Capítulo once.
||Dedicación: Ale_carvalho ||
Narrador omnisciente.
Los golpes que Amerie lanzaba no resultaban ser tan eficaces como ella pensaría, pero era un intento de defensa y todo valía cuando se trataba de aquello. Todo lo que ella hiciera, de igual manera, sería inútil, porque no pudo hacer mucho más luego de que la empujaran sobre un amplio tronco y entre dos hombres le inmovilizaron los brazos hacia arriba. Amerie gritó, gritó el nombre de Aegon y por ayuda en alguna parte, pensando que los sobrevivientes del pueblo pueden oírla y auxiliarla. Pero nadie movió un dedo para hacer algo por ella cuando le tomaron ambas piernas y le impidieron seguir pateando rostros en vano, seguir luchando por ella. Le prohibieron toda salida cuando entre cuatro personas la inmovilizaron completamente y ella se dió cuenta de que no tenía ninguna salida a la vista.
Allí Amerie dejó de luchar.
Los hombres reían, muchos con colores de cabellos tan peculiares, de muchos tonos distintos. Pero no vió ni siquiera una persona de cabello blanco cómo ellos dos, y supo de esa forma, que iban contra la gente de Futuro. Amerie entendió aquello cuando ladeó la cabeza, rendida, y observó, entre un hueco visible en medio de todos los cuerpos, a Aegon en el suelo, siendo atacado de todas las maneras posibles. El peliblanco fue golpeado por pies, por manos, por rocas, incluso mangos de espadas. Todo parecía ir en una cámara lenta, como si el universo les permitiera a ambos tener una última oportunidad de pensar en la próxima jugada inútil que podrían creer lograr. Los gritos de Amerie llegaban a los oídos de Aegon como lo que le sigue a una explosión. Ese sonido que se queda allí, zumbando, doliendo, un sonido sordo y agudo, pero que poco a poco se va aclarando por la lucha que impuso. Aegon conectó su mirada con Amerie, entendiendo que probablemente hicieran algo en ella antes de que él pueda liberarse, quizá hasta le rompan algunos huesos de su cuerpo antes de poder ir hacia allí. Pero cuando vió el miedo puro en los ojos de la peliblanca, un miedo que él no imponía, uno que él no le generaba; lo enfadó muchísimo.
Porque sólo él podía hacerla llorar de esa forma.
Porque solo Aegon podía poner sus manos en su cuerpo.
Sólo él podría hacerla gritar su nombre sin necesidad de un pedido de ayuda.
El dolor y el miedo de Amerie fue el impulso que Aegon necesitó para reaccionar, analizando la situación de una forma rápida. Vió a tres hombres golpeándolo, turnándose para dar patadas en su cuerpo. La adrenalina comenzó a correr por sus venas cuando su corazón bombeó ésta vez, lo que le hizo anular su dolor unos minutos sin pensarlo. Con la mente corrompida y la sangre fría, Aegon, el resucitado de Nihil, un desconocido, un hombre sin nombre ni apellido, un sin recuerdos, nada. Y, ahora...
Un asesino.
Aegon finalmente dejó de pensar, dejó de idear un plan en su cabeza y cedió a los deseos de sus músculos cuando su cabeza se lo ordenó. Sus manos tomaron el pie de la siguiente persona que pateó y lo atrajó a sí mismo, logrando que la persona perdiera el equilibrio y no pudiera recuperarlo a tiempo cuando Aegon extendió su otra mano y tiró de su otro pie. Él no parecía medir su fuerza cuando se trataba de defenderse a sí mismo, porque cuando el hombre cayó, Aegon gateó con prisa sobre él antes de que sus amigos pudieran hacer algo al respecto y llevó su codo con toda su fuerza a la parte baja del hombre, quién soltó un grito igual de desesperado que los de Amerie. El peliblanco movió las manos con prisa sobre el cinturón del mal soldado y robó una navaja con mango de diente de tigre blanco. Esa navaja no la utilizó para matarlo, sino que supo que el grito advirtió a sus amigos cercanos y probablemente a todos los demás, por lo que finalmente colocó los pies nuevamente en la nieve y se colocó recto con prisa, ignorando el hecho de que está completamente lastimado. Parte de su camisa estaba rota, y a través de los pedazos se apreciaban las heridas sangrantes y abiertas en su abdomen y tórax. Su rostro estaba hinchado, y probablemente se pondría de un color más oscuro en un tiempo más. Tenía una herida en el labio, una en la mejilla y uno de sus claros ojos parecía no poder abrirse más que lo que podría ser un guiño. Y con esa imágen de chico malo, Aegon se convirtió en un luchador fuerte y un asesino de primera, sin saber que sería capaz de hacerlo. Los soldados comenzaron a acercarse, desenfundando espadas y navajas al igual que él. Se acercaron de a montones, sin esperar que tuviera tiempo de pensar en defenderse. Dos vinieron por detrás, intentando tomarlo, por lo que el peliblanco se agachó y esquivó esos brazos que intentaron inmovilizarlo. Sus movimientos eran rápidos, como si no solo llevara meses entrenando para defenderse en situaciones así; como si hubiera nacido para ésto. Aegon, finalmente, degolló el cuello de uno de esos dos hombres y elevó el pie para alejar al otro, con fuerza y rapidez que hizo que cayera hacia atrás. Más y más se acercaron. Aegon tomó la espada del degollado antes de que cayera por completo al suelo, sin vida. Y con esa espada, se defendió hasta más no poder, como jamás creyó hacerlo, ni siquiera en la guerra que se avecinaba, según Ethilyn.
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Mayor Verdad © [TERMINADA]
FantasySegundo libro de una bilogía [Bilogía Contradicciones]. Una reina, una asesina a sueldo y una mujer furiosa. Hera Zabat. Era hora de que la asesina a sueldo lama sus heridas dentro del castillo de Arce, donde la familia real ya no existía. Pero lo...