Capítulo 26- Hogar

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Marcos debía enfrentarse a una situación que lo llenaba de vergüenza: en su peor momento anímico había desmantelado el apartamento que compartía con Verónica, y se había deshecho de los preciados recuerdos de la pareja. A pesar de que la chica nunca le habló del tema, cuando pudieron alquilar un apartamento nuevo, al verlo vacío, él se puso triste.

—¿Te pasa algo, amor? —le preguntó Verónica, al verlo inmóvil mientras contemplaba las pocas cosas que le habían devuelto sus suegros—. ¿No te gusta el apartamento?

Marcos sintió que no se merecía una segunda oportunidad: no había sido capaz de soportar quedarse cerca de su pareja aunque no pudiera estar con ella. Tenía que haber aguantado lo que fuera con tal de ayudarla, y a pesar de que la reconciliación en Dublín había sido plena, mirando ese apartamento vacío, quiso huir de nuevo. Dio dos vacilantes pasos hacia atrás, pero Verónica lo sujetó de un brazo:

—¿Qué te sucede?

—Déjame Vero, necesito tomar aire. —No quería derrumbarse delante de ella; necesitaba un momento a solas. Pero Verónica no se lo permitió:

—Deja de mirar para atrás, Marcos. ¡No importa si ahora no tenemos nada! —le dijo mientras lo abrazaba—. Compraremos todo nuevo y volveremos a tener la vida que teníamos.

La chica estaba tan feliz y llena de proyectos, que Marcos se sintió aún más triste:

—Lo siento, amor... —le respondió, con un hilo de voz—. Yo no tenía derecho a deshacer nuestro hogar... Era de los dos, y yo no dejé nada...

—Es cierto, no tenías derecho a deshacerlo —le respondió la chica, con un tono serio que hizo que Marcos intentara separarse de ella, pensando que estaba enojada. Pero Verónica se negó a soltarlo—, por eso tendrás que reconstruírlo desde cero. No podemos recuperar las cosas que teníamos, pero tú serás el encargado de armar otro hogar para nosotros, mejor que el que teníamos.

Marcos trató de sonreír y le respondió el abrazo:

—Haré mi mejor esfuerzo... Te lo prometo.

—Hay algo que no te conté —musitó la chica, que en un momento pareció ponerse triste, al igual que su pareja—. Yo también hice una tontería, por impulso. Cuando me dieron de alta y volví a casa, estaba tan enojada porque ya no existía nuestro apartamento, que cuando encontré la caja en donde pusiste nuestros recuerdos, yo... la tiré a la basura. Lo siento mucho...

El chico volvió a abrazarla:

—No te preocupes, amor. De hoy en adelante volveremos a juntar nuevos recuerdos. Tenemos toda una vida para hacerlo.

Pero la madre de Verónica le tenía una sorpresa: en aquella época, cuando la vio salir con la caja de recuerdos, la recogió de la basura sin que ella se diera cuenta y, pensando que probablemente algún día se arrepentiría de su impulso, la guardó. Cuando Marcos y Verónica fueron a su casa, ella apareció con la caja, algo maltrecha pero con su contenido intacto.

—¡Mamá...! —Verónica reconoció la caja y dio un grito—. ¿Cómo la encontraste...?

—Aquel día en que fuiste a tirarla, esperé a que volvieras y la saqué de la basura. Desde ese día la tengo escondida, con la esperanza de que algún día la querrías de nuevo...

Marcos y Verónica estaban tan felices de haber recuperado esa parte de su vida, que, tirados en el piso del antiguo dormitorio de la chica, abrieron la caja para ver sus recuerdos. Los mayores los dejaron solos: la pareja debía recordar su pasado, y darse cuenta de por qué nunca habían dejado de amarse, a pesar de las dificultades.

—¡Mira, Marcos! —exclamó Verónica, cuando encontró un álbum de fotos de un viaje a la playa que habían hecho juntos—. ¿Te acuerdas de aquel paseo a la costa? ¡Qué hermoso quedaste cuando te pusiste dorado por el sol!

—Sí, lo recuerdo, sobre todo por el ardor de mi espalda... Tuviste que ponerme loción porque me quemé bastante...

—Es verdad, lo había olvidado. Cada vez que quería acercarme a ti para abrazarte, tú solo gritabas —Verónica se rió de él, y Marcos, que al principio se quejó de sus burlas, terminó riendo con ella. El sonido de las carcajadas, que traspasaban la puerta de la habitación, hicieron que los padres de Verónica se pusieran aún más felices por su hija.

Marcos encontró más fotos en la caja:

—¿Recuerdas ésta? —Era una imagen de un viaje que habían hecho por el interior del país, recorriendo pueblos en una moto que tenían en aquella época. Le habían pedido a alguien que les sacara una foto juntos. La imagen había quedado muy bonita: se los veía a los dos sobre la moto, bien abrigados con chaquetas de cuero y con sus cascos, saludando con alegres gestos a la cámara.

—Es hermosa. Casi me había olvidado de ella —dijo Verónica, sosteniendo la foto con delicadeza—. Voy a comprarle un portarretratos nuevo, y ocupará un lugar de honor en nuestra casa...

Marcos encontró un objeto especial, y el que más valor tenía para ellos: el libro de leyes antiguas, la razón por la cual se habían conocido. Se quedó mirando aquella joya que tenía tanto significado para los dos:

—Me robaste el corazón el día en que atravesaste la puerta de la librería... —le dijo a la chica.

Luego de un rato inspeccionando el libro y riéndose por las anotaciones que le había hecho Verónica mientras estudiaba, y descubriendo algún pequeño corazón que ella había dibujado entre sus hojas cuando recordaba al chico que la había ayudado a conseguirlo, a Verónica se le ocurrió una idea:

—¿Qué te parece si conseguimos una caja nueva para todas estas cosas, y comenzamos a agregarle los recuerdos que juntemos de ahora en más? —le preguntó a su pareja.

—Me parece una idea excelente, amor —respondió Marcos—. Vamos a comprar una caja bien grande, porque quiero juntar muchos recuerdos...

Verónica tenía algo que agregar a la caja. Fue a su antiguo escritorio, y de un cajón sacó un pequeño paquete, que le extendió a Marcos:

—Ésto se va para la caja —le dijo.

—¿Qué es?

—Ábrelo.

El paquete tenía una cantidad de pequeños sobres blancos. Eran las cartas que le había mandado Marcos a escondidas a la clínica psiquiátrica. Al chico se le hizo un nudo en la garganta:

—¿Guardaste estas cartas todos estos años...? —le preguntó, emocionado—. ¿Por qué no las tiraste también?

Verónica sonrió, sumergida en sus recuerdos:

—Alter jamás me lo permitió, aunque confieso que intenté deshacerme de ellas varias veces...

Marcos volvió a envolver los sobres como estaban, y los colocó dentro de la caja. Tal vez algún día juntaría el valor de abrirlos y leer todos aquellos mensajes cargados de amor y tristeza, pero no se atrevió a hacerlo en ese momento, porque sabía que la emoción lo iba a desbordar.

—Yo también tengo un recuerdo que agregar a la caja... —Marcos sacó de su bolsillo un álbum de fotos. Le gustaba imprimir sus fotos en papel, aunque las tuviera guardadas en su celular. Su antiguo apartamento había estado lleno de portarretratos de los dos. Verónica miró las fotos: todas estaban tomadas en Dublín.

—Ésto nos recordará que nuestra segunda oportunidad se dio en Irlanda, y que debemos volver allá cada vez que tengamos la oportunidad.

Los dos sabían que esa ciudad iba a ser muy importante para ellos por el resto de sus vidas: era el lugar en donde se habían reconciliado, dónde habían podido perdonarse, y donde su amor había renacido.

Mente traicioneraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora