XXIX

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Chilston House, Kent, junio de 1844

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Chilston House, Kent, junio de 1844

Lady Elvina abrió los ojos sobresaltada, y con el corazón retumbándole con tanta potencia en el pecho que podía escucharlo. La habitación estaba en penumbra, por lo que no había podido dormir más de un par de horas. Estaba bañada en su propio sudor.

Apartó la colcha y se levantó de la cama. Avanzó descalza sobre la moqueta, hundiendo los pies en la mullida superficie, de camino hacia la ventana. La abrió, y una corriente fría la atravesó como un cuchillo, helándole las gotas de sudor sobre la piel desde la cabeza a los pies. Se abrazó a sí misma y miró al horizonte, aunque la oscuridad de la noche lo cubría todo y emborronaba el paisaje a tan sólo metros de donde ella se encontraba. Petricor en el ambiente anunciaba lluvia.

Se tocó el pecho con una mano, sintiendo cómo los latidos de su corazón volvían a la normalidad en cada pulsación. «¿Qué he soñado?», se preguntó. Intentó hacer memoria.

Habían cenado como cada día en el comedor, uno frente al otro en la gran mesa de nogal, hablando del último libro que se había terminado. Tan sólo hacía una semana que estaba en Kent, pero el ritmo vertiginoso con el que devoraba los ejemplares de la biblioteca estaba comenzando a preocuparla. Algún día se terminaría, y entonces ¿cómo iba a escapar de su realidad, si no era a través de las realidades de otros?

Después, habían estado un rato en el salón. Míster Brompton se había tomado una copa de whiskey, ella un vaso de brandy. No habían dicho mucho. Habían subido a las habitaciones y él le había deseado buenas noches con un beso en la frente, como de costumbre. Ella no había dicho nada, y cada uno se había encerrado en su cuarto. Una semana llevaban en Kent y todavía no habían dormido juntos. Suspiró.

Se había desvestido y puesto el camisón de satén sobre la cabeza para estar fresca, y se había cepillado el cabello frente al espejo, mirándose. Su rostro no se había afeado, sus facciones seguían siendo las mismas, pero se podía ver la tristeza. Después, se había metido en la cama, y mirando al techo había contado desde mil hacia atrás, intentando no pensar. En algún momento se había dormido. ¿Qué había soñado?

Estaba en Londres, estaba feliz, había una fiesta. Sus amigas estaban allí, todo estaba iluminado con velas doradas, se encontraba en un jardín. De repente todo se había vuelto oscuro, pero no tenía miedo. Una mano la arrastró de la fiesta hacia un rincón. No veía ningún rostro. De repente, un trueno. Pero no, no podía ser porque no estaba lloviendo. No. Fuegos artificiales, que dibujaron la silueta del hombre que tenía en frente. No necesitaba verle la cara. Sabía quién era. Otro trueno, luces de colores. Víctor.

Un rayo iluminando el jardín le sacó de la ensoñación. A los pocos segundos, retumbó un trueno que le puso los pelos de punta. La tormenta se acercaba.

Su corazón comenzó a palpitar ferozmente. Parecía que las paredes de la habitación se cernían sobre ella. Debía salir de allí, pero ¿a dónde? No importaba. Salió del cuarto sin coger el batín ni calzarse, bajando los escalones de dos en dos. Otro rayo iluminó el vestíbulo un instante, generando grotescas sombras sobre los objetos allí expuestos. Otro estruendo sacudió la vivienda. La tormenta estaba sobre ella.

Belgravia [Libro I] - Escandaloso Debut 🩷Donde viven las historias. Descúbrelo ahora