Capítulo 9- Cicatrices

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—¿No vas a decirme qué es esa marca que tienes en el cuello? —Hacía varios días que Verónica le exigía una respuesta a Alter, porque estaba segura de que nunca le había visto una cicatriz como la que tenía.

—Ya te dije que no sé —respondió la alucinación, indiferente—. No tengo idea.

—¡Siempre me respondes la misma mentira! —le reprochó ella—. Tú no tenías cicatrices. Y no sé por qué, pero me parece que te conozco de algún lado.

Alter la miró, intrigado:

—¿Cómo es eso de que me conoces? —le preguntó—. Yo soy un producto de tu imaginación, ¿lo recuerdas? ¿O mi cara te hace acordar a alguna persona real?

Verónica no supo qué responderle: se había olvidado de Marcos y de su accidentado encuentro delante del consultorio del psiquiatra, pero había visto la cicatriz que tenía en el cuello y la había incluido en su imagen mental de Alter.

El psiquiatra ahora sabía con lo que tenía que lidiar. La alucinación de Verónica tenía el aspecto físico de Marcos, y en vista de su reacción cuando lo vio, estaba claro que ese muchacho era la causa de su bloqueo.

Se decidió a hacer algo drástico: durante la hora del almuerzo, le encargó a las enfermeras que revisaran el dormitorio de Verónica, para localizar las cartas de Marcos y el diario. Después llamó a Blanca para pedirle ayuda:

—Lo que te voy a encargar es de suma importancia. —Mientras le hablaba, le extendió el diario—. Necesito que le entregues ésto a Verónica. Dile que es de ella y que se le cayó. Aunque no lo quiera tomar, insiste. Explícale para qué sirve, a ver si se le despierta la curiosidad por leerlo. ¿Podrás hacer eso?

—¡Seguro! —exclamó Blanca, que extrañaba las charlas y las partidas de ajedrez con su amiga. Con el diario bien apretado bajo el brazo, salió a emboscar a Verónica. Bien escondida en uno de los pasillos, le saltó adelante cuando ella pasó a su lado.

—¡Hola! —la saludó, toda sonrisas.

Verónica ni siquiera se sorprendió: Blanca la emboscaba tres o cuatro veces al día; eso era imposible de olvidar aún para ella. Alter, que venía caminando a su lado, dio vuelta los ojos y resopló:

—¡Otra vez esta mocosa...! —exclamó—. ¡Qué molesta es!

Verónica se dejó llevar por el desagrado de su alucinación:

—¿Y ahora qué quieres? —le dijo sin disimular su fastidio.

—Devolverte esto, que se te cayó. —Sin dejarla pensar, Blanca puso el diario en las manos de su amiga.

Verónica no pudo recordar qué era eso:

—Ésto no es mío... —balbuceó.

—Sí que lo es —la contradijo Blanca—. ¿Volviste a olvidarlo? Aquí anotas todo lo que haces, precisamente para no olvidarte de nada. Ábrelo y mira; vas a reconocer tu letra.

—No le hagas caso, Verónica; esta loca te está mintiendo —le dijo Alter, alarmado—. Eso no te pertenece.

Pero la chica ya había abierto la tapa del diario y descubierto su nombre, que estaba escrito, como le había dicho Blanca, con su propia letra. Llena de curiosidad, comenzó a pasar página tras página, y vio que había muchas anotaciones, también escritas por ella. En varias de ellas se destacaba un nombre:

—Marcos... —leyó—. Pero, ¿quién es Marcos?

Alter ya no pudo hacer nada: por más que intentó distraerla, no logró hacer que Verónica dejara de leer.

                                                                           ***

Verónica leyó y releyó todas las cosas que ella misma había escrito, aunque no recordaba cuándo ni cómo lo había hecho. Entre las páginas de la agenda, el psiquiatra había puesto las cartas de Marcos. A medida que la confusa mente de la chica se fue enterando de los hechos de su pasado, Alter comenzó a desaparecer sin que ella lo notara.

El psiquiatra sabía que se estaba jugando el todo por el todo con lo que estaba haciendo, pero debía intentar que Verónica venciera la resistencia de su alucinación, que bloqueaba su mente de los recuerdos que podían resultar perturbadores para ella, pero tampoco dejaba salir al resto de su memoria.

Cuando Alter volvió a irse, Verónica se aferró de nuevo al diario, y de a poco empezó a recordar. Un día le hizo a su psiquiatra algunas preguntas sobre Marcos:

—¿Él es mi pareja?

—Sí, Verónica. Es así. —El médico no quiso hablar del parecido entre Marcos y Alter, porque la chica parecía haberse olvidado también de eso.

Verónica anotó en su diario:

«Marcos es mi pareja».

—¿Podré verlo? —preguntó.

—Tal vez —le respondió el psiquiatra, que aún no estaba seguro de que su paciente soportara otro encuentro con Marcos sin sufrir una nueva crisis—. Pero antes debemos avanzar un poco más en tu terapia.

—Está bien —le respondió la chica, mientras hacía anotaciones en el diario.

—¿Podrías contarme cómo es la personalidad de Alter? —le preguntó el médico.

Verónica no recordaba muchas cosas, pero había descrito a Marcos en varias entradas de su diario, que le leyó:

«Tiene el cabello oscuro y unos ojos llenos de chispas, que se oscurecen cuando no quiero obedecerlo».

«Es un poco caprichoso, y su carácter es cambiante. A veces está sonriente y es agradable, y otras se muestra soberbio e indiferente».

«Me ayuda con mis padres. Me dice que sea más afectuosa con ellos».

«Alter no quiere a Blanca. Creo que le tiene celos».

«No quiere que me junte con nadie, y cuando voy a ver a mi psiquiatra me dicta las respuestas que debo darle».

El médico esbozó un sonrisa:

—¿Y siempre lo obedeces?

Verónica volvió a leer el diario:

—Según lo que dice aquí, sí. Siempre hacía lo que me pedía.

Al psiquiatra le llamó la atención que la chica hablara de su alucinación en tiempo pasado, como si esperara no volver a verlo. Pero no le preguntó nada al respecto. No quería distraerla, y siguió haciéndole preguntas:

—¿Qué pensaba Alter de Marcos?

Verónica volvió a buscar en el diario:

—Aquí dice que cuando yo quise conocer a Marcos, él se asustó. Pero también dice que me ayudó a esconder sus cartas.

El psiquiatra se quedó pensando: la diferencia de opiniones entre la chica y su alucinación expresaban el conflicto que había dentro de la mente de Verónica. A pesar de que ella quería ver a Marcos, cuando se programó un encuentro entre ellos la alucinación volvió para protegerla. Aún era muy pronto para enfrentar a Verónica con su pareja.

—¿Sabe, doctor? —comentó la chica—. Hay algo que no le dije.

—¿Sí? ¿Qué es? —preguntó el psiquiatra, interesado.

—Hace unos días me pasó algo raro: desperté atada a mi cama. Ya leí en el diario que me ha pasado otras veces, aunque nunca escribí la causa. Pero esta vez fue diferente. Cuando miré a Alter me di cuenta de que no estaba igual que antes.

El psiquiatra se puso alerta:

—¿Lo notaste diferente? —le pregunto—. ¿En qué sentido?

—Tenía una cicatriz en su cuello —respondió la chica—. Le pregunté qué era eso, pero no quiso decirme.

El psiquiatra lanzó un suspiro algo fuerte, y Verónica lo observó con curiosidad:

—¿Usted sabe algo de eso?

—No. No tengo idea, la verdad —le respondió el hombre mientras hacía unas rápidas anotaciones en la ficha médica, para disimular.

Mente traicioneraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora