Venganza

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"Y volver, volver, volver....

*

Una voz femenina cantaba a baja voz mientras fumaba un cigarro y miraba una fotografía sobre su escritorio, era una joven muchacha junto a un niño. Jamás se había imaginado sentada allí, y menos siendo dueña de todo lo que pisaba en esos momentos.

Como habían cambiado la cosas...

Se sacó el cigarro de la boca y lo apagó en el cenicero, cerró las persianas de la ventana dejando la oficina en completa oscuridad, como solía hacerlo él. Al fin y al cabo ella era el engendro de su propio mal.

Tomó un trago de Whisky y se sentó en el sillón, esperando por su presa. Cinco años después esto le resultaba más excitante que cualquier cosa, vivir la venganza en su propia carne y por sus propias razones, parecía ser un alimento para su amargada alma. Sonrió bajo la máscara.

Todo el mundo la daba por muerta, y Los Elizalde vivían en paz y tranquilidad. No sabían lo rápido que se les avecinaba la tragedia de nuevo a sus vidas.

No quería una tregua, no quería la paz. No tendría misericordia, así como ellos tampoco la tuvieron con ella.

La puerta se abrió y dos tipos gigantes entraron a la habitación, traían con ellos a otro hombre con la cabeza cubierta con una bolsa, y las manos atadas. Rápido lo tiraron sobre la silla y se pusieron detrás de él, sosteniendo cada uno su hombro.

- Aquí está lo que nos pidió señora.

- Gracias. - Sonrió la ahora rubia Bárbara Greco. - Ahora váyanse y déjenme sola con él.

Los dos asistieron y se fueron.

Bárbara se puso de pie saliendo de su escritorio, caminó con lentitud hasta el hombre detallando hasta lo mínimo, había pasado mucho tiempo y tal vez él había cambiado, tal vez no la recordaba ya. Pero ella jamás lo habría olvidado, ni a él ni a todo lo que fue su vida desde aquella venganza estúpida que no le pertenecía.

Pero esta si sería toda suya.

Así como él.

- ¿Quién es usted? ¿Qué quiere?

Ahí estaba, no la recordaba ni un poquito.

Bárbara suspiró, y se recostó en el escritorio justo en frente de él. Habían pasado cinco largos años, ella había cambiado mucho, y estaba segura de que su futura víctima también, aquel Eduardo serio y defensivo que conoció y con el que jugó a ser aliada, ahora se veía un tipo más cobarde, y también relajado.

Ella por su parte, podía asegurar que se había vuelto mucho más fuerte, resistente, y también muy frívola, más que antes. Antes sólo era el títere de un tipo loco y sediento de venganza, ahora era ella quien deseaba vengarse, y estaba muy bien respaldada.

No podía arriesgarse a estar desprotegida, menos siendo heredera de la fortuna del viejo loco de Artemio.

Y tampoco cuando todo el mundo sospechaba que estaba muerta y que se había quemado viva en aquel accidente, o por lo menos que la explosión la había despedazado. Pero ahí seguía, más terrible que nunca, desquiciada, malvada, y completa.

Bueno, sólo con una parte del rostro comprometida.

Pero eso para ella era una pequeñez.

Pero ahora era una mujer de 42 años, tenía que ser más precavida, mas perspicaz. Esta vez nada ni nadie le quitaría su triunfo, así tenga que acabar por completo hasta con la última gota de sangre Elizalde.

- ¡Habla! ¿Quién carajos eres! - Gritó Eduardo entrando en despero. - ¿Quieres dinero a caso?

- Ay, la gente siempre piensa que uno quiere sacarle dinero.. - Dijo ella sonriendo y mirándole fijamente. - No, no quiero tus tres centavos.

Lucero y Fernando [Relatos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora