Capítulo 12

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En la mañana el señor Memo regresa junto con Fer de la ciudad. Visitan a Andrés que yace dormido después de desvelarse en la madrugada.

—Hola Andrés, ¿cómo te sientes? —inquiere Don Memo— disculpa, soy Guillermo García, este es mi hijo Fer. Nosotros te encontramos en la orilla de la carretera cerca de un barranco.

—Muchas gracias, le debo mi vida a usted y su familia. Créame que le pagaré hasta el último centavo. Se lo prometo —dice Andrés agradecido con su salvador y sabiendo de antemano por su hija que estaban en una mala situación económica.

—No, no para nada muchacho. Eso lo hicimos de corazón —responde Don Memo.

—Así es, no es necesario —reafirma Fernando— además alégrate, pudimos contactar uno de tus familiares y vienen en camino acá por ti. No han de tardar en llegar. Desde ayer les avisamos.

— ¿En serio? ¡Eso es grandioso! —su voz es efusiva, una alegría le invade de repente. Pronto podrá salir de aquel lugar y continuar con sus planes... y su vida.

—Así es. Nos alegra saber que ya estas más alegre. Mi madre me informó que ayer estuviste algo decaído o molesto —confiesa Don Memo sin saber que era un secreto—. Disculpa la actitud de Zil. Su vida no ha sido fácil y ante cualquier hombre siempre está a la defensiva. Pero tiene un corazón muy noble.

—Padre debemos traer las cosas del señor —interrumpe Fer al ver la mirada inquisitiva de Andrés ante el comentario de su papá.

—Cierto. Volvemos en una hora Andrés, vamos al pueblo por el resto de tus cosas. Se quedaron en la clínica. Y está largo el camino —anuncia Don Memo mientras se dirige a la salida con Fer.

—Gracias —dice Andrés antes de que este último salga aun procesando toda la información que le acabando de dar.

—De nada —asiente Fer con la cabeza y sale por la puerta.

Andrés está feliz porque su familia ya viene por él. De pronto se siente agradecido con el mundo, la vida, el destino. Con todos.

—Hola Andrés, mucho gusto, soy Lucía —anuncia la señora García al entrar a la habitación junto con Tita.

—Mucho gusto, señora —dice Andrés con respeto.

—Hola cascarrabias —dice Tita con familiaridad mientras le entrega un plato con comida— aquí el desayuno. Veo que no cenaste. ¿Tan malo estuvo? —le interroga Tita.

—Tita, no le diga así al muchacho, va a pensar mal —amonesta con vergüenza Lucía a su suegra.

—No hay problema, viniendo de Tita, eso suena a cariño —Andrés interrumpe la amonestación de Lucía y luego toma una cucharada del desayuno— Wow. Esto está riquísimo. Muchas gracias.

—De nada. Yo lo hice —responde Tita feliz porque halagaran su desayuno.

—Mmm, debería ser Chef. Tenía años que no probaba unos huevos rancheros y machaca tan buena.

—Nos da gusto que le agrade tanto el desayuno —dice Lucía hablando por las dos.

—El gusto es mío, en serio. Tenía hambre. Anoche no cene por que estuviera malo, me quede demasiado dormido y desperté en la madrugada y ya estaba muy helado —confiesa sincero.

—Cierto, solo las tortillas de harina hasta frías son buenas —se ríe Tita mientras examina los frascos con los ojos apenas entrecerrados pues su vista no ha sido muy buena desde hace años y los lentes que tenía los quebró su bisnieta sin querer.

—Yo los reviso suegra. No se lastime más la vista —anuncia Lucía mientras se acerca a los frascos y los lee.

—Toma Andrés, esta te toca en unos quince minutos —dice mientras le entrega el frasco.

Seducida por el italianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora