Capítulo 24

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Después de la comida la niña de Zil duerme en brazos de su madre, Tita le dice que irán a recostarla en la cama, por lo que Don Memo la toma y se van con ella a las habitaciones. Esto les da una oportunidad a los jóvenes para estar solos.

—¿Quieres ir a caminar? —pregunta Andrés a la chica, la que asiente con la cabeza.

Tomándola de la mano salen de la palapa dejando a sus familiares detrás. Cada pareja en lo suyo dándose tiempo para disfrutar de sus vacaciones. El hombre dirige a Zil hacia la orilla del mar y aunque el sol no es muy fuerte, va dando color a sus mejillas.

—Es hermoso —dice Zil mirando el mar—. Nunca antes había hecho esto, ¿sabes?

—¿Caminar a la orilla del mar? —inquiere curioso.

—También, me refiero a esto —señala las manos entrelazadas de ambos—. Caminar de la mano.

Ella aprieta sus labios al confesar aquello.

—Me gustaría poder decir lo mismo —dice con tristeza—. Me gustaría poder cambiar muchas cosas de mi pasado, pero supongo que es imposible.

Él detiene su paso parándose de frente a la joven que le roba el pensamiento. Toma su otra mano y la mira con absoluta ternura.

—Por eso no quise ocultarte nada, he hecho y dicho cosas de las que me arrepiento y sé que no se pueden modificar o borrar —declara sus emociones con la más pura verdad—. Pero lo que puedo hacer, es no ocultártelo, y si llegado el momento decidimos emprender una relación, quiero que no haya duda en ti de que no me conoces, y puedas elegirme sin temor a remordimientos.

Si las mariposas pudiesen habitar dentro de uno, seguramente el estómago de Zil tuviera unas cuantas habitantes que revolotean gustosas ante las palabras del hombre de sus sueños.

—Gracias por confiarme eso, nunca te juzgaría por algo que ya pasó —aclara ella—. Sería la menos indicada para hacerlo, ya sabes, por lo que me pasó. Sé que Tita te dijo algo al respecto, ella me lo dijo.

—Un día, si tú quieres y te sientes cómoda, me gustaría poder oírte —ofrece con empatía. Sabe de antemano que sufrió mucho y que no ha sido fácil para ellos como familia—. Pero de una vez te digo, que no hay nada en ti que yo llegue a repudiar o que me haga verte con otros ojos.

Zil sonríe con sus mejillas sonrojadas y se acerca al rostro de Andrés para darle un beso suave y tierno en la mejilla.

—Gracias —murmura—. Me gustaría hacerlo, pero no aquí, quizás debamos ir a un lugar más privado.

—¿Ya? —pregunta él asombrado, veía esa conversación a futuro.

—Sí ¿para qué esperar? No quiero que pase otro día sin que sepas toda la verdad. Mereces saber esa parte de mi vida —clara ella abrazándolo por completo.

Él la abraza también y luego se separan para ir rumbo a las habitaciones.

—Creo que en mi recámara no nos molestará nadie —dice ella.

—Es lo mejor, seguro Matteo ronca como oso ahorita. Acostumbra hacer siesta después de comer —Andrés se ríe de su hermano.

Toman el ascensor juntos y Zil se pregunta si así es el amor, sentir paz con la persona indicada, no sentir prejuicios y sentirse querida y respetada. No tiene un antecedente con quien ni a que compararlo. Simplemente, se ha dejado guiar por su corazón. Sabe que en cuestión económica él tiene más que ella. Sin embargo, a pesar de que al inicio cuando se conocieron la confrontación que tuvieron era más un producto del choque de sus mundos que de un prejuicio por su condición económica.

Seducida por el italianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora