Segundo libro de una bilogía [Bilogía Contradicciones].
Una reina, una asesina a sueldo y una mujer furiosa.
Hera Zabat.
Era hora de que la asesina a sueldo lama sus heridas dentro del castillo de Arce, donde la familia real ya no existía. Pero lo...
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Narra Aegon.
—Abajo —ordené, tan firme como jamás lo había hecho.
Amerie jadeó, cansada, pero obedeció.
—Arriba.
Sus finos labios rosados se entreabrieron para tomar el aire necesario para continuar con el proceso de la respiración mientras ambos nos movíamos como si la muerte nos persiguiera.
—Más rápido, llorona. ¡Más rápido! —exigí.
Fue en menos de un pestañeo cuando la peliblanca se movió con prisa. Sus manos se deslizaron con una gran habilidad sobre el palo de madera y movió su cuerpo de un lado a otro como si hubiera nacido para ello. El frío viento golpeó el caliente ambiente que ambos generamos. Tomé la falsa arma que Etilhyn nos había dado para entrenar y la empuñé correctamente al defenderme del ataque de la chica con facilidad. Una muy buena táctica, muy poca fuerza. Ambos pares de pies derraparon en la nieve cuando nos detuvimos en un pequeño descanso.
—Necesitarás volverte fuerte —le remarqué.
Sus claros ojos me miraron con furia cuando respondió:
—No me digas —murmuró.
—Eres lenta —dije también, resaltando todos sus errores.
Esta vez no respondió, sino que actuó de una forma que jamás hubiese esperado, al menos no ahora, no aquí. Amenazó con lanzarme el palo y elevé ambas manos con mi arma, intentando defenderme de un vil engaño, ya que el mismo palo que subió dió una vuelta sobre su mano y apuntó a mi pecho, golpeando con la punta redonda de este en mi pecho. Y aunque no tenía demasiada fuerza como para herirme de gravedad, me llevé una de mis manos al lugar, sin creerme que dolía. Elevé la cabeza solo para ver a Amerie con una hermosa sonrisa de satisfacción absoluta, girando su mano con su arma. Apreté la quijada antes de estallar de maldiciones y golpes, dándole una fulminante mirada rápida a ella.
—Eres un envidioso —dijo cuando me vió bajar mi arma.
Comencé a caminar con el arma baja hacia la casa nuevamente, bastante seguro de que ya la anciana tendría la comida para finalmente irme a descansar. Ya mañana podría patearle el trasero con alguna que otra maldad pesada.
—Cobarde —tarareó la chica.
Y eso fue una alarma que hizo que me detuviera. Algo dentro de mí resonaba con fuerza y dolor cada vez que nombraba esa palabra. Como si me atacaran por dentro, como si me quemaran. Así que me fue demasiado difícil evitarme a mí mismo no voltear sobre mis talones hacia ella. Cerré mi palma derecha sobre el gran palo de madera que nos habían sido brindados y comencé a caminar en su dirección. Su cuerpo con aires de grandeza comenzó a volverse pequeño en cuanto me vió llegar allí con unas gigantescas ganas de atravesarle la garganta con la punta redonda del arma.