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JiMin

Dejé que YoonGi me pusiera a su espalda cuando salimos del local y nos encontramos cara a cara con un puñado de paparazzi. La sonrisa más grande de mi vida se me borró de la cara y agarré la mano de TaeHyung para que no se quedara atrás cuando los destellos comenzaron a aparecer a solo unos centímetros de nuestras caras. La mano del pálido apretó la mía cuando redujo el paso para ponerse detrás de nosotros y llevarnos hacia el aparcamiento privado. Miré a Tae y vi que mantenía la mirada gacha e intentaba seguir nuestro ritmo casi corriendo.

Los reporteros seguían haciéndome preguntas a mí en lugar de a YoonGi, y sentí que el pánico que sentía se incrementaba cuando comenzaron a acercarse demasiado. Cuando uno de ellos, un chico pelirrojo con aspecto de surfista, se acercó demasiado para mi comodidad, casi me hizo empujar a TaeHyung en la prisa por alejarme de él. Entonces, YoonGi me soltó la mano y empujó al paparazzi con fuerza en el hombro. Dejé que mi amigo se acercara, pero el pelinegro había dejado de andar para enfrentarse al chico, así que también tuvimos que pararnos.

—No me pongas las manos encima —gruñó el chico mientras bajaba la cámara—. Solo estoy haciendo mi trabajo, que es hacer algunas fotos a esos chicos tan guapos.

¿Estaba molestando a YoonGi intencionadamente?

—No me importa cuál sea tu trabajo. No quiero que te pegues a él.

Enrosqué la mano alrededor del brazo del mayor e intenté obligarlo a seguir avanzando antes de que las cosas se pusieran más feas entre ellos. El muy imbécil sonrió.

—Tranquilízate, amigo. Tal vez él necesita que alguien que se le acerque de verdad. He oído que tú no lo estás haciendo demasiado bien.

Algunos de los demás periodistas se rieron por lo bajo mientras seguían grabándolo todo. Parecían devorar todo lo que pasaba. YoonGi dio un paso adelante y luego otro mientras sus músculos seguían tensándose debajo de mi mano, por donde intentaba contenerlo sin demasiado éxito.

—JiMin, haz algo o va a perder el control —me murmuró TaeHyung con urgencia al oído.

—YoonGi —solté bruscamente cuando vi que había cerrado los puños—. Tenemos que irnos.

Con los ojos todavía clavados en aquel idiota sonriente, y con la mandíbula apretada, asintió con firmeza y comenzó a avanzar de nuevo. Los paparazzi nos seguían y, aunque esta vez mantenían las distancias, continuaban disparándome preguntas en torno a mi reacción al paupérrimo beso que me había dado en el estreno.

Estaba medio tentado de dejar de andar y arrojarme a los brazos del tez nívea para que pudiéramos repetir nuestro primer beso —que era, obviamente el que nos habíamos dado esa noche, porque no iba a aceptar de ninguna forma que mi primer beso con él fuera el del estreno— y callarles la boca, pero salir de allí lo más rápido posible me parecía una opción mucho mejor.

¿Tal vez tendría la oportunidad de saltar sobre él en público en otro momento?

Llegar al coche y alejarse de aquella pequeña multitud no ayudó al mayor a relajarse. Por mucho que el peligris hiciera todo lo posible para aligerar nuestro estado de ánimo, YoonGi no pronunció más de dos palabras.
Tan pronto como dejamos a Tae en su apartamento, el azabache cogió el teléfono y llamó a su publicista sin decirme una palabra.

—LeeSeo. Sí. Perdón por interrumpirte. Te llamo para avisarte. Algunas personas del equipo nos han hecho vídeos a JiMin y a mí besándonos en el escenario. Sí, estábamos en la fiesta del equipo. Está bien...

Me di cuenta al instante de que no me gustaba nada que tuvieran que hacer el control de daños sobre algo que a mí me había resultado mágico. Me froté los muslos con las manos, volví la cabeza y miré los coches que transitaban a nuestro lado.
Me pregunté a dónde irían, a quién iban a ver al final de su viaje. Tal vez no tenían rumbo fijo y solo navegaban por la vida.

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