No es como si la joven hubiese tenido la oportunidad de hacer otra cosa. Con el muchacho tirando de ella firmemente a través de su muñeca no pudo negarse. Aunque, pensándolo fríamente, debería haberlo hecho.
Una muchacha no debía estar, bajo ningún concepto, sola con un hombre. Y menos, en un lugar donde no fueran vistos. Y aún así, Lady Elvina Bridgewater se había dejado arrastrar de buena gana al interior de la residencia de los marqueses de Surrey en compañía del que, probablemente, fuese el joven de Londres con una de las peores reputaciones.
Habían caminado hacia uno de los lados del edificio, con Lady Elvina mirando hacia atrás intentando ver si alguien los estaba mirando. Pero el espectáculo pirotécnico parecía tener a todos los presentes sumidos en un letargo, porque ninguno de ellos pareció notar su ausencia. Así, al llegar a la fachada del lateral, Víctor había abierto una puerta que daba al interior de lo que parecía un saloncito de té. La sala era tan femenina como una habitación podía serlo. Todo el mobiliario estaba tapizado en una tela verde con rositas en crema. Incluso el papel de las paredes era verde con rosas dibujadas. Aunque eso, sólo lo pudieron intuir gracias a la tenue luz de la luna que se filtraba por los cristales. El resto de la habitación se encontraba completamente en la penumbra. Incluso la chimenea estaba apagada, alrededor de la cual había un sofá y dos sillones, con un par de mesitas a los lados. En una pared había un gran cuadro de una camada de cachorros pintados al óleo sobre un aparador con un gran ramo de rosas. Y el olor que desprendían les había llegado a la nariz como un puñetazo en el momento que habían entrado en el cuarto.
Víctor soltó la muñeca de su acompañante y se giró en torno a ella, cerrando la puerta por la que habían entrado.
—¿Y bien? No creo que me haya traído aquí, sabiendo el riesgo que eso conlleva, si no tiene nada importante que decirme.
El muchacho se quedó parado al lado de la puerta, en silencio, mirándola. ¿Qué era lo que tenía que decirle? Sabía perfectamente que quería acercarse a ella, y agarrarle de los hombros hasta que le extrajera toda la información posible acerca de su encuentro con míster Kingsbury. Quería saber cuáles habían sido sus intenciones, si ella había disfrutado el contacto con sus manos y si le había hecho sentir lo mismo que cuando bailaba con él. Y quería que ella le contestase que no, que había sido una tortura tocar a otro hombre. Que no quería más que bailar con él. Y él quería besarla. Dios, claro que quería besarla.
En la oscuridad no podía ver sus rasgos, pero sí que podía intuir su contorno. Oía el rumor de la tela de su vestido cuando se movía, y también su respiración. Y no sabía si era impresión suya o realmente en la habitación hacía mucho calor de repente. Se aflojó el pañuelo del cuello.
Desde donde Lady Elvina se encontraba, tan sólo a tres pasos de él, era perfectamente capaz de verle. Al lado de la puerta, estaba iluminado por los pálidos rayos de la luna que se filtraban por el cristal. Tragó saliva cuando le vio aflojarse el pañuelo del cuello. Estaba temblando, y no porque sintiera frío. De repente, notaba como el ambiente de la habitación se hacía pesado, y no se había dado cuenta del calor que hacía allí dentro hasta ese momento. Se cruzó de brazos, abrazándose a sí misma, tratando de tranquilizarse. Si los encontraban allí estaría arruinada, y Víctor se vería obligado a casarse con ella.
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Belgravia [Libro I] - Escandaloso Debut 🩷
Ficción históricaEn la sociedad inglesa de mediados del siglo XIX todavía perduran viejas costumbres que algunos desearían que estuvieran erradicadas por completo. El deber y el honor se plantan cara a cara con el amor en esta novela repleta de giros de la trama que...