Capítulo 39

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Berlín-Alemania

Heiner.

Mi humor no ha cambiado desde que el jet aterrizó en Berlín. De hecho no he tenido un buen humor desde que Gisela se apareció en mi oficina dándome la peor noticia. En los que por días tuve que planear algo coherente para explicarle a Chiara la situación, pero la verdad es que no encontré que decirle.

Me encontraba cohibido, maltratado y agotado. Pensar en que esto era algo que seguramente me haría perder a Chiara, hacía que mi pecho se hundiera, lleno de angustia. Nunca la quise perder, quería avanzar con ella y mantener nuestra relación menos privada. Pero maldito sea el día en que conocí a Gisela. Esa mujer arruinó todo lo que planeé por semanas, fue capaz de destruir la confianza que Chiara y yo habíamos construido.

Solo le bastó un par de días para planear todo, y juro que esto no se va a quedar así. Puedo verla muy feliz con su maldita ilusión de "nuestro hijo" pero en cuanto sepa qué es una farsa, va a desear no haberme conocido nunca.

En los últimos días me ha intentado mostrar su vientre abultado, solo que prefiero estar ajeno a eso. No hay un gramo de ilusión o emoción en mi sistema y solo me ahorro las sonrisas de Gisela que en este momento me amargan la existencia.

La he visto hacer compras y cosas de niños, hablarle a su pequeño vientre como si fuera algo tan especial para ambos. Y la verdad no voy a mentir, no siento ni un ápice de emoción. Todo es vacío, no hay nada dentro de mí que me llene de felicidad, no me siento feliz.

Evito a toda costa estar cerca de ella. Me lleno de trabajo y hasta paso más tiempo con Lily, solo para no darle el gusto a Gisela. La verdad es que solo escucharla hablar, hace que mi estómago se revuelva y quiera vomitar. No quiero escucharme como un maldito imbécil, pero los actos egoístas, chantajistas y manipuladores de Gisela, son causantes de mi irritación para con ella. No merece mi buen trato, ni siquiera que la toque.

¿Como podría hacerlo? Ni siquiera puedo verla a los ojos. Es una mentirosa, a leguas se ve lo chantajista que puede llegar a ser.

Venir a casa, en Alemania, fue la mejor idea aunque por dentro no me terminaba de convencer. La verdad es que no podía pasar todo el embarazo de Gisela en Madrid, no era algo muy coherente de mi parte.

Aunque, trato de pensar en muchas cosas, menos en Madrid y Chiara. Todo lo que dejé en ese lugar. A mi mujer.

Joder.

La ropa comienza a picarme y a fastidiarme. Ya no quiero estar otro minuto aquí, y vuelven esas ganas de largarme lejos con la única mujer que quiero en este momento.

Lo único que me detiene es mi hijo, si es que llega a serlo. Esa es mi única tranca, lo que me cohibió de todo.

Estoy tan molesto.

Trago grueso y me deshago de la corbata. Enciendo el móvil y ya resignado, decido qué hundirme en mis propias desgracias es la mejor opción. Deslizo los dedos por la pantalla, buscando la carpeta que la fresa creó, solo para los dos. Hay cientos de fotografías, entre ellas Chiara durmiendo plácidamente en mi pecho, en mis piernas y otra donde se había quedado dormida en el sofá.

Sigo detallando cada fotografía y me detengo en la primera que nos tomamos aquella noche en mi departamento. Su mejilla pegada a la mía, mientras sonríe y lanza besos al aire, otra abrazada a mi cuello y luego siguen las más íntimas y personales.

Vaya, Chiara es preciosa.

La he observado muchas veces con atención, pero ahora que sé que no volveré a verla tal vez por un buen tiempo, hace que mis ojos busquen cada detalle en su rostro, en su piel.

Más allá de una caricia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora