El beso de Judas

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3 de Noviembre de 2010.

Era un día como todos los demás, igual de desgastante, igual de aburrido. Y encerrada entre tres paredes y una reja, era imposible no sentir la monotonía caer sobre sus hombros día con día, además del concreto rodeándola por todos lados, en un ambiente escaso de luz, y color. Así era como vivía Bárbara, ahora Rebeca.

Una vez fue capturada; tanto su identidad falsa como su antigua apariencia, quedaron atrás. Odiaba de sobremanera que la llamaran por su nombre original, odiaba ya no verse como antes, odiaba no ser ella, Bárbara, porque estaba tan acostumbrada a la antigua persona que era, que ahora simplemente se desconocía.

Se sentía tan perdida.

Rebeca llevaba ya año y medio en prisión, mismo tiempo en el que no había visto más a Aurora, su hija. No había recibido cartas, no sabía cómo andaba el mundo allá afuera, no sabía ni siquiera qué había sucedido con él.

Mejor dicho, con ellos.

Y el panorama para ella cada vez era menos esperanzador, estando lejos de lo que más quería.

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30 de diciembre de 2008.

Bárbara llegaba en su camioneta a un lugar bastante retirado de la ciudad, que apesar de que era una zona residencial/campestre, de igual manera las casas se encontraban unas muy retiradas con las otras. En medio de la nada.

Así es como había adquirido su escondite.

La morena hace un par de semanas había hecho la compra de una casa a las afuera de la ciudad; Dónde nadie supiera de ella, dónde no se le pudiera seguir el rastro, pues ahora más que nunca, necesitaba mucha más seguridad. Miró con temor hacia todos lados, y rápido se metió en la residencia.

No vivía ahí, tampoco pasaba el mayor tiempo en ese lugar, simplemente era el sitio donde podía huir de todo, y claro, verse con él.

Justamente timbró su celular, y supo que ya pronto vendría.

-- ¿Bueno? - Contestó mientras dejaba su bolsa en el sofá.

-- Ya voy para allá Bárbara... - Habló un hombre al otro lado de la línea.

Franco Santoro, o mejor dicho; Eduardo Juárez. Él era el único que sabía del lugar en donde ella se encontraba, el único que tenía en su poder toda la información que respecta a Bárbara.

Tenía el poder de ayudarla, pero también de destruirla.

-- Ahh, hola Franco, ¿Cómo estás, cariño? - Ella sonrió y dejó lo que estaba haciendo para sentarse en el sofá. -- La verdad es que apenas vengo llegando a casa, hoy me voy a quedar aquí.

-- Qué bueno linda, ya estoy por llegar.. - Agregó Santoro.

-- Estás algo nervioso...

-- ¿Cómo crees? - Dijo. -- Bueno, un poco sí. Pero por la junta de mañana.

-- Ay cálmate, nada va a suceder. Todo saldrá como lo planeamos. - Ella sonrió mientras se quitaba los tacones. -- Oye, por cierto, hay algo importante que debo decirte... Lo había olvidado.

-- ¿Y eso? ¿Sucede algo?

-- Pues, prefiero decírtelo en persona.

-- Está bien, pero ya me estás asustando.

-- Nada de eso. No es nada malo..

O por lo menos, eso era lo que ella creía.

En ese momento sonó el timbre, y Bárbara frunció el entrecejo. Se puso de pie cautelosamente y sin colgar el teléfono caminó hacia la puerta.

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⏰ Última actualización: Jan 04 ⏰

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