Capítulo 39

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Zil había intentado conciliar el sueño, pero no pudo, todo era en vano.

La señal de red era aún más pésima que, en su casa, y eso la frustraba. Su hija había pasado gran parte del día preguntando por sus abuelos y su tío Fer. Quería verlos, extrañaba su hogar y quería volver a su casa. Ella no se encontraba mejor, extrañaba a su familia y a su novio, saber que su hija se sentía igual no hacía más que acrecentar su desesperación.

Una semana ya había pasado desde el accidente en su casa, medio comía, medio dormía. La familia de los Rivera se han comportado muy bien con ella, y continuamente le dicen que no se desespere, que todo va a estar bien.

Era domingo por la tarde cuando Karla, la hermana de Patricio la invitó a ir al pueblo junto a su niña.

—A todos les diremos que eres una prima que viene de Tijuana ¿está bien? —advierte la joven a Zil y esta solo asiente con la cabeza, emocionada por que por fin va a salir—. Cuando vayamos hay un lugar en dónde puedes hablar abiertamente, ahí pararemos para que llames a tu familia y tu novio.

—Sí, por favor, si —dice emocionada—. Muchas gracias, ya me sentía desesperada.

—Nos hemos dado cuenta, y si por nosotras fuera no habría problema de que estes en constante comunicación, pero dicen mis hermanos que he por tu seguridad —aclara Karla con preocupación—. Les digo que eso me parece excesivo que no estas secuestrada, solo resguardada.

—No te preocupes —asegura Zil—. Entendí las condiciones cuando me ofrecieron esta salida, solo que me gustaría salir un poco más, mi hija extraña a sus abuelos y no ayuda mucho mantenerla siempre en un solo sitio.

Karla le pregunta sobre la niña y ella explica la condición de su hija, esto con la finalidad de que puedan apoyarla también por ese lado. Cuando llegan al claro, la joven la avisa a Zil que ahí es seguro que llame, que nadie podría escucharla.

Ella saca el teléfono y marca, al segundo timbre contesta Tita.

—Mija, mi niña —comienza a llorar.

A Zil se le quiebra la voz.

—Tita, te extrañamos mucho —dice su nieta.

—Tita, tita, tita —pide la niña el teléfono y Zil le acerca el aparato a la oreja—. Tita, te estaño, ven pol mí, Tita.

Zil al oír a su hija pedir aquello se rompe, si ya es dura la situación saber que ella pide a su familia la conmueve a un más.

—¿Zil? —llama su madre—. Hija...

—Mamá ¿cómo están? —saluda entre lágrimas—. ¿Y papá?

—Hija... bien, las extrañamos. Ustedes, ¿cómo están? —saluda su padre—. Están en altavoz, las oímos todos.

—Bien, familia, estamos bien. La familia con la que estamos nos cuida mucho y estamos seguras, no se preocupen.

Tita yace en llanto siendo consolada por Fer.

—Ay, hija, que alegría nos da oírte. Estábamos tan preocupados —asegura Lucía.

—Perdón, aquí la señal es mala y hasta hoy pudimos salir a un pueblo cercano, estaré llamando cada semana de ser posible ¿Cómo están ustedes?

—Bien, hija, bien... Estamos en Jalisco, en el departamento de tu novio —confiesa Don Memo—. Fer, tu madre y yo ya estamos trabajando y estamos bien.

—¿Cómo pasó eso? —inquiere ella preocupada—. ¿Saben algo de él?

—Está bien, hija. Preocupado como nosotros, pero nos ofreció su casa por el momento... ya que vuelvas te contaremos —dice su padre—. Pásanos a la niña, queremos oírla.

Seducida por el italianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora