VIII

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Belgravia, marzo de 1844

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Belgravia, marzo de 1844

A la mañana siguiente del baile de Lady Pemberton, las mujeres Littlewitton —a excepción de Christine— se encontraban en la sala de estar de Littlewitton Manor, esperando. Estaban esperando a recibir la visita de los caballeros con los que las mellizas habían bailado la noche anterior. Después de sir George, se había creado una expectación general y, finalmente, habían rellenado los carnés de baile de las muchachas de nombres masculinos. Algún joven marqués había bailado con Lady Clarisse —aunque ella había confesado después que tenía dos pies izquierdos—, y dos barones con Lady Amelia. Sin embargo, ella tampoco había tenido más suerte que su hermana, porque uno escupía al hablar y el otro tenía fácilmente diez años más que su padre. En definitiva, a quien realmente estaban esperando era a sir George.

La sala de estar era donde la familia recibía a las visitas más informales durante el día. Se trataba de una habitación alargada con grandes ventanas desde las que se podía ver la calle, y que estaba situada en el primer piso de la vivienda. Las paredes estaban decoradas con molduras de estilo francés, y pintadas de verde. En la pared opuesta a las ventanas había una chimenea de mármol blanco, encendida, que desprendía un agradable olor, además de un tranquilizador crujido. Encima de la repisa estaba situado un retrato de la familia que se había mandado pintar al poco de nacer la pequeña de los Littlewitton. Frente a la chimenea había dos sofás verdes con tantos cojines en color crema como eran posibles. En una esquina había una mesa con un tablero de ajedrez y dos sillas de madera con el respaldo de caña trenzada. En la otra esquina de la habitación había otro sofá más pequeño, con dos sillones y una mesita de centro. El suelo era de madera de caoba, como en toda la casa, en forma de espiga, y sobre él había una mullida alfombra de color crema alrededor de la zona de la chimenea. Unos pesados cortinajes de terciopelo verde salvia prendían frente a las cortinas, para dar privacidad. Y para iluminar por las noches, había candelabros en casi cada rincón, aunque era una habitación que se utilizaba, principalmente, de día.

Lady Norfolk y Lady Littlewitton se encontraban cada una en un sillón, observando a Lady Rosalind bordar un jarrón con flores en un cojín. Lady Elisabeth y Lady Georgina jugaban al ajedrez, y las mellizas estaban alrededor del fuego. Lady Amelia leía sentada en uno de los sofás y Lady Clarisse paseaba por detrás de ella, resoplando y suspirando. El reloj de pared de la entrada dio las once.

—Si sigues caminando en el mismo punto vas a desgastar el suelo —le dijo Lady Amelia a su hermana perezosamente mientras pasaba de página.

—No te hagas la digna. Te llevo observando un rato y sé que no has leído ni un párrafo en lo que llevamos aquí —se giró hacia los sillones—. Madre, ¿no se supone que debería haber llamado ya alguien?

En tanto que Lady Norfolk se giraba para responder a su hija, Lady Rosalind extendió la mano hacia la bandeja de sándwiches de pepino y pastrami que había sobre la mesita de centro. Su abuela le dio una palmadita en la mano.

Belgravia [Libro I] - Escandaloso Debut 🩷Donde viven las historias. Descúbrelo ahora