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Capítulo diecisiete.

||Dedicación: Sunset_mjFer   kiara_pingo ||

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Narra Hera Zabat Petrov.

—Mi princesa... —musité en su oscuro cabello, idéntico al mío.

   Haylee envolvió sus brazos alrededor de mi cintura y su cabeza presionó mi pecho, abrazándome con fuerza, intentando aferrarse a mí como si su vida dependiera de ello y no quería que me marchara jamás de su lado. No otra vez. Su corazón agitado vibraba por todo mi cuerpo, como si se conectara al mío y me dijera exactamente lo que ella sentía en ese preciso instante. Era bastante alta para su edad, algo que heredó de sus dos padres con claridad. Ambos éramos altos, y Haylee no se quedaba atrás. Se alejó un poco cuando confirmó que no la soltaría. Una sonrisa sincera se extendió por su hermoso rostro y sus claros ojos recayeron en mí, sin creerse lo que tenía enfrente. Quizá había pasado un año desde la última vez que la ví, pero no podía arriesgar que me vieran cerca del castillo de Arce porque las fuerzas traidoras de Insurgentes y súbditos de Futuro se centrarán aquí, con Haylee, y era lo que menos quería, lo último que necesitaba. Así que preferí esperar y viajar de aquí para allá para que se ocupen en cazarme por el mundo. Pero extrañaba a mi hija con todo mi ser y creo que si no la veía pronto, enloquecería. Y tenía razón. Parecía haber recuperado la cordura en el momento que la ví correr a mis brazos con su delgado cuerpo.

   Mis dos manos subieron a esas mejillas que se tornaban rosadas en su pálida piel. Su leve sonrisa feliz fue contagiosa, por lo que también sonreí, pero sin mostrar los dientes como ella.

—Te he extrañado tanto, Haylee. No tienes idea... —le hablé. Mi voz se cortaba, dejando la frase en el aire.

—Yo también te extrañé, mamá —coincidió, compartiendo mi sentimiento.

   Los claros ojos de Haylee se llenaron de lágrimas cuando sus brazos volvieron a aferrarse a mí y finalmente logré elevar la mirada de mi hija cuando sentí el peso de otros ojos en mi espalda. Coloqué todo el esfuerzo del mundo en no mirarla nuevamente cuando procedí a analizar a las demás personas de la habitación al voltear. Cristel y Myles se habían acercado, esperando detrás de la heredera, a bastantes pasos para dejarnos privacidad y esperar su turno para hablar conmigo. Sus expresiones cansadas, la de la generala furiosa, la del espía triste, me dieron a entender que mi reemplazo no era el mejor, y que tampoco lo disfrutaban.

Pero yo no había dejado un reemplazo.

Yo había dejado un custodio de mi hija, no de mi trono. Y por supuesto, no el de mi esposo.

   Sus pies resonaron en el salón mientras se acercaban a nosotras al separarnos. Haylee no permitió que la soltara, así que se aferró a mí como jamás lo había hecho. Lo primero que vislumbré al elevar la cabeza nuevamente y separar la mirada de mi hija, fue la blanca cabellera de Zeth, ese cabello que se atrevió a cambiar para protección propia. Sus claros ojos deslumbraban tal brillo que no supe reconocer, pero sé que también detrás de esa gélida máscara pasmada en sentimientos y emociones, a Zeth le sorprendía mi llegada al castillo tan repentina, lo que suponía que ya no tenía el total control. Y tenía sus razones. Su piel como el papel, sus manos temblorosas, y aún así caminó hacia mí luego de bajar de nuestro trono; mío y de mi hija. El otro no podía tocarse, estaba totalmente prohibido. Porque desde la muerte del Aryon no se utilizaba aquél, y en los meses que pasé aquí dentro siempre utilicé el otro, ese que alguna vez también pudo ocupar Amon. Y por respeto a él y a sus hermanos, jamás dejé que nadie lo tocara, incluyéndome.

Mayor Verdad © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora