrían todas las especialidades: civil, penal, laboral y de familia; también tenía servicios de escribanía. Muchos abogados tenían casos externos, y al mismo tiempo atendían las consultas en línea. La actividad del lugar era febril.

—¿Te gusta como quedaron las oficinas, Marcos? —le preguntó Blanca, que se había puesto muy contenta al ver a Verónica regresar con su pareja, al que no conocía, pero que le cayó muy bien cuando ella se lo presentó. Marcos era el polo opuesto de Alejandro: al contrario de aquel, se lo notaba orgulloso por los logros de su socia:

—Todo se ve estupendo, Blanca —respondió él, mientras observaba el lugar, admirado—. ¡Te felicito!

La socia de Verónica, encargada del sector informático de la empresa, tenía a su vez su equipo que se hacía cargo de la plataforma y su constante actualización. Estaba muy orgullosa de su creación, y se mostró satisfecha ante el elogio de Marcos:

—Gracias... —le dijo—. La verdad es que cuando se nos ocurrió hacer este emprendimiento, nunca pensamos que íbamos a llegar tan lejos. La realidad superó nuestros más locos sueños.

—Es excelente unir sus dos especialidades y transformarlas en un servicio —concordó Marcos—. Fue una gran idea.

—Es verdad. Al principio casi no recibíamos llamadas, pero ahora los teléfonos no paran de sonar. —Blanca miró hacia todos lados—. Y a todo esto, ¿dónde está tu novia?

Verónica había llamado a su psiquiatra para tener una cita con ella: quería volver a la terapia. La doctora la encontró mucho mejor, y se alegró de saber que Alter por fin había decidido marcharse. El conflicto dentro de la mente de su paciente parecía resuelto.

—Hay algo que no entiendo, doctora... —le preguntó Verónica, después de que le relató a la psiquiatra el ataque de Alejandro en Dublín—. Antes de perder la conciencia sentí una voz que me llamaba y que me obligó a despertar y luchar por mi vida. Estoy segura de que fue Alter. Pero nunca lo vi...

—Nuestro cerebro es muy complejo, Verónica —le respondió la psiquiatra—. La mayoría de nuestros procesos mentales se hacen sin que intervenga nuestra conciencia. Alter era la representación de tu personalidad, la que habías perdido junto con la memoria. Por eso intentaba dominarte: porque en realidad era tu propio subconciente —la cálida sonrisa de la doctora tranquilizó a la chica—. Con el tiempo vas a aprender a sentir a Alter como parte de tí misma, y ya no lo escucharás como una voz ajena. ¿Comprendes?

—¿Usted cree que algún día Alter se irá para siempre? —A pesar de estar tranquila, Verónica aún se sentía insegura de su estabilidad emocional.

—¿Sientes que Alter aún puede emerger, Verónica?

—No lo sé. Él me dijo que yo ya no lo necesitaba, y eso es cierto. Ya no lo necesito; pero cuando Alejandro me atacó, esa voz dentro de mi cabeza me obligó a defenderme y golpearlo. Si no lo hubiera hecho, yo no habría reaccionado...

—Alter y tú son la misma persona, Verónica —replicó la psiquiatra—. No te olvides de eso. Tal vez aún no has aprendido a fusionar a Alter con el resto de tu personalidad, pero eso es cuestión de tiempo. Ya vas a lograrlo, no te preocupes.

Mente traicioneraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora