Los García accedieron a que los Di Rosa les prestaran un departamento en Guadalajara para que se quedaran en caso de que Zil llamara. Maggie incluso pidió el resto de sus vacaciones para acompañarlos, estaba preocupada por la salud de Tita, ya que la notaba muy decaída por los recientes acontecimientos.
No había nada que rescatar, nada que los mantuviera atados a su antiguo hogar, incluso la camionetita que tanto les había servido durante años quedó quemada por el fuego. Había sido una pérdida total y no había ningún seguro de daños que les ayudara en el proceso. Incluso pensaron en las afores que tenían, pero tanto Memo como Lucía y Tita, al no ser empleados asalariados, no contaban con ese apoyo. Eran tan poco lo que les darían que mejor era no sacarlo. En cambio, Fer, tenía un poco más ahorrado y decidió sacar un apoyo por desempleo, también fue poco, pero al menos no tendrían que pedirle dinero a los Di Rosa para alimentos.
Maggie por su lado se ofreció a ayudarles. Un día antes de que se marcharan todos, algunas personas de los alrededores los andaban buscando para ayudarles, pero nadie supo dar con ellos. Su nuera se los hizo saber, pero decidieron que entre menos supiera la gente sobre su paradero, mejor estaba su hija Zil y su nieta Itzia.
Tal como pactaron, los García salieron de madrugada, junto a los Di Rosa, rumbo a Sinaloa para bajar por Nayarit. Serían menos horas de camino en comparación a si tomaban la ruta de Durango. Todos iban repartidos en la camioneta de los Di Rosa y el auto de Maggie. Era medio día cuando llegaron a la casa que la familia de Andrés había dispuesto para ellos, su departamento.
—Muchas gracias, mijo —expresa con sentimientos encontrados Tita—. Es demasiado lo que han hecho por nosotros que una vida no nos alcanzaría para agradecerles.
—No diga eso, Tita. En deuda estoy yo con ustedes por salvarme la vida —recuerda con sensatez—. Además, como no hacerlo si los queremos como si fueran nuestra propia familia.
—Así es —confirma María Vitale—. Quizás no es el momento apropiado para decirlo, pero les hemos tomado un cariño especial a todos y esperamos que Zil y su niña se encuentren bien. Rogaremos por sus vidas y por qué esos jóvenes puedan dar con ese hombre.
—Que así sea —pide al cielo Lucía que yace con el corazón acongojado desde que su hija se fue.
Matteo les advierte dónde es que están todas las cosas y también la cocina. Les muestra rápidamente el departamento y las habitaciones para que se instalen. Andrés permanece sentado en la sala hasta que es hora de marcharse, todos están cansados y lo más prudente es darles espacio.
—Cualquier cosa, nos avisan por favor —pide él a la familia—. Estaré pendiente del teléfono. ¿Seguros que no hay nada que pueda hacer?
—No... nada —asegura Don Memo con pesar—. Lo mejor que podemos hacer es esperar que ella esté bien y que nos llame.
—Vale, entonces nos pasamos a retirar —anuncia poniéndose de pie ya con dificultad—. Se quedan en su casa, no se preocupen por comida, la cocina está llena de alimentos.
—También, hemos traído un poco de ropa de tal vez pueda servirles —agrega Matteo con timidez sabiendo que los García no son muy dados a recibir dadivas de las personas.
El orgullo de Don Memo se ha visto hecha ceniza junto a las esperanzas de alcanzar la estabilidad con su familia. Ya sin él, no le queda más que aceptar que a veces es necesario aceptar la ayuda de las personas, pues estas son buenas acciones que a la larga son recompensadas y eso le hacía preguntarse en qué si quién era él para quitarles tal bendición.
Todo en esta vida es un sembrar y cosechar, ellos sembraron durante años buenas acciones con las personas que conocían e incluso con las que no como con Andrés. Eso a la larga les trajo la dadiva de encontrarse con él y su familia.
—Saben, soy de las personas que piensa que todo lo bueno se devuelve, así como lo malo —habla en voz alta Memo—. Quizás si nosotros no hubiésemos ayudado a Andrés, otro lo hubiera hecho, pero entonces no los hubiéramos conocido, y no estaríamos aquí, así que gracias. Gracias por tanto y deseo de corazón que esto que están haciendo les sea multiplicado.
Las palabras del patriarca les conmueven y es Andrés quien se acerca para darle un abrazo. Este le corresponde y luego se despiden.
Cuando los Di Rosa terminan yéndose, los García buscan en las maletas que estos les trajeron con las ropas algo que pudieran usar. Querían bañarse y cambiarse.
—Memo, pero mira... —Lucía alza algunas prendas—. Aquí hay mucha ropa y algunas de ellas hasta etiquetas tienen.
Tita saca otras y las olfatea.
—Y son nuevas, aún huelen a tienda departamental —silva con asombro—. Creo que han gastado en ello... que pena con ellos.
Maggie quien es la única que cuenta con su propia maleta, se acomoda en un sofá mientras observa todo lo que la familia va sacando.
—Si es bastante... pero no deberían agobiarse, por ello —sugiere pensativa—. A ellos no les pesa gastar porque no ven un límite en lo que hacen, si así fuera la actitud de ellos sería distinta. No sientan pesar por eso. Se nota que lo hacen porque los estiman.
—O porque somos la familia de la novia —añade Fer riéndose—. Para mí que Andrés está bien enamorado...
Y entre conversaciones y planes para al día siguiente salir a buscar trabajo es que los García pasan su tarde sin dejar de lado la constante preocupación por Zil e Itzia.
Por su lado, los Rivera vuelven a la ruta de su trabajo. No dicen ni hacen nada sospechoso que pueda poner en alerta al bando donde yacen infiltrados para que sospechen sobre sus recientes salidas.
Es un riesgo que ellos han decidido correr y lo aceptan con todo lo que conlleva.
—¿Te comunicaste con el sargento? —pregunta Jasiel a Patricio.
—No, pero dejé un mensaje pidiendo todo el archivo del caso de Rigoberto Gándara Fierro, le dije que nos parecía un soplón del ejercito —explica sin dejar de manejar entre las lomas de la sierra para llegar al escondite de su jefe de la banda.
—Esperemos nos responda en el tiempo acordado, tenemos que atrapar a ese cabrón cuanto antes —puntualiza.
Su primo asiente sin perder de vista el camino mientras piensa en cómo es que esta chica ha trastocado la mente de su primo, cuando juró que no volvería a interesarse por ninguna mujer.
«Bien dicen que cae más rápido un hablador que un cojo» piensa para sí, sin decir más.
Por su lado, Andrés, que no puede quedarse de brazos cruzados, se comunica con su primo Luca Davenport, que, aunque con raíces ítalo—inglesas, es más mexicano que el nopal.
Luca llega a casa de su tía después de la cena y se dirige hasta la recámara de su primo, quien yace recostado descansando.
—Tienes que contarme todo lo que sepas —exige sentándose frente a él y tomando nota—. No omitas ningún detalle.
Andrés se sienta y procede a contarle todo lo que los García le han dicho, incluso le pasa el número del que le llamó Zil y comprueban que al marcarles les mandan directo a buzón de voz. Luego de hablar un rato, Luca se compromete en buscar información y luego se retira.
Una vez más Andrés marca, pero se da cuenta de que es en vano, pues la llamada se desvía. Entre la preocupación y la angustia cae dormido, no sin antes elevar una plegaria al cielo por el bienestar de su novia, la mujer de sus sueños.
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Seducida por el italiano
RomanceÉl conduce hacia su escape, pero un aparatoso accidente le cambia los planes y el destino. Conoce la historia de este apuesto italiano y la chica que cree que no merece ser amada. Prohibida su reproducción total o parcial. Cuento con todos los der...