Prólogo

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Junio de 1844

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Junio de 1844

La tormenta estaba cada vez más cerca. Tanto, que se podía oler el ozono en el ambiente, a través de las ventanas abiertas de su habitación. El primer rayo iluminó el cuarto, y se quedó mirando al techo esperando al trueno.

El estruendo llegó, acompañado de la descarga de millones de gotas procedentes de las nubes, arrastradas por la tormenta, sobre el tejado y el empedrado de la casa como si el cielo se estuviera desintegrando sobre su cabeza. Aún así pudo escuchar el portazo.

Se levantó de la cama sin pararse a buscar la bata, tan sólo con la camisa de dormir cubriéndole hasta las rodillas, y al pasar por delante de su habitación comprobó que, evidentemente, estaba vacía. Bajó descalzo las escaleras enmoquetadas hasta el primer piso. Un rayo lo iluminó todo por un instante, y decidió correr hacia la sala de estar. El siguiente llegó antes de que pudiera alcanzar el picaporte de las puertas francesas. Salió de la vivienda y tan sólo pudo ver la espesa cortina de lluvia que le empapó en cuestión de segundos. Sus pies ya estaban sobre un charco, y la lluvia le pegaba el rubio cabello a la cabeza y se le metía en los ojos. Se apartó el pelo hacia atrás, con desesperación y echó a andar alrededor de la casa.

Por el color del cielo no debían ser más de las tres de la mañana, aunque cada pocos minutos el cielo se encendía como si fuese de día. Tan sólo había dado unos pocos pasos y al darse la vuelta no fue capaz de ver la enorme casa de campo que acababa de abandonar. Tan sólo pudo observar su silueta, negra, elevándose sobre el suelo y destacando contra el cielo como una mole de piedra al caer el siguiente rayo. Entonces lo escuchó.

Un desgarrador grito, salido de lo más profundo del dolor, cortando el aire como una daga incluso a pesar de los estruendos que ya lo rodeaban, lo alcanzó. Miró en la dirección en la que creía haberlo escuchado. No veía más que el lago, su superficie irregular agitarse con cada gota de lluvia que caía sobre él. Entonces, una figura blanca emitió un segundo grito, y cayó al lado del agua.

—¡¡¡¡¿Dónde estás?!!!! —gritó, con todas sus fuerzas.

Se apartó el cabello de la cara una vez más.

—¡Por favor, vuelve aquí!

La forma blanca se levantó del suelo y entonces pudo verla. Al lado del lago, con el camisón transparente por el agua pegándosele a cada rincón del cuerpo.

—¡Voy a por ti!

Corrió hacia el lago, con los pies hundiéndosele hasta los tobillos en la tierra empapada, hasta que llegó donde ella se encontraba. Avanzó lentamente, cubriendo los pocos pasos que quedaban entre ellos con temor de que saliera huyendo. Estaba de espaldas a él. La rodeó con los brazos y notó lo fría que estaba su piel en comparación con la suya. Además, sentía que el corazón estaba a punto de salírsele por la boca.

—Estás a salvo —susurró contra su oreja.

—Sí —respondió, dejándose caer sobre su pecho.

La cogió en brazos y la condujo colina arriba, hacia donde intuía que estaba la vivienda. Cuando llegaron prácticamente había parado de llover. Ella parecía estar en estado catatónico, sin hablar y sin moverse; y tampoco dijo nada cuando la llevó a su cuarto y le quitó la prenda mojada antes de ponerle un camisón seco que extrajo del armario. No protestó cuando la metió en la cama y la arropó.

—Voy a por algo seco yo también. Ahora vuelvo.

Cuando regresó, ya estaba dormida.

Cuando regresó, ya estaba dormida

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Belgravia [Libro I] - Escandaloso Debut 🩷Donde viven las historias. Descúbrelo ahora