Los invitados estarían en Littlewitton Manor antes del anochecer. Lady Norfolk había decidido aquella mañana que tomarían el té en el salón formal, donde había multitud de asientos.
El salón formal era una sala con altas ventanas que orientaban hacia la calle donde se ubicaba la vivienda. Alrededor de las ventanas había unas pesadas cortinas de color mostaza apagado, y unos visillos de encaje amarilleados ligeramente por el sol. La habitación estaba presidida por una gran chimenea de mármol, en cuya repisa descansaba un enorme espejo con un artesonado marco plateado, y numerosos candelabros con velas para iluminar al anochecer. El mobiliario estaba orientado hacia la chimenea, y consistía en una mesa de café color caoba, con una losa del mismo mármol de la chimenea haciendo de tablero. Alrededor de ella se podían ver tres amplios sofás tapizados en una tela amarilla limón con un intrincado estampado de rosas. Frente a una de las ventanas descansaban dos sillas de caoba tapizadas en el mismo amarillo que las cortinas, al lado de una mesita, también de caoba, con unas delicadas patas. Frente a la otra ventana había un sillón de orejas, tapizado del mismo color que las rosas de los sofás, y un reposapiés amarillo limón; con otra mesita al lado. En la pared opuesta a la puerta habían colocado un gran aparador, que contenía botellas de licores varios, y vasos de vidrio artesonados. Sobre él, y colgado de la pared, se podía observar un enorme cuadro, de unos cuatro metros de largo, de un paisaje campestre. El conjunto lo completaba una gran alfombra en el medio de la habitación, y un papel pintado en la pared, con motivo de rayas, en colores blanco y crema.
Las damas Littlewitton se encontraban esperando a los invitados. Desde que el retratista había abandonado la vivienda habían tenido el tiempo justo para cambiarse de vestidos y comer algo rápido antes de que tuviesen que estar preparadas para cuando llegasen los demás. Christine y Rosalind habían sido enviadas al cuarto de juegos con la niñera, pero Lady Elisabeth, y sobre todo Lady Georgina, habían conseguido persuadir a su madre para poder asistir a la reunión de los adultos. De hecho, fueron las que avisaron de que habían llegado, ya que, desde el sofá de orejas y el reposapiés, donde se encontraban sentadas, veían los carruajes pasar frente a la mansión. Los primeros en llegar fueron Rudolph Eaton y Andrew Brompton. Míster Brompton era amigo de Víctor Littlewitton desde niños, y siempre había sentido especial interés por las mellizas. Ahora que por fin se presentaban en sociedad, quizás pudiera cortejar a una de ellas.
Tras ellos, venía Víctor, que se acababa de apear de su caballo —una mansa yegua llamada Daffodil—. Como siempre, traía el pelo revuelto, y en su cara no es que pudiera leerse la ilusión de asistir al té de su madre. Pero lo había prometido, así que, tras pasar por el club, acudió.
—Qué bien que ya estés aquí, querido —le dijo su madre, mientras le anudaba correctamente el pañuelo que llevaba al cuello y le sacudía el polvo de la levita.
Las mellizas se apearon del sofá donde se encontraban sentadas, y sus otras hermanas se acercaron, formando una fila. Una a una, fueron saludando a los dos caballeros recién llegados.
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Belgravia [Libro I] - Escandaloso Debut 🩷
Fiction HistoriqueEn la sociedad inglesa de mediados del siglo XIX todavía perduran viejas costumbres que algunos desearían que estuvieran erradicadas por completo. El deber y el honor se plantan cara a cara con el amor en esta novela repleta de giros de la trama que...