XXXI

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Ascot, Berkshire, mediados de junio de 1844

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Ascot, Berkshire, mediados de junio de 1844

El último evento de la temporada antes de que ésta diera sus últimos coletazos aquel verano fue la carrera de caballos en Ascot. A tan sólo unos cuarenta kilómetros al oeste de la capital, el hipódromo constituía algo más que una excusa para apostar al caballo más veloz. Para los visitantes cuyo interés iba más allá de los animales, Ascot era el sinónimo del lugar perfecto para ver y dejarse ver por otros asistentes. Inclusive la reina era una recurrente asistente, acompañada de sus más allegados —con los que se refugiaba del calor y de las miradas indiscretas— en el palco Real.

La familia Littlewitton al completo —exceptuando a Víctor, que aún continuaba en Wiveton, y del cual no habían tenido nuevas noticias— se habían apretujado en dos carruajes, partiendo hasta Ascot. Allí, habían acordado verse con Lady Dalton y Lady Milton, con su hijo, además de míster Kingsbury. Seguramente los Brompton también acudieran, antes de volverse a Kent. Y Timothy Rutherford, junto con su madre y su hermana, habían invitado a Lady Saintclair a su hija, acordando compartir carruaje.

La situación parecía la óptima para encontrarse a cualquiera, y eso fue lo que inclinó la balanza a favor de la condesa en lo referente al compromiso de su hija. No habían dado aún la noticia, pese a que los preparativos sí que habían comenzado, con la excusa de utilizar Ascot como medio de dispersión de las buenas nuevas. Al fin y al cabo, nadie les prestaba atención a los caballos.

Los condes de Norfolk bajaron del carruaje con Christine agarrada de la mano de su madre y la condesa viuda, del brazo de su hijo. Lady Rosalind y Lady Georgina echaron a correr sobre el césped, agarrándose las faldas y riendo.

—¡Niñas! —las reprimió su madre, aunque ellas ya se habían ido.

La condesa suspiró. Las mellizas y Lady Elisabeth se reunieron con ellos.

—Hace un día precioso para un picnic —anunció Lady Elisabeth, mirando hacia el sol.

—Haz el favor de ponerte bien el sombrero, muchacha. Un poco de decoro por tu parte... —la regañó su abuela, dándole con el bastón en el trasero.

La muchacha se colocó el sombrero sobre los ojos.

—Así parezco una bandolera —murmuró, aunque sólo la escucharon sus hermanas, que rieron con ella.

La familia avanzó hacia el área de picnic y escogió un hueco bajo la sombra de un castaño. El sol había empezado a resultar molesto y cuando se instalaron, ya se encontraban transpirando sutilmente. Lady Dalton llegó poco después, del brazo de un sonriente míster Kingsbury.

—Buen día tengan ustedes —dijo la mujer.

La condesa la instaló a su lado. Míster Kingsbury se acercó a donde se encontraban las muchachas y se inclinó frente a ellas. Estiró el brazo hacia Lady Amelia y le besó la mano con extremada lentitud, mientras ella se sonrojaba y sus hermanas se miraban cómplices.

Belgravia [Libro I] - Escandaloso Debut 🩷Donde viven las historias. Descúbrelo ahora