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JiMin

—¿Puedes, por favor, recordarme por qué no has podido acompañarme esta vez? —le susurré a TaeHyung por teléfono mientras apretaba la frente contra la pared en la esquina de la blanca sala de espera donde estaba sentada, aguardando a que me llamaran.

—Si no tuviera clase con la bruja, sabes que estaría ahí sosteniéndote la mano todo el rato. Esa mujer ya me tiene fichado; no puedo darle más munición. Cuando llegues a casa, tendré los chupitos de tequila preparados para la celebración. Concéntrate en eso. Te ayudará.

Cerré los ojos. Estaba a punto de vomitar. Tenía que calmarme y concentrarme en otra cosa, así que comencé a pasearme de un lado a otro en aquel pequeño rincón. Intentaría animarme con pensamientos positivos.
Positivos y felices.

Había una chica castaña sentada en un sofá blanco en forma de U. Había estado ocupada enviando mensajes y luego se había puesto a hacerse selfies inútiles durante los diez últimos minutos. No había soltado su teléfono, con orejas de Mickey, ni un segundo desde que había entrado por la puerta.

Al verle hacer otra mueca mientras se apretaba los senos con los brazos, gruñí por lo bajo.

—Creo que voy a vomitar —susurré hacia el teléfono.

—Cállate ya. Sujétate los pantalones y asómbralos con tu bonita sonrisa.

—Ya que estás haciendo un trabajo tan bueno como mejor amigo, al menos recuérdame por qué HyoRi no ha podido venir conmigo.

TaeHyung soltó un largo suspiro.

—Ella estaría temblando a tu lado si la hubieras llevado contigo. Por eso no le hemos dicho a dónde ibas, ¿recuerdas?

Claro. Y tenía razón; si HyoRi estuviera aquí, estaríamos los dos muertos de miedo, y esa no era la primera impresión que se quería causar a nadie, y mucho menos a los directivos de un estudio que estaban interesados en comprar los derechos de tu libro para hacer una película.

—Te odio.

—Yo también te quiero.

—Tae... —Empecé a hablar de nuevo en tono temeroso—. La cita era a las dos y media, y son casi las tres. ¿No crees que debería marcharme? Quizá hayan cometido un error al programarla. Es decir, ¿a quién quiero engañar? Está claro que esto no es verdad. Quiero irme a casa. ¿Puedo, por favor?

—No, no puedes volver a casa. Te prohíbo que vuelvas a casa sin haber asistido a esa reunión; quiero que regreses con buenas noticias y muchísimo dinero. Ahora cierra los ojos.

—¿Por qué?

—Hazlo, Mimi.

—Vale. Tengo los ojos bien cerrados. Puedes estar aquí cuando los abra
si quieres ganar el premio al mejor amigo del año.

—Ese premio ya es mío, cariño, así que no te molestes en amenazarme. ¿Tienes los ojos cerrados?

—Sí —resoplé.

—Muy bien. Ahora, imagina que eres un río.

—Aggg... —gemí. No quería sufrir eso de nuevo—. ¿Qué intentas?

—Que te relajes.

—¿Diciéndome que soy un río?

—Sí. Ahora, cállate e imagina que eres un río. Estás fluyendo; nadie ninada puede detenerte. Sientes la luz del sol sobre tu... lo que sea, y te hace feliz. Eres la chispa de una risa en el aire. Luego, te conviertes en una pequeña cascada... que se acaba transformando en una majestuosa catarata y luego...

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