Venganza II

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- Ya pasó más de una semana sin saber de Eduardo, tengo que hacer algo. - Decía una preocupada Fernanda. - La policía en este país parece que no sirve para nada, buscaremos ayuda.

- Sabes que te ayudo en lo que sea Fer. - Indicó Santiago tomando sus manos. - Verás que mi cuñado va a aparecer...

***

- ¿Entonces tienes acciones en Lactos? - La rubia caminaba de un lado a otro mientras miraba a su víctima como si fuera una presa. - Que lejos has llegado.. Me soprende.

- El que no se soprende para nada soy yo, sigues siendo igual o peor.. - Dijo Eduardo entre dientes. - Si antes sentía un poco de empatía por ti ahora no queda nada.

Bárbara rodó los ojos.

- Hablas más que un loro. - Se burló.

- ¿Cuando me dejarás irme de aquí? Ya tienes lo querías..

La rubia soltó una sonora carcajada.

- Ay Eduardo, ¿Enserio eres tan idiota? ¿Cómo crees que sólo te traje aquí para acostarme contigo? - Ella lo miró con burla, y una pequeña sonrisa dibujada en su cara. - Eres un... ridículo cursi.

Él se puso de pie, la miró de frente, aún con sus manos esposadas. Se veía un rencor y un odio indescriptible hacia la mujer que lo veía con jocosidad, pero debía disimular que no era así.

- Lo soy, tal vez. - Dijo. - Pensé que al igual que yo, durante algún tiempo sentiste una especie de atracción hacia mí..

Ella enarcó una ceja.

- No vas a tratar de enredarme, no soy idiota. - Dijo con contundencia.

- Lo eres.. Si fueras inteligente no me tendrías aquí. - Eduardo simplemente sonrió, sacándola de quicio. Bárbara se acercó a él y le cruzó la cara de una bofetada.

- ¡Maldito! ¡Nunca has dejado de ser un insolente! - Gritó al ver su cinismo y la forma en la que aún no se doblegaba ante ella.

Eduardo se puso de pie y de un momento a otro dejó de ser el tipo pacífico que Bárbara había llevado hasta su casa. Su semblante se llenó de rabia y tomó por el cuello a la rubia, aprisionándola contra la pared. Las esposas no eran impedimento para estrujar el cuello entre sus manos, al contrario, era como si aquello ni siquiera lo atara.

- Te voy a matar, y voy a salir de aquí. - Dijo apretando la mandíbula, mirándola con un odio abrumador que incluso a Bárbara le causó escalofríos. - Es lo que debí haber hecho hace mucho, para que dejaras en paz a mi familia, maldita víbora.

Bárbara sonrió cínica.

- Los Elizalde no son tu familia, tu no eres uno de ellos. - Susurró. - Suéltame.

- ¡No! ¡No lo voy a hacer! Eres una traidora que apuñala por la espalda, y no vas a poder conmigo Bárbara, te lo aseguro.

Ella negó con la cabeza y lo miró, para luego noquearlo.

- Mal mal, ¿En qué momento te has vuelto tan agresivo conmigo Edu? - Él volvió a mirarla y ella negó con la cabeza otra vez. - Muuy mal. No eres un caballero.

- Tú no eres una dama.

- ¿Tu esposa lo es? - Preguntó la rubia mordiéndose el labio inferior.

El hombre se alteró, y la tomó por el brazo.

- ¡No te permito que hables de mi mujer! ¡Mantenla fuera de tu boca! - Le gritó.

- Pero no me pegues.. - Añadió ella riendo mientras le miraba. - Mi amor.

Eduardo se llevó las manos a la cabeza desesperado.

Quería, y tenía que salir de ahí.

Se abalanzó sobre Bárbara y con ella entró a la cama, mientras la besaba con agresividad. Ella no comprendía nada su actitud, estaba muy confundida, pero luego empezó a ceder y a corresponder con la misma pasión. En menos de un segundo lo despojó de su camisa y desabotonó rápido sus pantalones, mientras en la mente de él se seguía fraguando su plan de escape, pero Bárbara no tenía ni idea de eso. Sólo hasta tiempo después.

El hombre abrió su vestido de par en par como si de un retazo de papel fuera, quería actuar lo más rápido posible, quería largarse de ahí ya, pero algo dentro de él lo hacía sentir una especie de atracción hacia toda esa situación, o hacia Bárbara. Y eso no podía concebirlo. Negó con la cabeza mientras maldecía para sus adentros, y la mujer seguía mordiendo como una vampiresa cada centímetro de su carne, dejándole el pecho y los hombros magullados, la cara también. Era la lujuria y el sadismo en todo su esplendor, actuando en ellos, y por ellos, dejando huella en cada uno como si esa fuera la última vez, ignorando los sentimientos negativos que les habían rodeado, o que permanecía en sus conciencias, ahora sólo era el placer físico y palpable, con los remordimientos para más tarde.

Bárbara hundió sus uñas filosas en la piel del tipo, asegurándose de dejar una buena marca, asegurándose de que sangrara así como él lo había hecho con ella al abofetearla. Pero no podía quejarse, en aquel contexto los juegos sucios estaban permitidos. Trataban de permanecer en la delgada línea de lo doloroso y placentero, del odio y de la atracción.

En un abrir y cerrar de ojos, Eduardo se había soltado y ahora tenía prisionera a su carcelera, sin que ella aún se diera cuenta pies estaba envuelta en su llama de placer. Al fin la besó, y no supo porqué, fue un impulso que depronto le nació y terminó haciéndolo. Bárbara lo besó de vuelta mientras una sonrisa natural salía de sus labios, y empezaba a bajar la guardia, empezaba a rendirse ante su rol de galante. Todo sucedía tan extrañamente.

- Eduardo.. - Susurró en sus labios. Definitivamente esta vez lo estaba disfrutando mucho más que la primera, esta vez era más.. natural.

O al menos eso era lo que ella creía.

Franco, Eduardo se deslizó entre sus piernas haciéndose espacio en ellas y uniendo su cuerpo con ella, fue en el momento en el que Bárbara quiso abrazarlo y se dio cuenta de que ya no podía. Quería refutar, quería hablar, pero al mismo tiempo se encontraba en el cielo, en el firmamento entre las estrellas, pero la temperatura del lugar, del momento, y de su cuerpo más bien se asemejaban a las llamas del infierno, donde era seducida por el mismo demonio.

Luego de un momento todo acabó y volvió a la realidad, Eduardo se estaba vistiendo, estaba libre, y ella era quien estaba atada ahora. ¿Qué iba a hacer?

- ¡Eres un desgraciado! ¡Te aprovechaste! - Gritó enojada y sacudiéndose en la cama. - ¡Quítame esto! ¡No me puedo quedar así!

Eduardo negó con la cabeza sonriendo verdaderamente contento.

- Te tocó tu turno de estar esposada...

Era realmente humillante.

- Quítame esto, por favor.. Alguien puede entrar. - Pidió olvidándose de todo tu orgullo.

- No soy tan malo como crees, sólo me estoy salvando. - Dijo Eduardo acercándose a la cama. Le dio un corto beso en los labios. - No te guardaré rencor Bárbara.

Sonrió.

- ¡Eres un idiota! ¡Miserable!

- Aún con tus insultos, te haré el favor de hacer esto.. - Él tomó las sábanas y cubrió a Bárbara, mientras ella le veía indignada y a punto de llorar.

- Me lo vas a pagar caro, Juarez.

- No lo creo, adiós..

El hombre escapó despavorido por la ventana.

Sin imaginar lo que vendría..

Lucero y Fernando [Relatos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora