VII

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Tras el inicial silencio sepulcral del salón llegó la guerra

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Tras el inicial silencio sepulcral del salón llegó la guerra. Numerosas madres arrastraban a sus hijas hacia sir George. A Lady Bridgewater le faltó tiempo, literalmente, de agarrar a Lady Elvina de la mano y tirar de ella hacia el montón que se agolpaba alrededor del joven. Incluso aunque ella no había hecho nada más que girar la cabeza en dirección a la condesa en un gesto que gritaba "¡por favor!". Pero de todos es sabido que no hay nada que hacer ante la madre de una debutante. Y Lady Norfolk posiblemente hubiera hecho algo parecido si su suegra no hubiera cortado el paso de la condesa con su bastón tallado al tiempo que decía:

—Paciencia, querida. Dejaremos al muchacho respirar, si es que queda algo de él cuando terminen los buitres.

Lady Pemberton rió abiertamente.

—Quizá podría ir a rescatarle.

—Déjelo, querida. ¿No era que tenía experiencia militar? ¡Esto es, sin duda, otra guerra! Debe mostrar coraje para salir de ella, o si no, no obtendrá mi beneplácito para pedir la mano de una de mis nietas.

Las mellizas miraron a su abuela confusas, pero sonrieron al ver que ella estaba haciendo lo mismo. Normalmente sería el padre de la joven debutante quien daría el permiso, o el pariente varón más cercano. En caso de las Littlewitton, era la abuela quien tenía la última palabra. Aunque a ella le gustaba hacer pensar a Ingram que él era quien llevaba los pantalones, nada en Littlewitton Manor se hacía sin el permiso expreso de la condesa viuda. Y funcionaba a las mil maravillas, eso estaba claro.

Lady Pemberton se acercó a la orquesta, que había dejado de tocar con la entrada de sir George. Les indicó que continuasen con los valses. Presumiblemente, más pronto que tarde, la multitud se disiparía para bailar. Y quizá el joven podría escapar a la mesa más cercana y aprovechar para beber tanto champán como le hiciera soportable la tortura de ser presentado a absolutamente todas las casamenteras de Londres.

Víctor se acercó a sus hermanas, evitando intencionadamente a su madre.

—¿Se puede saber qué pasa allí delante?

—Al parecer es el próximo duque de Cambridge —dijo Lady Clarisse en un susurro.

—Si es que llega a serlo y no muere antes, aplastado por una horda de mujeres de la alta sociedad —comentó su hermana, mordazmente.

—Algunos hombres morirían orgullosos bajo una horda de mujeres... aunque en otras circunstancias que no debo discutir con mis hermanitas, por supuesto.

Lady Amelia puso los ojos en blanco y suspiró.

—¿Nos podrías traer, al menos, algo de beber? Dudo mucho que madre nos deje abandonar su lado. Tengo la sensación de que en cuanto se disipe aquello —señaló con el mentón a la multitud— nos va a arrastrar a nosotras.

—Al menos piensa que seréis las últimas caras que vea, y se acordará de vosotras. Aunque, pensándolo bien, puede que piense que ha perdido la cordura y que ve doble.

Belgravia [Libro I] - Escandaloso Debut 🩷Donde viven las historias. Descúbrelo ahora