Capítulo 4

7.4K 421 83
                                    

¡Dios! La clase ha transcurrido tan aburrida, que me veo en la obligación de lanzarle papelillos al profesor de matemática, es lo único que encuentro divertido. Todos bostezan y se burlan de la vestimenta del señor Suárez, el pobre ni siquiera se atreve a refutar.

—¿Por qué mejor no se larga y nos da la hora libre? —sugiero con pereza y él deja de escribir en la pizarra para dar la vuelta—. Digo, a nadie le interesa su clase.

—Y a mí tampoco me interesa darla, pero es mi obligación...

El profesor se calla de golpe cuando la peli negra insoportable hace acto de presencia.

—¡Chiara Beltrán!

—¿Sí? —me levanto sonriendo con altanería, pero rápidamente la deshago cuando veo a mi papá entrar junto a ella.

Todas a mi alrededor suspiran ridículamente cuando se cruza de brazos, dándome la mirada más temerosa que jamás me ha dado.

—Papi —jadeo, con el miedo corriendo por mis venas—. Papito lindo.

—Recoja sus cosas y sígame —pide la coordinadora.

—¿A donde va? —pregunta Amelia.

—Usted siga prestando atención a la clase. Chiara me acompañará a la dirección.

—¿Que pasa si no quiero? —la reto.

—Chiara... —advierte papá.

Maldita sea, odio este puto colegio de mierda.

—¡Ash! La detesto —gruño, pateando la silla.

—¿Que dijo? —pregunta anonadada.

—Que la detesto, detesto su miserable existencia. Así que no me haga perder el tiempo —cojo mi bolso y la empujo para pasar.

Escucho los gritos y llamados de mi papi, pero lo ignoro y sigo mi camino hasta llegar a la oficina, esta maldita oficina que conozco más que mi casa. Con fuerza doy un portazo y me siento frente al escritorio de la insoportable peli negra.

—Es mejor que tengas una buena explicación para lo que hiciste —vocifera mientras coloca las palmas sobre el escritorio.

—Solo fue un simple rayón.

Ni siquiera debo negarlo.

—Chiara, ya basta —pide papá—. No voy a permitir que sigas con esta rebeldía.

—¿Al menos sabes por qué lo hice?

Niega.

—Yo...

—Lo hice porque ella fue grosera conmigo —la interrumpo—. Arrancó mi Belly Chain y limpió mi gloss con brusquedad. Me trató mal y nadie tiene ese derecho.

El semblante de papá cambia.

—Como coordinadora...

—Me vale tres pilas de mierda su papel como coordinadora —la corta y yo reprimo una carcajada—. Nadie tiene el derecho de tocar a mi hija sin su consentimiento.

—Yo sabía que mi papi...

—Cállate —reprende—. Recibirás tu castigo, de alguna u otra forma debo mantenerte calmada, me tiene agotado este tema. Pero usted... —mira a la peli negra—. Usted tiene prohibido tocar a mi hija de nuevo.

—Creo que no tiene el poder de amenazarme.

—Pregúntele eso a la directora —le sonríe y me mira—. Te espero en el coche. Date prisa.

Resoplo y miro a la mujer cuyo nombre no me interesa.

—Venga, no todo es tan malo. Al menos yo no me doy por vencida. Que siga el juego, profesora.

Más allá de una caricia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora