Capítulo 36

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A varios kilómetros de la sierra de Durango, Andrés García estaba emocionado por qué tan solo faltaban dos días para que fuera dado de alta. La gran mayoría de su familia ya había regresado a Guadalajara a sus respectivas actividades, solo permanecían con el su madre y hermano Matteo. Estos se turnaban para estar con él y ver que no le faltara nada; de nada servían sus ruegos cuando les pedía que se quedaran a descansar en el hotel, que él ya estaba mejor, porque no le hacían caso.

Feliz de que ya faltaba poco para volver a casa, decide pedirle a una de las decoradoras de interiores que conoce que por favor vaya a su departamento para que le haga un cambio de imagen, volverlo más acogedor. Cuando hace la llamada Neri Gastelum, una señora joven con amplia experiencia le toma la palabra y hace los preparativos para pasarse por el lugar.

No quiere cambios drásticos, pero sí desea cambiar de un clásico departamento de soltero a un departamento de un hombre con un hogar. Quiere que cuando Zil y su familia le visiten se sientan cómodos en él.

Después de colgar llama a su novia, pero esta no responde, no tiene ni la menor idea de lo que está pasando. Imagina que ella le regresará la llamada cuando pueda, pero es el sueño quien lo termina venciendo junto al coctel de medicamentos que lo llevan a dormir.

Cuando despierta es Matteo y su madre quienes esperan impacientes en la habitación. Fernando les habló temprano para darles la noticia de lo sucedido, es algo que no esperaban y que sin duda saben puede afectar a Andrés.

—Al menos díganme que durmieron un poco, porque yo he dormido como un bebé —declara Andrés en tono burlón a su familia.

—Sí hijo, vamos llegando de hecho... hay algo de lo que tenemos que hablarte con urgencia, pero por favor... tómalo con calma —pide la madre siendo muy directa con él.

Saben que si no le dicen este perderá aún más los estribos al saber que le ocultaron algo tan importante como aquello.

—Me asustan ¿qué está pasando? —inquiere inquieto mientras se sienta en la cama del hospital—. ¡Hablen ya, que desespero!

La mañana yace fresca afuera, el sol apenas aclara el día y se da cuenta que apenas está amaneciendo. Las flores que le han traído unas yacen casi secas.

—Temprano me habló Fernando García, hermano de Zil —aclara haciendo que Andrés ruede los ojos—. Ayer por la tarde tuvieron unas visitas, unos amigos que hicieron cuando atacaron a Zil mientras tu estabas en coma. Al parecer los chicos hicieron amistad con ellos y les visitaron...

—Ajá ¿y? —mueve las manos con desesperación. Un nudo se forma en su estómago ante la expectativa de malas noticias.

—Mientras, Fer y sus padres los llevaban de excursión en los alrededores dejaron solas a Tita, Itzia y Zil y pues el agresor... el que tú sabes, llegó con un comando de personas y prendieron fuego a la casa.

—¿Qué? ¿Cómo están ellas? —pregunta mientras intenta ponerse de piel, siente como un escalofrío le atraviesa, sus peores miedo haciéndose realidad.

—Tranquilo, hijo, todos están bien —aclara su madre cuando ve que este intenta quitarse el catéter—. Todos están en perfecto estado. Deja que tu hermano termine de explicarte, por favor...

—Como piensas si quiera que puedo estar tranquilo —interviene a su progenitora.

—Porque si no estas bien, no habrá manera de que puedas ayudarles.

Andrés toma aire mientras mira al techo con frustración.

—Como te decía, el agresor y los hombres prendieron fuego a una parte de la casa. Ellas lograron salir justo cuando su familia llegaba con sus amigos, al parecer los atacantes traían armas y una de las balas rozó el brazo de Zil, pero nada grave...

—¡Joder! Tengo que largarme de aquí —determina todo lo que hará—. Tenemos que llevarlos a Guadalajara y esta vez no aceptaré un no por respuesta, Zil verá el peligro y me ayudará a convencer a su familia. Ellos pueden quedarse en mi departamento todo el tiempo que quieran.

Andrés toca el botón de emergencia de su camilla para que le retiren el catéter.

—Es que eso no podrá ser así... —Su hermano menor le observa con confusión y se da cuenta que hay algo más que no le ha dicho—. Zil advirtió el peligro como tu bien dices y se fue... ellos no saben en dónde está, ni ella ni su hija.

Al escuchar esas palabras siente como si un edificio se desplomara sobre él. Zil ha huido creyendo que ella era el peligro, ya se lo había dicho y pensó que solo era una emoción pasajera.

—¡Enfermera! —grita Andrés desesperado y en ese momento entra la que está en turno—. Por favor quíteme estas jodiendas y deme todo para un alta voluntaria.

—¡Andrés, por supuesto que no! —amonesta Rosa—. Tienes que terminar tu tratamiento, solo será un día más y nos podremos ir.

—La mujer que amo se ha escondido porque teme por su seguridad, la de su hija y la de su familia, y ¿tú me pides que me quede acostado solo porque debo terminar un tratamiento que bien puedo tomar en pastillas? Escúchate, madre. Es ilógico eso.

—Sí, es ilógico —defiende Matteo—. Pero también es en vano que vayas.

—¿Por qué? ¡Algo habrá que podamos hacer! —dice con desesperación, nunca antes la había sentido tan fuerte, tan intensa.

Matteo que está acostumbrado a lidiar con el arrebatado temperamento de su hermano, solo toma aire para explicarle lo que sigue.

—Sí, hay algo que podemos hacer, y de eso me encargaré yo. Pero en cuanto a saber la ubicación de Zil es imposible, ni ellos saben en dónde se encuentra, solo saben que estará comunicándose con ellos.

Ellos... su familia. No él, su novio.

No es que le duela saber que ella mantendrá un tipo de contacto, sino el hecho de que ella no acudiera a él para que la protegiera. ¿Pero cómo podría hacerlo? Si él mismo se sentía culpable de ponerla en peligro ante la loca de su ex.

—Mierda... —Se sienta en la orilla de su cama y restriega sus manos contra su cara—. Esto es tan jodido.

—Lo es hijo, pero si ya han superado algunas cosas, verás que podrán superar lo demás —consuela Rosa pues él es dueño de un sentimiento de frustración que siente a millas.

—Vale... ¿entonces ya hay un plan o no? —pregunta con la esperanza de que la haya.

—Sí, pero tú te quedas en casa y yo iré donde ellos, los llevaremos a casa —explica haciendo que la ansiedad de Andrés se calme solo un poquito. Solo un poco.

—Entonces que así sea, de todas formas, me iré hoy de aquí.

En ese momento un tono de llamada entra al móvil de Andrés.

—Número desconocido —dice en voz alta mostrándoselo a su madre y hermano—. ¿Sí, Hola? —inquiere cuando toma la llamada.

—¿Andrés? —la voz de Zil resuena través del teléfono y este hace que su corazón se acelere tan solo de oírla.

—Cariño, ¿dónde están? ¿con quién están? —pregunta con la sangre bombeando a mil y la desesperación carcomiendo la punta de sus dedos—. ¿Bueno? ¿Zil?

Una estática comienza a sonar a través de la bocina y de pronto se corta la llamada. La tristeza e impotencia le invaden.

—Tengo que encontrarla, es un hecho que debo hacerlo —la resolución en su voz es palpable, ahora solo le queda a su familia aceptarlo.


Seducida por el italianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora