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Capítulo doce.

||Dedicación:  ||

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Narra Hera Zabat.

   El silencio abrazó mi cabeza cuando ésta despertó, recordando con claridad todo lo que había pasado. Tuve en mente aquellas prácticas que Jean me había hecho pasar, soportando caer inconsciente de forma rápida por químicos o demás, pero no me había advertido que en un futuro las Brujas del Norte se podrían en mi contra. Aunque claro, él tampoco tenía la más mínima idea de que mi destino daría una gran vuelta y todo lo que imaginó, lo que imaginé, lo que imaginamos; sería de otra forma.

   Agudicé mi oído, intentando oír algo que me indicara que sea donde sea que estuviera, no estuviera sola. No oí ni siquiera una respiración, solo mi corazón agitado. Controlé el aire que entraba y salía de mis pulmones, teniendo en cuenta que se notaría que desperté si se aceleraba. E ignorando todo lo demás, me esforcé en intentar sentir a mi bebé moverse dentro de mí, o al menos sentir mi abdomen pesado. Y cuando no lo hice, creo que fue como si el diablo se entrometiera dentro de mí para recordarme lo cruel que puedo ser, ya que los pensamientos impuros en mi cabeza no eran algo que...

—Despierte, querida reina asesina... —pidió una voz grave, con tan tono terrorífico que me asustó de tal manera como jamás lo había hecho.

   Hice aquello que ordenó, abriendo los ojos como si nunca los hubiese cerrado. Antes de analizar quién me había llamado, busqué una salida, algún arma o algo que me indicara dónde diablos estaba y porqué me mantenía aquí. Tarde comprendí que no había salido del castillo de Arce, pero que esta habitación jamás la había visto. Al intentar levantarme, logrando sentarme, una fuerza me empujó hacia atrás nuevamente, donde entendí que no quería que me levantara. Fruncí el ceño con enojo, sin demostrar que por dentro me moría de miedo de lo que podría pasarnos.

—Su majestad, no querrá levantarse de la cama en las próximas horas —volvió a hablar, y finalmente volteé mi cabeza en su dirección solo para horrorizarme con su extrañeza—. O quizá en los próximos días. O si se mueve demasiado, tal vez nunca vuelva a levantarse de esa cama.

—Por qué —exigí en una orden totalmente inútil.

   Su rostro era... confuso, bastante aterrador para cualquiera que no haya visto lo que yo. Y aunque podría asustarme con su aspecto, creo que fue lo último que me llamó la atención luego de que esas palabras salieron de su boca con tal maldad infinita, logrando que mis venas se llenaran de odio extremo en su máxima expresión.

—Porque su bebé nacerá hoy, majestad —confesó sus planes.

Eso me asustó.

Es más, me aterró profundamente.

   Mis oscuros ojos se abrieron un poco más de lo normal, mostrando la sorpresa que sentía. Mi respiración se aceleró, aún mientras trataba de controlarla. Mi cuerpo entero tembló como si una explosión dentro de mí hubiera sucedido. Y aunque quise evitarlo, el nudo se formó en mi garganta cuando la ví chasquear los dedos y hacer aparecer extrañas criaturas de baja estatura a ambos lados de la cama en la que estaba recostada. Con sus finas manos de piel escamosa y rasposa, tomaron mis brazos para mantenerme recta, mientras otros dos se encargaron de quitar mis pantalones y separar mis dos piernas para sostenerlas con fuerza. El pánico dentro de mí aumentó, y la adrenalina que corría por mis venas me hizo querer luchar a pesar de todo. Y eso hice. Moví ambas piernas a mí, logrando que mis rodillas tocaran mi abultado abdomen. Sin esperarse eso, las criaturas de asquerosa consistencia me miraron en busca de una respuesta. Sus ojos verdes con iris negro fueron una invitación terrible a la sumisión, porque cuando esos cuatro pares de ojos recayeron en mí mientras intentaba luchar, la debilidad me absorbió por completo, dejando mis brazos y piernas fuera de uso. La Bruja del Norte, quién era fea como cualquier cosa que había visto jamás, sonrió con malicia cuando vió mis inútiles intentos por luchar contra sus terribles criaturas. Su rostro pálido era algo que destacaba a todas las Brujas del Norte además de la magia, claro está. Pero la pálida piel de esta bruja era decorada también por manchas negras que cubrían en gran cantidad muchas partes de su cuerpo esbelto. Sus manos eran finas, con dedos y uñas largas temerosas, listas para cortar lo que sea, mientras su cabello negro cubría los costados de su rostro, por sus hombros hasta casi su cintura. Sus ojos oscuros como botones también parecían ser característicos en ciertas brujas, quizás en las que intentaran asesinarme. Sus leales súbditos asquerosos volvieron a tomarme para posicionarme nuevamente y, cuando lo hicieron, fue como si mis fuerzas hubieran vuelto, pero esta vez sabía que no podía escapar.

Mayor Verdad © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora